Morir la vida

Debemos tener cuidado para que la respuesta del mundo hoy, incluidos la del mundo cristiano con sus honrosas excepciones, no sea la misma, la de la muerte.

30 DE ABRIL DE 2019 · 15:00

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¿Qué hacemos los creyentes, los seguidores del Maestro, ante los que están muriendo la vida? Hay muchos en el mundo que están muriendo la vida o, lo que es lo mismo, viviendo en el no ser, en el reino de la muerte que también se da en la vida, la infravida, en el sufrir la vida, en el no saber lo que puede significar lo que es vivir la vida con cierta plenitud. Morir la vida lentamente en medio de la indignidad es la tarea a la que muchos han sido condenados por sus propios congéneres. 

Es verdad que nadie elige vivir la vida, nadie decide libremente nacer, pero nacen, quizás, no para vivir la vida, sino para morirla. Y lo importante es esto: no mueren la vida por causas naturales, sino por el egoísmo, la acumulación desmedida de bienes, el robo, la injusticia y el desigual reparto de los recursos del planeta tierra que, en algunos caso, reduce a muchos al hambre. Más de mil millones de hambrientos en el mundo, y millones y millones que la sufren en pobreza severa y, también, robados de dignidad por aquellos autoconsiderados dignos.

¡Terrible expresión la de morir la vida! Es verdad que muchos de los que muere la vida pueden ser cristianos, pero lo más negativo y horroroso es que la mueren ante millones y millones que se confiesan seguidores del Maestro, los creyentes. Terrible, también, que puedan morir la vida, vivir en el no ser de la pobreza y del sufrimiento, ante la mirada indiferente de tantos y tantos religiosos que habitan las iglesias. 

¡No! No quiero crear mala conciencia, pero sí dar un aldabonazo en los corazones de aquellos que, quizás, sin saberlo o viviendo este escándalo con indiferencia, puedan hacer algo para acercar la justicia al mundo, para acercar los valores del Reino que irrumpen en nuestra historia con el nacimiento de Jesús, y que se nos dejan como contravalores en un mundo injusto.

Para muchos, esos y esas que mueren la vida, niños, hombres, mujeres y ancianos, es de risa el que alguien les pueda hablar de calidad de vida, menos aún de projimidad, de amor al prójimo en defensa de la vida… ¡si la están muriendo, si, a veces, no tienen ni siquiera cantidad de vida! Sí, muchos tienen poco recorrido en ese morir la vida. El hambre, la ausencia de vivienda, el frío y el no saber lo que es una mínima cualificación. Nadie les ha enseñado habilidades en cuanto a recursos profesionales. 

Pero no es sólo el hambre y la pobreza, sino todo lo que esto lleva aparejado consigo: Muchos mueren por enfermedades curables, por falta de medicinas, de vacunas, de agua potable o por falta de higiene en un mundo en donde estos problemas podrían ser obviados. Muchos mueren lentamente la vida, porque hay otros que se la niegan. La vida opípara de muchos es la infravida de otros que nacen para morirla. ¡Benditos todos aquellos que morís la vida! Muchos de vosotros seréis algún día, bienaventurados para siempre.

Quizás no matamos directamente, pero dejamos morir. No hay tanta diferencia. Es, simplemente, caer en el pecado de omisión de la ayuda que nos separa de Dios. No nos lavemos las manos como hizo un Pilatos que quería lavar su conciencia ante la muerte del justo. Nos podemos lavar las manos, pero nuestra conciencia intentará seguir interpelándonos.

Quizás, ante la indiferencia, ante la omisión de la ayuda que hace que tantos y tantos seres humanos estén muriendo la vida, nos suene la pregunta que hicieron a Caín, el asesino de su hermano: ¿Dónde está tu hermano? Y claro. Debemos tener cuidado para que la respuesta del mundo hoy, incluidos la del mundo cristiano con sus honrosas excepciones, no sea la misma, la de la muerte, la de la falta de amor al prójimo, la del egoísmo que da la espalda ante el gran escándalo que es el mundo de los que mueren la vida. Algunos, si son enfrentados con esta dura realidad, podrían aún responder la pregunta impregnada de muerte, esa que, simplemente, dice con indiferencia que no sabe, que él no es al guarda de su hermano.

Plántate un día y reflexiona. Mira a aquellos que están muriendo la vida. Los puedes ver al lado de tu casa, cuando viajas a los países pobres o, simplemente, cuando los ves a través de los medios de comunicación que son sumamente generosos mostrando la vida de aquellos que la mueren ante los ojos indiferentes de muchos, incluidos muchos de los cristianos. Sin embargo, con mucho respeto, damos gracias a Dios por aquellos que su fe les lleva a denunciar, a clamar por justicia, a vivir con sencillez y a actuar siempre en las medidas de sus posibilidades, al estilo de los profetas, para que muchos de los que están muriendo su vida puedan llegar a vivirla. ¡Gracias

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - De par en par - Morir la vida