Adélia Prado: Poesía y fe audaz en diálogo creativo (II)

El momento político era del auge de la dictadura, y, en el plano de la poesía, se propagaba lo que se convenció llamar de poesía marginal. La poeta llega con una obra que pasa a lo largo de estos elementos contextuales.

26 DE ABRIL DE 2019 · 07:00

La poetisa brasileña Adélia Prado.,
La poetisa brasileña Adélia Prado.

Desde la época de Sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695) surgió, en lo que ahora es América Latina, una poesía que, en el tratamiento de lo sagrado, manifestaría una audacia poco común producto de la familiaridad con lo religioso y sus múltiples posibilidades. De ahí que sea posible rastrear en cada país, muestras de un fervor espiritual acompañado de insinuaciones líricas profundas y abiertamente provocadoras, guiadas por el temperamento y el talento de las autoras. En versos que van desde la innegable mística hasta la iracunda increencia, la poesía latinoamericana escrita por mujeres ha sido capaz de presentar todos los registros imaginables. En el siglo XX, algunos nombres resultan obligados: Romelia Alarcón Folgar (Guatemala, 1900-1970), conscientemente irreverente y renovadora; Dulce María Loynaz (Cuba, 1902-1997, Premio Cervantes 1992), con una poesía intimista, pero resultado de una fe abarcadora; Clara Silva (Uruguay, 1905-1976), de líneas feroces y heterodoxas; Concha Urquiza (México, 1910-1945), de trágico final, pero cuya obra es desgarradora y exigente; Enriqueta Ochoa (México, 1928-2008), atrevida en una época de represión religiosa atroz: Las urgencias de un Dios (1950) fue una auténtica bomba en la pequeña ciudad donde vivía; Belkis Cuza Malé (Cuba, 1942), penetrante y aguda en su neobarroquismo; y Gioconda Belli (Nicaragua, 1948), abanderada de un erotismo y una feminidad desbordantes. Se mencionan aquí sin ánimo de alcanzar la exhaustividad.

 

Diferentes portades de Bagaje.

A esa vertiente pertenece la brasileña Adélia Prado desde Bagagem (Bagaje), su primer libro aparecido en 1976, y vertido en 2000 al castellano por el sacerdote y pintor jesuita peruano José Francisco Navarrete (Huancayo, 1959, fallecido inesperadamente en 2017), quien se sumergió en esta poesía y salió airoso con la traducción de éste y otros cuatro volúmenes, además de que trabó una amistad personal con ella. La tesis doctoral, fruto de esa enorme pasión, llevó por título La mística de la vida cotidiana en la poesía de Adélia Prado y se publicó como La mística de cada día. Poesía de Adélia Prado, por el Fondo Editorial de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya en su país natal, en 2009. En la edición mexicana de Bagaje (México, Universidad Iberoamericana-Praxis, 2000), Navarro esboza las grandes líneas espirituales de esta obra lírica después del magnífico esfuerzo académico por interpretarla:

Adélia Prado es lectora asidua de la Biblia, en especial de los Salmos, Cantar de los cantares, Libro de Job, Isaías y los Evangelios. También es lectora constante de las Florecillas de San Francisco de Asís y de lo más granados de los autores místicos: Teresa de Jesús, Juan de la Cruz y de Teresa del Niño Jesús. Además de esas lecturas, dedica largos espacios a la meditación, al retiro, y, a sus tiempos, a los Ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola. De esta práctica ignaciana valora principalmente el arte del discernimiento espiritual, lo compara con las pautas psicoanalíticas para el conocimiento interior, eso que Roland Barthes llamó lo peculiar de la mántica o “arte destinado a determinar la interlocución divina” (Sade, Fourier, Loyola. Madrid, Cátedra, 1997, p. 59) (p. 10).

 

Portada de La mística de cada día.

Navarro destaca, además, sus lecturas e influencias iniciales: Olavo Bilac, Alphonsus de Guimarães, Augusto dos Anjos, Castro Alves, Manuel Bandeira y, por supuesto, Drummond y Guimarães Rosa, autor de El gran sertón. En realidad, es una poeta algo tardía, hasta que se decidió a mostrarle sus textos a Affonso Romano de Sant’Anna, entonces director del suplemento dominical del Journal do Brasil. Este poeta quedó sorprendido y comunicó su hallazgo a Carlos Drummond de Andrade, “monstruo sagrado” de la poesía brasileña, quien de inmediato la saludó como una escritora original y valiosa. Bagaje apareció en sus 40 años. La clásica novela de Guimarães Rosa dejó en ella una gran marca, pues en ambas obras, la narrativa y la lírica, explica Navarro, “junto a la travesía geográfica se realiza una travesía al interior de la persona; la meta es el autoconocimiento y el encuentro de la identidad del sujeto” (p. 11). Y es que, como en tanta poesía brasileña escrita por autores formados en el catolicismo, el vaivén existencial y religioso apunta casi siempre hacia los rumbos de la heterodoxia. Por ello, lo que Prado hace es un continuo ejercicio intertextual de “salir hacia sí misma”, lo que explica su gran afinidad con la visión franciscana dela vida, mediante una apertura “ecuménica” de amplio espectro para incorporar en un misticismo de corte panteísta, todas las experiencias vitales. Su religiosidad, por lo tanto, no se restringe a las estrecheces de una mirada confesional ni mucho menos panfletaria.

