Olor a sangre y brote de alegría

En la pasión de Jesús no se da nunca la glorificación del dolor en sí, sino que todo tenía un fin, un propósito, un sentido relacionado con la puesta en marcha de un amor redentor.

16 DE ABRIL DE 2019 · 14:00

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La Semana Santa, afortunadamente, comporta facetas muy diferentes. No todo es dolor, no todo es la alegría de la resurrección. Si nos anclamos solamente en una de estas dos facetas, olvidando la otra, no hemos entendido lo que significan esos eventos que celebramos. Es verdad que hay recuerdos del dolor y de la pasión de Jesús, sangre, corona de espinas, escupitajos, burlas y odios, pero, sin duda alguna, también está algo grandioso que, de alguna manera, sin que por ello lo olvidemos, supera todo lo anterior: La alegría, el gozo y la esperanza de la resurrección. El brote de alegría que resurge del basurero de las burlas y del odio.

¿Cómo se celebra la Semana Santa en nuestro país? ¿Es con el olor de la sangre? Sin duda que se celebra la resurrección, pero, en todo el escenario de estas fiestas religiosas, predomina, de una manera especial, la puesta en relieve de la pasión, el dolor y la muerte. Sin embargo, en España, ocurre algo singular: Toda esta pasión, que parecería tener demasiados tintes negros, se celebra de forma festiva, de atractivo para los turistas y, en cierta manera, como si se tratara de la celebración de actos folklóricos de un pueblo. Pensemos, por ejemplo, en Andalucía.

En las celebraciones de la Semana Santa en España, el dolor, el sufrimiento, la sangre y los temas de la pasión, predominan, con mucho, sobre el grito de triunfo que debería ser la resurrección. Prevalece el olor de la sangre. Creo que, quizás, se debería buscar un equilibrio para evitar algunas escenas que, en gran parte, aterran, como la de los penitentes que se van dando latigazos y chorreando sangre que, desgraciadamente, nos pueden llevar o conducir a un tema que no es bíblico: la glorificación del dolor y del sufrimiento.

En esta celebración, el tema del amor debería predominar con mucho sobre el tema del dolor y el olor de la sangre. En la pasión de Jesús no se da nunca la glorificación del dolor en sí, sino que todo tenía un fin, un propósito, un sentido relacionado con la puesta en marcha de un amor redentor, un amor liberador, un amor que asume nuestra culpa para que nosotros podamos ser libres de ella.

Dios, hoy, no necesita de nuestros latigazos, de que pasemos por un dolor voluntario y sangrante. Eso no tiene nada que ver con el dolor y muerte redentora de Jesús. Quizás, en Semana Santa, y siempre como seguidores del Maestro, podríamos asumir algunos sufrimientos e incomodidades haciéndonos partícipes del dolor de los oprimidos y empobrecidos del mundo, de los sufrientes de nuestra historia. Este olor del amor y de la empatía con el que sufre, debería predominar en Semana Santa sobre el olor de la sangre de los penitentes.

Este dolor, empático con el prójimo, tendría sentido si, realmente, nos lanzara también a nosotros al rescate y liberación del prójimo tirado al lado del camino de su propia historia, el despojado de dignidad, el que sufre su pasión en silencio, quizás sangrando en su interior por la insolidaridad humana. 

Tendría sentido que, ante el dolor de la pasión de Jesús, nosotros también nos hiciéramos partícipes del dolor de los hombres injustamente tratados y abusados del mundo. Jesús nos dijo en este contexto: “Por mí lo hicisteis”. Empatía ante el dolor de la pasión de Jesús y ante el de la pasión del hombre apaleado de nuestra historia en nuestro aquí y nuestro ahora. Olor de amor.

¿Sería honesto, justo y apropiado, sentirnos interpelados por el dolor de Jesús, por su pasión, mientras que, como creyentes y con el mandato de projimidad que Jesús nos ha dejado, diéramos la espalda al dolor de los hombres? Yo creo que nuestro Maestro vería grandes incoherencias, pues para él. El amor que le debemos tener como Dios, y el amor al hombre, tienen que estar en relación de semejanza. En Jesús, todos debemos hermanarnos y aceptar el dolor de otros como el nuestro propio.

Así, pues, cuando miremos el rostro de Jesús ensangrentado en alguna escena de la pasión, hagamos que nuestra mirada, tanto física de nuestros ojos de la carne, como la mirada del corazón y del alma, salte también en recuerdo de tantos y tantos que sufren hoy en el mundo: empobrecidos, abandonados, torturados, injustamente tratados, excluidos, niños que mueren por falta de cuidados, de agua potable, de medicinas, de alimentación mínimamente sana. Quizás, los que miran el sufrimiento de Jesús, sin acordarse de todos estos a los que Jesús ama, no están celebrando bien la pasión de Jesús y, entonces, la Semana Santa, para ellos, se transforma en mero folklore religioso o, simplemente, turístico… y, quizás, tampoco la alegría desbordante de la resurrección, el gozo y la esperanza del resucitado, llegue a significar mucho en nuestras vidas y celebraciones de la pasión, muerte y resurrección del Maestro.

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