Los pobres que están con nosotros

Estamos tan convencidos de que el dinero es el amo de todo que pensamos que en su mano están todas las salvaciones posibles.

22 DE ABRIL DE 2019 · 09:32

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Por un lado, tenemos la profunda tristeza de haber visto arder Notre-Dame. De repente se nos recuerda que no hay nada inmutable, que todo en este mundo humano es perecedero, incluso la belleza y la armonía que nos han acompañado durante medio milenio. Por otro lado, tenemos la rabia de tener que aguantar memes baratos y publicaciones hechas desde la visceralidad criticando todo lo que se ponga por delante. He visto a gente en redes sociales ofendiéndose incluso por videos de gatitos, así que los límites de la sorpresa parecían estar lejos. Sin embargo, ha habido un montón de personas ofendidas por la cantidad de dinero recaudada para restaurar y recuperar Notre-Dame: “¿Por qué no se utiliza ese dinero para dárselo a los pobres?”. 

¿No nos suena de algo esta pregunta? No, no es la que se ha lanzado estos días mil veces a través de los memes de Internet ni de los ofendidos de turno. Es la respuesta que le dio Judas Iscariote a Jesús en Juan 12:5 cuando María le ungió los pies con perfume como acto profético. Entonces fue una pregunta estúpida (sí, porque las hay) y hoy en día lo sigue siendo igual.

La premisa de que es una vergüenza que se recaude tanto dinero tan rápido para reconstruir un monumento en vez de dárselo a los pobres es traicionera, engañosa y falsa desde muchos aspectos. Igual que lo fue la declaración de Judas. En ambos casos, aun sin saberlo los propios ofendidos, había detrás intenciones ocultas y egoístas. Deberíamos estar muy seguros, si vamos a decir eso, de no estar en realidad pensando que ojalá nos dieran todo ese dinero a nosotros; eso es lo que nos explica el evangelio de Juan que había detrás de las palabras de Judas: puro egoísmo disfrazado de altruismo, que suele ser uno de sus disfraces favoritos. El evangelio de Juan deja muy claro que a Judas no le interesaban en absoluto los pobres, y del mismo modo debemos aplicarlo hoy a la marea de entendidos y sabiondos: no, no les interesan los pobres por los que claman. Os explico por qué.

Los que vivimos en Occidente, aunque no seamos ricos, vivimos en una cultura rica y abundante, con destellos de un antiguo cristianismo, pero también con muchísimos defectos. Uno de ellos es la falsa idea de que la salvación del mundo pasa por nuestras manos. Aunque esa visión debería servir para hacernos responsables como sociedad de los desastres que vamos dejando por el camino, en realidad sirve para mantener el falso concepto de un paternalismo blanco y salvador al que no hemos abandonado desde los tiempos de la colonización. Sencillamente, nos resulta muy fácil, casi automático, pensar así. Lo hemos hecho siempre y no lo reflexionamos. Según esta forma de pensar, somos nosotros, los occidentales, los blancos, los “adultos responsables”, los que hemos de ir a los pobres países del tercer mundo a darles dinero para que resuelvan sus problemas. La verdad es que no: el hambre en el mundo, la pobreza de los demás, no se va a solucionar por las donaciones puntuales de los blancos ricos de Occidente. El problema del hambre y la pobreza del mundo no es el dinero. Dinero hay de sobra. Recursos hay, muchos. Lo que falla son otras cosas, otras estructuras de poder, otro reparto de esos recursos. Falla, como siempre, el corazón humano que tiende al pecado, a la corrupción, al mal. En Occidente estamos tan convencidos de que el dinero es el amo de todo, el origen de todo (es nuestro dios más cotidiano) que pensamos que en su mano están todas las salvaciones posibles. Dejamos a Dios el Padre y a Cristo una salvación abstracta e informe que a nuestros ojos consiste poco más que en poder poner un pie en el más allá después de la muerte. Para todo lo demás, ya tenemos la Master Card. Dice Pablo en 1 Corintios 15:19: “Si la esperanza que tenemos en Cristo fuera solo para esta vida, seríamos los más desdichados de todos los mortales”. Por extensión, cuando la esperanza que tenemos en Cristo, en cambio, solamente es para la vida siguiente, resultamos los más necios. Pero no es de extrañar que esta sociedad, cuyo centro, altar y dios es el dinero, lo reclame de forma consciente o inconsciente como salvador.

