A contracorriente como el salmón

Cuando se produce el milagro de la regeneración, el regenerado es dotado con una nueva naturaleza, cuya orientación vital es contraria a la corriente de este mundo.

28 DE MARZO DE 2019 · 09:00

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El salmón es conocido por la característica de que cuando llega la época de reproducción vuelve del océano para desovar en el río donde nació. Se trata de un viaje de muchos kilómetros, en el que nada contra la corriente, teniendo que superar muchos obstáculos y peligros para llegar a su meta. Mientras que los demás peces siguen cómodamente la corriente del río, el salmón va en la dirección contraria, lo que le supone un esfuerzo que los otros peces no tienen que hacer. El suyo no es un viaje de placer.

En ese sentido el caso de este pez se parece al del cristiano, aunque hay una diferencia entre ambos, consistente en que mientras el salmón ya nace con esa tendencia que en un momento dado va a poner en práctica, nadie nace cristiano, por lo que durante un tiempo anterior en su vida cada cristiano ha seguido la corriente dominante, dejándose llevar por lo que su naturaleza y el entorno le dictaban. Es lo que se nos enseña en Efesios 2:1-2: ‘Estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire.’ Si los peces vivos, de por sí, no van contracorriente, es fácil concluir que los muertos simplemente son arrastrados por la misma. Y eso es lo que dice el texto; no que estuviéramos debilitados o enfermos sino muertos, por lo cual el río de este mundo nos llevaba adonde quería, que era adonde el diablo quería.

Pero cuando se produce el milagro de la regeneración, el regenerado es dotado con una nueva naturaleza, cuya orientación vital es contraria a la corriente de este mundo, teniendo la capacidad de ir en esa dirección, a pesar de los riesgos y desgaste que ello supone. Como lo fácil es seguir la corriente es por lo que no hay muchos que quieran empeñarse en algo así, prefiriendo hacer lo que la mayoría hace.

En primer lugar el cristiano va contracorriente por las demandas internas que le han sido hechas, pues mientras todos los demás pueden obedecer sus deseos innatos, al cristiano se le manda vivir en santidad, que es justo lo contrario de lo que le apetece a la carne. Como las fuerzas que mueven este mundo dan por bueno lo malo, ir en contra de ellas supone moverse en dirección opuesta a la mayoría. Igualmente, se le manda negarse a sí mismo y tomar su cruz, que es lo último que cualquiera quiere hacer. Negarse a uno mismo implica el acto de renuncia supremo y tomar la cruz la determinación de asumir el vituperio público, siguiendo el ejemplo de su Maestro.

Pero no solamente en sus demandas internas el cristiano va contracorriente, también en las relaciones horizontales. En el matrimonio al marido se le manda que ame a su mujer, lo cual está en contra de su propia tendencia, que tiene como divisa servirse de la mujer para sus propios fines. En ese sentido, el amor egoísta masculino es la fuerza que milita en la dirección de amarse a sí mismo por encima de todas las cosas, incluida su esposa. Sin embargo, la dirección que se le ordena al cristiano casado es la opuesta, al anteponer a su esposa, como Cristo antepuso el bien de su esposa, la Iglesia, a él mismo. A la mujer, por su parte, se le ordena que se someta a su marido, lo cual va en contra de su propia predisposición, que considera que sumisión es igual a servilismo e inferioridad. Sin embargo, la sumisión que se le ordena tiene como objetivo la honra de su marido, del mismo modo que la sumisión de la Iglesia a Cristo tiene como objetivo darle honra a él.

En las relaciones laborales se manda al trabajador que realice su trabajo de forma excelente, porque en última instancia su tarea laboral es parte de lo que hace para agradar Dios, no al hombre. Es decir, mientras que la corriente dominante enseña que el trabajo es una cuestión meramente de contrato, el mandato para el cristiano es que se esfuerce para efectuar su responsabilidad como si Cristo fuera su jefe. Y al que está al mando del trabajador se le ordena que, en vez de considerarle un inferior o un mero instrumento de producción, para sacar de él toda la ganancia posible, le dé el tratamiento justo y recto que merece como persona y no como herramienta.

En las relaciones sociales, frente a la idea dominante de que la obtención del bien personal es la consigna máxima en la vida, quedando todo lo demás supeditado a ese objetivo, el mandato para el cristiano es que la búsqueda del bien ajeno debe ser lo primordial, como se enseña al decir: ‘Ninguno busque su propio bien, sino el del otro.’ (1 Corintios 10:24). Si hubo algún tiempo en el que la egolatría personal es la religión más extendida es en el que ahora vivimos, donde cada cual se considera un dios que es el centro del mundo, el cual órbita a su alrededor, siendo la máxima: “Busco mi propio bien, por encima de el del otro.”

En las relaciones eclesiales, en lugar de la tendencia natural a rehuir el servicio, dado el sacrificio que supone y la poca remuneración humana que recibe, se establece que el que sirve es mayor que el que manda, porque la grandeza verdadera reside no en el señorío sino en el servicio, lo cual es totalmente contrario a la corriente de este mundo, donde la ambición por el poder está a la orden del día.

Sí, verdaderamente el cristiano es el salmón del género humano, con la diferencia de que el salmón muere tras su ciclo natural y el cristiano va contracorriente para recibir gloria, honra e inmortalidad.

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