En un agudo abordaje de esta poesía, José Hélder Pinheiro Alves señala sus coordenadas cronológicas y estéticas: “Cuando, en 1976, surgió en el escenario de la poesía brasileña el libro Bagaje, de Adélia Prado, hubo un impacto, entre otras razones, nacido de la novedad formal y temática traída por la obra de la poeta minera. El momento político era del auge de la dictadura, y, en el plano de la poesía, se propagaba lo que se convenció llamar de poesía marginal. La poeta llega con una obra que pasa a lo largo de estos elementos contextuales. Lo que no significa estar al margen de cuestiones humanas de mayor interés” (“De Bagagem a Miserere: ‘a inominável corisca poesia’ de Adélia Prado”, en Scripta, Belo Horizonte, vol. 18, núm. 35, 2º semestre de 2014, pp. 125-126). Pinheiro agrega: “La obra revelaba una madurez estilística y una densidad en el tratamiento de los temas atípicos para un primer libro. Se trataba de una debutante a los 40 años de edad, con un lastre de vivencias y de trabajo con el lenguaje bastante madurado”. Los libros posteriores profundizarían en ese estilo conversacional, coloquial, directo, pero profundamente dubitativo.

 

José Francisco Navarro.

Bagaje (integrado por 102 poemas) es un título paradigmático para toda su obra. Le puso así porque, señaló: “Resume mi experiencia vital; es el otro, la perla. Cuando se viaja se lleva lo necesario”. Y la decantación selectiva del volumen no deja lugar a dudas en sus diversas secciones, que ameritan detenerse en cada una de ellas: Modo poético, Una manera y un amor, La zarza ardiente I y II, y Aduana. Navarro afirma también en el prólogo: “La obra poética de Prado es la búsqueda de sí, es una poesía indagadora. Pero, atención, su búsqueda no es meramente psicológica o espiritual, es una indagación que se integra con toda circunstancia y materia, es pregunta por Dios marcada en el cuerpo, es un entrar en el cuerpo, es reconciliarse con él” (p. 16, énfasis agregado). Algo a lo que poesía brasileña nos tiene bastante acostumbrados, pero que en voz de Prado alcanza resonancias claras de la mejor poesía mística aderezada con una sensible recuperación de lo corporal, tan urgente siempre, que no duda incluso, en ser autorreferencial.

Para seguir avanzando va una muestra de la primera sección, con poemas bastante emblemáticos.

Gran deseo

No soy matrona, madre de Gracos, Cornelia,

soy mujer de pueblo, madre de hijos, Adélia.

Hago comida y como.

Los domingos golpeo el hueso en el plato para llamar al perro

y le tiro los restos.

Cuando duele, grito ay,

cuando algo es bueno, quedo bruta

a las sensibilidades sin gobierno.

Sin embargo, tengo mis llantos,

claridades atrás de mi estómago humilde

y fortísima voz para cantos de fiesta.

Cuando escriba un libro con mi nombre

y el nombre que voy a ponerle, iré con él a una iglesia,

a una lápida, a un descampado,

para llorar, llorar y llorar,

fina y excéntrica como una dama. (p. 29)

 

Sensorial

Obturación, pongo de las amarillas.

Pimienta y clavo,

mastico a boca desnuda y me regalo.

Amor, tiene que hablar mi vida,

regalarme caja de música,

conocer varios tonos para una sola palabra.

Espíritu, si es de Dios, lo adoro,

si es de hombre, lo examino

con mis seis instrumentos.

Me quedo gustando o perdono.

Procuro sol, porque soy animal de cuerpo.

Sombra tendré después, la más fría.

 

Antes del nombre

No me importa la palabra, la palabra común.

Lo que quiero es el espléndido caos de donde emerge la sintaxis,

los sitios oscuros donde nacen: de, sino,

el, sin embargo, que, esta incomprensible

muleta que me apoya.

Quien entiende el lenguaje, entiende a Dios,

cuyo Hijo es Verbo. Muere quien entiende.

La palabra es disfraz de una cosa más grave, sorda-muda,

fue inventada para ser callada.

En momentos de gracia, infrecuentísimos,

se la podrá atrapar: un pez vivo con la mano.

Puro susto y terror.

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