Detrás de la respuesta tan enigmática de Jesús se esconde una verdad que contiene más sabiduría que toda la verborrea de las redes sociales. La solución a la pobreza de los pobres, al hambre de los hambrientos, de un modo urgente y primario, sí pasa por dar dinero, pero esto solamente se convierte en una solución cuando ese dinero se ofrece a una voluntad humana y un compromiso real para acabar con el problema. De otro modo, no es más que una excusa para tener tranquilas nuestras conciencias. La clave para entender esta idea está en la historia de la sanación del ciego Bartimeo (Marcos 10). Bartimeo era uno de estos pobres a los que Judas se refiere cuando la unción de María: un mendigo ciego, un hombre adulto fuera del sistema, en una sociedad en la que los que no tenían recursos para ganarse la vida tampoco se la merecían. Un ciego que era despreciado, echado fuera de las murallas de la ciudad y condenado el resto de su existencia a vivir de las limosnas ajenas. Hay algo fascinante en el relato del milagro de los evangelios: la profunda fe del ciego. No había visto a Jesús; seguramente, habría escuchado hablar de aquel tipo que hacía milagros y que enseñaba la ley de Dios con una autoridad diferente a la de fariseos y escribas. Bartimeo sabe que Jesús es el hijo de David, el mesías esperado, y en su única oportunidad de estar mínimamente cerca de él comienza a clamar por misericordia. ¿Qué pediría un pobre de solemnidad, un discapacitado, un marginado del sistema? Hace unas semanas pensé mucho en ello: ¿por qué Bartimeo no pidió dinero? Jesús le pregunta qué quiere sin rodeos, y Bartimeo responde con una honestidad asombrosa. Bartimeo no pide el dinero que Judas Iscariote le habría dado como limosna: lo que quiere es que cambie su condición, y acude al único que tiene poder para hacerlo. Bartimeo recupera la vista y abandona la clase de los desprotegidos y abandonados. Es posible que los pobres no quieran dinero, ni limosnas para aliviar momentáneamente su condición, como nos enseña la historia de Bartimeo. Es posible que los pobres no quieran los millones de Notre-Dame: lo que quieren es que cambie su condición y, con ello, sus posibilidades de futuro.

No es totalmente inútil, no obstante, ayudar económicamente a la gente que lo necesita, y a las organizaciones que velan por ellos. No estoy diciendo eso. A lo que me refiero es a que no caigamos en la trampa del dios del dinero; no pensemos de forma facilona, dejándonos llevar por la corriente, lejos de la sabiduría de Dios y para acallar nuestra culpabilidad de primer mundo. El dinero solo es dinero: da para reconstruir Notre-Dame y llega también para apoyar proyectos que ayuden a paliar y erradicar la pobreza, cerca y lejos de donde estamos. El dinero en manos de Dios, guiado por la economía del reino de los cielos y no de los hombres, sirve para mucho más de lo que estamos acostumbrados. Y quien dice dinero dice también la fuente primaria del dinero, un bien aún mucho más escaso y necesario: el tiempo. Al fin y al cabo, el tiempo es de las pocas cosas que nos ha otorgado Dios que puede convertirse en dinero. Si realmente nos importan los otros, los pobres, los desprotegidos, los marginados, no estamos lejos de poder colaborar en aliviarlo. No estamos lejos de exigir compromisos a los políticos. No estamos lejos de colaborar en crear un sistema cercano a la generosidad abundante del reino de Dios. Yo voy a poner dos ejemplos de organizaciones, cercanas a donde resido y dirigidas por personas a quienes conozco y aprecio (y llenas del amor de Cristo) con las se puede colaborar de forma real con tiempo y con dinero. Y no por alejarnos de la incomodidad de lo que no entendemos (si es que acaso lo que no entendemos es el arte), y no por aliviarnos el complejo de culpabilidad de los adoradores acomodados del dios dinero. Sino por auténtico amor al Cristo que respondió a la petición de Bartimeo y solucionó su condición de pobre. A ese Cristo que no dejó que una pregunta malintencionada estropeara una ofrenda sincera.

Como cristianos sabemos que no nos faltan ejemplos de personas y organizaciones que hacen todo lo necesario para honrar el ejemplo de Jesús mientras nos dure esta vida. Invito a los lectores a que continúen con la lista dejando en los comentarios ejemplos de esas organizaciones, personas o proyectos que tengan cerca de donde viven y que quizá puedan inspirar a otros a salirse de la comodidad de la ofensa y la reacción y pasar a hacer algo útil y cercano a la sabiduría de Dios.

- Agape + es una organización cristiana que trabaja en Barcelona ofreciendo apoyo y recursos a personas sin hogar. Tienen dos casas de acogida en la ciudad (una para hombres y otra para mujeres) y un estupendo equipo de voluntarios que siempre necesita nuevos participantes.

- Mefi-Boset es una organización de Terrassa donde se enseña a la gente a disfrutar la vida con personas con discapacidad intelectual. Sí, en ese orden.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Amor y contexto - Los pobres que están con nosotros