La cigüeña blanca y la negra

Los animales siguen siendo aquello que están llamados a ser, pero el pueblo de Israel ha roto su relación con Dios.

30 DE MARZO DE 2019 · 09:00

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Aun la cigüeña en el cielo conoce sus estaciones; la tórtola, la golondrina y la grulla saben cuándo deben emigrar.

Pero mi pueblo no conoce las leyes del Señor.

(Jer. 8:7)

 La cigüeña es mencionada en varias ocasiones en la Biblia y siempre como ejemplo positivo para el ser humano. En hebreo es hassidah, חֲסִידָה, que significa literalmente “cariñosa”, ya que el instinto que posee la cigüeña le obliga a comportarse con fidelidad y amor a los suyos. Durante el primer mes de vida de los polluelos, siempre permanece junto a ellos alguno de los dos progenitores. Si cualquiera de los padres sufriera un accidente, en este período crucial, las crías morirían de hambre ya que el compañero superviviente es incapaz de abandonarlas, aunque sea solamente para buscar alimento. Es verdad que el instinto de estas aves es incapaz de hacerlas reflexionar, sin embargo, desde el punto de vista humano, ofrecen una gran lección de amor. Las cigüeñas son aves zancudas de gran tamaño con el pico largo y rojo que, según la legislación hebrea, estaban clasificadas entre los animales impuros y no aptos para el consumo humano (Lv. 11:19; Dt. 14:18). El AT afirma que anidaban sobre árboles elevados como los cipreses (Sal. 104:17) y que emigraban anualmente (Jer. 8:7).

Las cigüeñas han sido siempre relativamente abundantes en Israel ya que los campos cultivados junto al río Jordán les han proporcionado suficiente alimento en medio de sus largas rutas migratorias entre Eurasia y África. Igual que en la Península Ibérica, en las regiones del Creciente Fértil se conocen también dos especies de cigüeña: la blanca (Ciconia ciconia) y la negra (Ciconia nigra). La primera no es completamente blanca ya que presenta la parte posterior de las alas de color negro. Mientras que la segunda tampoco es completamente negra, pues el vientre lo tiene blanco. La cigüeña negra es algo menor que la blanca y se la puede ver en otoño sobrevolando el desierto de Judea y el Neguev en grupos de hasta algunos centenares de individuos. Por su parte, a la cigüeña blanca se la observa con mayor facilidad que a la negra ya que muchos miles de ejemplares sobrevuelan dos veces al año todo el país siguiendo el valle del Jordán. Se detienen a descansar y comer en lugares muy concretos, como el valle de Beit She’an, a 60 km al sur de Tiberíades. Son aves beneficiosas para la agricultura pues se nutren de reptiles, roedores e insectos perjudiciales.

La cigüeña blanca (Ciconia ciconia) es un ave migratoria que mediante su majestuoso vuelo es capaz de recorrer grandes distancias. Pasa los inviernos en las regiones cálidas del África subsahariana, en la península arábiga o en el subcontinente indio y en el verano vuelve al norte de Europa y Asia. Como evita cruzar el mar Mediterráneo, ya que las columnas térmicas de aire que la impulsan no se forman sobre el mar, sólo le quedan dos posibles pasillos: el estrecho de Gibraltar en occidente e Israel en oriente.

La cigüeña blanca (Ciconia ciconia) es una ciconiforme de gran tamaño que se clasifica dentro de la familia Ciconiidae. Puede llegar a alcanzar una envergadura alar de más de dos metros. Es una ave carnívora ya que se alimenta de insectos, peces, reptiles, aves y pequeños mamíferos que consigue siempre en el suelo, en praderas o en zonas inundadas de poca profundidad. Tiene costumbre monógamas pues el macho y la hembra suelen emparejarse para toda la vida. El gran nido que construyen entre ambos pueden usarlo durante muchos años realizando, si resulta necesario, leves reparaciones en cada temporada. Los padres tratan con mucho cuidado a sus pollos, haciendo turnos en la incubación y alimentación de los mismos. Al construir sus nidos sobre edificaciones humanas, han dado lugar a todo tipo de leyendas y mitos a lo largo de la historia, como ese famoso y divertido cuento de que se dedican a transportar bebés de Paris. 

 

Grupo de cigüeñas blancas (Ciconia ciconia) descansando, a medio camino de su viaje migratorio, en el valle de Beit She’an, a 60 km al sur de Tiberíades (Israel).

La cigüeña negra (Ciconia nigra) es menos común que la blanca, más asustadiza y prefiere regiones más salvajes y apartadas de los humanos, tales como bosques, pantanos y acantilados aislados. Nunca construye su nido en pueblos o ciudades. Es mucho más silenciosa que la cigüeña blanca y no suele crotorear ostentosamente con el pico como hace ésta. Se alimenta de animales más pequeños como ranas, tritones, sapos e insectos acuáticos.

La cigüeña negra (Ciconia nigra) tiene un vuelo poderoso y directo. Sus alas son largas, planas y dentadas. Realiza aleteos regulares y después planea sin apenas moverse, permitiendo que las corrientes térmicas cálidas y ascendentes la eleven en el aire. 

 

La cigüeña negra (Ciconia nigra) es mucho más tímida que su pariente blanca. Para nidificar prefiere lugares abruptos y alejados de los humanos.

El texto del profeta Jeremías (8:7), que encabeza este artículo sobre la cigüeña, manifiesta el escepticismo de Dios ante la infidelidad del pueblo. La retórica divina se refiere a las aves señalando que incluso ellas, que son animales irracionales, saben perfectamente cómo deben vivir y actuar en el mundo. Sin embargo, los seres humanos, en los que la divinidad había depositado su confianza, no reconocen su maldad. Ni siquiera se les ocurre pensar que hayan podido hacer algo malo con su estilo de vida. Más bien continúan por el camino que les conduce inevitablemente a la autodestrucción, sin contemplar las leyes y el juicio del Señor.

Los animales siguen siendo aquello que están llamados a ser, pero el pueblo de Israel ha roto su relación con Dios. Le han dado la espalda y han dejado de ser lo que el Señor quería que fueran. Prefieren ser autónomos y vivir según su propio criterio humano. ¿Por qué llegó el pueblo de Dios a tan deplorable situación? Quizás tuvieran parte de culpa los líderes del pueblo que no supieron enseñar responsabilidad y fidelidad al Altísimo. Es posible también que el orgullo humano, al no querer someterse a la voluntad de Dios, les llevara a creer que no necesitaban la guía divina y que ellos conocían perfectamente lo que era mejor para sí mismos.

Miles de años después, muchas personas siguen creyéndose sabias en su propia opinión y rechazan el mensaje de Dios al ser humano. Pero, ¿a qué conduce esta clase de sabiduría humanista que deja de lado al Creador? ¿A dónde nos han conducido los valores racionalistas de la Ilustración? Negar la trascendencia es como apagar la única luz que verdaderamente nos ilumina.

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