El “viejo nuevo” feminismo liberal

El cuerpo y la dignidad humanos tampoco están exentos de las presiones del libre mercado.

22 DE MARZO DE 2019 · 12:00

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Un nuevo concepto se ha instalado en el escenario político español; el feminismo liberal. “Una clave para pensar si estamos o no estamos en un feminismo moderno es si los que proponen algo, están más pendientes de quitar derechos a las mujeres o de prohibir que las mujeres podamos hacer cosas, o por el contrario, estamos abriendo a más libertad”, decía la líder de Ciudadanos en Cataluña, Inés Arrimadas, durante la presentación del decálogo de principios sobre el feminismo liberal que la formación ha escenificado este marzo. 

Pero, ¿es realmente una alternativa nueva el feminismo liberal? Reivindicar la voz propia de la mujer, no excluir al hombre del trabajo por hacer y la exaltación de la libertad individual (en este caso personificada en las mujeres) por encima de todo, son algunos de los puntos de este decálogo, y que pueden resultar una calcomanía del otro feminismo reivindicado y llevado a la práctica, el de izquierdas, el de tintes socialistas y marxistas, que ha absorbido a otros colectivos homogeneizando una imagen que dista de representar a toda la realidad femenina. Como tampoco lo hace el liberal. 

Este “viejo” nuevo concepto no deja de ser una alusión a la política que impera en el mercado, es decir la no regulación. El aparato económico global es lo suficientemente sabio como para gestionarse por sí mismo, dicen muchos, a pesar de las evidentes desigualdades y carencias que existen. Desde esta perspectiva, la frase “allí donde las mujeres podemos elegir más, allí hay más feminismo”, pronunciada por Arrimadas en relación a la gestación subrogada y la situación legal de la prostitución en España, cobra otro sentido. 

No se trata ya de la visión de un partido, sino de esa obsesión mercantilizadora que no encuentra límites ni fines, ni siquiera en el cuerpo humano o en la condición de inviolabilidad de la que goza toda dignidad humana. Así, más allá de un decálogo teórico, puede verse cómo la gestión práctica que plantea el “viejo” nuevo feminismo liberal es una respuesta de la constante expansión desregulada del mercado, que cada vez abarca más, pide más, exige y ocupa más ámbitos en la organización de la sociedad y en las libertades y derechos de la persona. 

En absoluto es el objetivo de este artículo plantear una visión grotesca basada en un monstruo de muchas cabezas y dientes, el mercado, que devora todo lo que encuentra a su paso. Se trata de algo mucho más serio que una burda caricatura. La incongruencia que plantean determinadas posiciones políticas, defensoras del feminismo liberal, según las cuales un vientre de alquiler o el ejercicio de la prostitución representan las libertades de la mujer, pero que no celebran ni mencionan la rebaja del IVA de los productos de higiene femenina de primera necesidad, supone una alarma, más que una irritación por una simple desavenencia ideológica. 

La alarma de observar la evidencia con la que el libre mercado manifiesta sus presiones y su inmoralidad en la política, a través del neoliberalismo, y cómo no le tiembla el pulso a la hora de mercantilizar el cuerpo humano (ya simplemente hablando de usos) y la concepción de la vida. Se trata de una doble moral preocupante, en tanto que utiliza la cuestión de la libertad para introducir en la sociedad y en las personas, en la cosmovisión general, elementos que representan precisamente una grave restricción del ejercicio de los derechos y las libertades humanas básicas. 

Es erróneo, simplista, el planteamiento que observa el feminismo actual y global como un movimiento ligado exclusivamente a las izquierdas, moderadas y radicales, y que ha asumido la defensa de otros colectivos que plantean una amenaza de determinados valores representativos de la cosmovisión cristiana. Ciertamente, este feminismo no puede representar a todas las mujeres, ni personas, puesto que ha desarrollado una visión excluyente y ha olvidado parte de la historia y los orígenes que le han precedido, estrechamente relacionados con la cosmovisión bíblica femenina del siglo XVIII. Y, todavía más atrás, de Jesús en la esencia del evangelio. Pero tampoco lo hace el feminismo liberal, que también agrupa y dice representar a muchas personas, pero que en última instancia está sujeto a la desregulación mercantil. A veces, la sensación es que este otro “viejo” nuevo feminismo liberal tiende a pasar desapercibido en los debates que se dan dentro de las iglesias, o quizás es visto como menos dañino. 

Pero si se recuerda que es del libre mercado de quien se está hablando, y no de siglas políticas (por muy neoliberales que sean), el mismo que ha impuesto devastadoras políticas de austeridad en los últimos años y que ha acabado con una parte importante del orden social construido alrededor de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la aparición de propuestas como la legalización de la gestación subrogada o de la prostitución, adquieren una apariencia de seriedad y de posibilidad preocupantes. La conclusión de todo ello sigue siendo que, setenta años después de la declaración firmada en Paris, las libertades siguen siendo herramientas de uso político al gusto del consumidor. Y resulta que el libre mercado siempre da al consumidor lo que quiere.

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