El fugitivo pródigo: la historia de Shamima Begum

Si tenemos una visión de nacionalidad que transciende las construcciones seculares del estado y autoridad humana, tenemos que ser más creativos al extender nuestra gracia.

  · Traducido por Patricia Bares

02 DE MAYO DE 2019 · 09:00

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El lunes 11 de marzo, el primer ministro irlandés Leo Varadkar dijo que no está bien retirarle la nacionalidad a Lisa Smith, sospechosa de formar parte del ISIS, porque “ante todo es una ciudadana irlandesa, y no creemos que negárselo sea lo correcto o lo más piadoso”. En cambio, Sajid Javid ha sido acusado de cobardía moral tras la muerte del hijo de tres semanas de Shamima Begum, Jarrah. Se le negaron las peticiones que Begum hizo para volver al Reino Unido después de que lo abandonara para unirse al ISIS en 2015 y se le arrebató su nacionalidad británica. Lord Macdonald, previamente director de persecuciones públicas, dijo lo siguiente: “Ningún estado con gobierno propio debería abandonar toda responsabilidad con sus ciudadanos de esa manera… El comportamiento del señor Javid es la fórmula de caos y cobardía moral más extrema para los refugiados”. Será interesante ver cómo se desarrolla la decisión de Varadkar en comparación con la de Javid. El caso de Begum crea la pregunta siguiente: ¿Cuál es nuestra visión para una nacionalidad inclusiva cuando un miembro de la comunidad rechaza los valores de su país y luego busca ser readmitido? ¿Podría y debería el estado perdonar en nombre de toda la gente a un ciudadano que decide volver?

 

Tener una mente abierta de forma radical para entender y perdonar

Muchos han estado explorando el caso de Begum a través de la Parábola del Hijo Pródigo. Wright comentó que “como cristiano, no puedo evitar pensar que si Jesús hubiera pensado así [en contra de que volviera Begum] nunca habría contado la Parábola del Hijo Pródigo, lo cual deja clara su enseñanza tanto del islam como de la forma de pensar tan fría del secularismo”. Esta es la mente abierta de forma radical que Jesús mostró y que llamó a que tuvieran todos los creyentes. 

Hace tan solo una semana, Fatima Bhutto (de la dinastía pakistaní Bhutto) publicó un libro llamado Los fugitivos (The Runaways), que explica tres historias ficticias de personas radicalizadas en Occidente que viajan hasta Oriente para unirse a movimientos terroristas. Ella afirma lo siguiente: “El radicalismo realmente no trata de religión. Trata de dolor, de aislamiento, de humillación. Si no hacemos un esfuerzo por entender todo esto, si no tenemos una visión más amplia y misericordiosa, el futuro me preocupa”. Bhutto aporta un punto de vista extraído de su propia experiencia de violencia y exilio, el cual lleva a personas como ella al aislamiento, lo que a su vez hace que abandonen sus hogares y vayan a zonas de guerra. Shamima Begum nació en el Reino Unido, recibió allí educación y allí fue donde se radicalizó. Tenemos que ser valientes e intentar tener una visión más ambiciosa para entender y perdonar.

 

Justicia y juicios adecuados

Esto no significa que debemos perdonar ciegamente, pues la Biblia es clara y se nos dice que tenemos conocimiento y discernimiento para poner en práctica la justicia. Hay precedentes para el castigo, pero Shamima no ha cometido ningún crimen. Tenía un bebé vulnerable que técnicamente también era de nacionalidad británica. Ella misma tenía solo 15 años cuando se fue del Reino Unido. Tal como escribe Gary M. Burge: “Si no creemos en los valores fundamentales del arrepentimiento, perdón y restauración, hemos perdido una parte esencial del Evangelio”. ¿Cómo podemos “recibirnos los unos a los otros, como también Cristo nos recibió, para gloria de Dios”? (Romanos 15:7). Amamos a nuestro prójimo cuando defendemos y afirmamos estructuras de un orden político justo, estable y seguro, “la misma justicia amorosa también debería permitir una rehabilitación, incluso un arrepentimiento”, dice Jonathan Chaplin. Que Shamima está arrepentida o no, no nos concierne. Merece un juicio hecho por la justicia y no uno llevado a cabo por la opinión pública. Tal como señala Caitlin Moran, que Shamima dé la impresión de estar mosqueada y no arrepentida no son razones de peso para juzgarla: “Le hicieron una entrevista y parecía que refunfuñaba, que se mostraba un poco desafiante y satisfecha con sus acciones, así como poco clara con cómo iría todo. Como consecuencia, a causa del furor que provocó y sin tener ningún otro motivo, el secretario de Interior la dejó sin nacionalidad”. Como cristianos podemos extender la gracia de creer lo mejor y defender las instituciones de justicia en nuestro país. La nacionalidad no tiene que ver con el carácter, sino con los derechos y seguridad en tu identidad como ciudadano, un lugar en el que serás escuchado y en el que se te hará responsable, además de poder responsabilizar a otros. Traedla de vuelta, cuestionadla, poned en práctica la justicia y misericordia a partes iguales. 

Si tenemos una visión de nacionalidad que transciende las construcciones seculares del estado y autoridad humana, tenemos que ser más creativos al extender nuestra gracia. Elizabeth Oldfield afirma lo siguiente: “La Parábola del Hijo Pródigo es una imagen móvil de la misericordia de Dios, y aunque la historia parece describir el carácter de Dios, más que estar dirigido a nosotros, en otras partes queda clara la ética de la misericordia interpersonal. Nuestros instintos deberían ser siempre el perdón, la misericordia e incluso la ausencia de represalias o violencia. “No os venguéis, porque mía es la venganza, dice el Señor”. El papel del Estado es menos claro en el caso del perdón, pero podemos afirmar cuál es el proceso adecuado de la justicia: “No como venganza, lo cual arroja a la otra persona a una oscuridad sin Estado, sino como repatriación de alguien que ha sido probado. Así como nosotros podemos perdonar, y las víctimas si quieren (y pueden), el estado también puede y debería”. La justicia es el papel del estado. Ante tales condiciones, Shamima podría ser restaurada como ciudadana (con todas las responsabilidades y deberes cívicos que un ciudadano debe a su Estado) mientras nosotros somos responsables (como ciudadanos de otro Reino, el de Dios) y somos “benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Efesios 4:32). Somos ciudadanos de Dios y por lo tanto no podemos desterrar a ningún miembro, la nacionalidad conlleva una responsabilidad, un llamado para estar en el mundo y comprometernos con conciencia en casos como los de Shamima. 

La Parábola del Hijo Pródigo, pues, nos anima a reflexionar sobre el carácter de Dios (el padre) en contraste con el de la humanidad (el hermano mayor). Nos obliga a preguntarnos: ¿Con qué corazón nos identificamos más según nuestras creencias y acciones? Por encima de todo tenemos que tener presente lo siguiente: “No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres. No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza”. (Romanos 12:17-20).

 

Hannah Eves forma parte del programa de graduados SAGE del Jubilee Centre. Se graduó de la Universidad de Nottingham con un máster en Gobierno y desarrollo político.

Este artículo se publicó por primera vez en la página web del Jubilee Centre y se le ha concedido permiso para volverse a publicar.

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