No pesa nada, es mi hermano

He vuelto a recordar aquel hermoso eslogan y he pensado en lo mucho que deberíamos ponerlo en práctica.

25 DE MARZO DE 2019 · 20:08

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Cuando era niña y asistía a la escuela, recuerdo que un compañero de clase, cuyos padres pertenecían a una comunidad católica, llevaba una pegatina en su maleta que mostraba a un niño portando en sus brazos a otro más pequeño y una frase que decía: “No pesa nada ¡es mi hermano!”

Aquella frase me asombraba. La miraba con ojos de niña recién convertida y sentía la profundidad de aquellas seis palabras.

Hoy he vuelto a recordar aquel hermoso eslogan y he pensado en lo mucho que deberíamos ponerlo en práctica.

No estamos muy interesados en llevar los unos las cargas de los otros.

Los hermanos en la fe nos pesan.

Las relaciones son complicadas.

Miramos más por nosotros mismos en vez de hacerlo en plural.

El evangelio brilla por su ausencia en muchas aéreas de nuestras vidas. Conocemos lo que Dios desea que pongamos por obra, sabemos cuál es su santa voluntad, a través de los años y el conocimiento de su palabra hemos comprendido que obedecerlo es lo mejor para nuestras vidas.

En la teoría sacamos casi siempre buena nota, la práctica resulta difícil.

Extender la mano como muestra de ayuda al hermano no siempre es una obviedad, somos selectivos a la hora de mostrar bondad, misericordia, empatía, amor.

Nos resulta complejo apartar de nuestro torpe campo de visión las nimiedades que limitan nuestras acciones y es por ello que analizamos con meticulosidad el por qué y el para qué de aquello que debemos hacer.

Cuestionamos cosas que son claras, asuntos que Dios ha dejado plasmado en su Palabra y que no son debatibles.

Tenemos mucho que aprender y sólo lo concebiremos si vamos a los pies del maestro para que sea Él quien nos enseñe la sana manera de proceder.

Que nos muestre con sencillez y paciencia, una vez más, que para crecer debemos menguar.

Que los buenos samaritanos no escogen a quien o quienes ayudar.

Que al ceñirnos una toalla y e inclinarnos a lavar pies estamos mostrando un corazón semejante al de nuestro creador.

Que la necesidad está en el mundo pero que a veces también está en el hermano que se sienta junto a  ti y a mí cada domingo en la iglesia y en el que apenas reparamos.

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