“Gobernar a otros”

Hoy vivimos un cristianismo que se esconde en el lujo y la apariencia porque sólo busca el éxito y la grandeza.

11 DE MARZO DE 2019 · 09:00

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Abraham Lincoln es considerado uno de los fundadores de la democracia moderna, tanto por sus ideas, como por el hecho de intentar plasmarlas siempre en la realidad, defendiendo los derechos de todos e incluso llegando a pagar con su vida la lucha contra la segregación racial. En el año 1854 afirmó: "Nadie es lo bastante bueno como para gobernar a otro sin su consentimiento". Un principio absolutamente imprescindible en el gobierno de una nación.              

¡Un principio igualmente imprescindible en el “gobierno” de la iglesia! El  Señor Jesús, la “cabeza” de la iglesia, es nuestro ejemplo por excelencia. Cuando queremos referirnos a lo espiritual, el líder no es el que gobierna o el que se cree con el derecho a hacerlo ¡Ni siquiera se usa esa palabra una sola vez en el nuevo testamento! De lo que nos habla la palabra de Dios es de “siervos”: personas que se dan por completo amando a Dios y a los demás. 

Los principios eternos se aplican ayudando a las personas no gobernándolas. La cruz es nuestro ejemplo, no una mansión espléndida. Lavar los pies de los demás es nuestra labor, no derrochar dinero en apariencias. Tenemos muchos libros sobre liderazgo y diariamente en el primer mundo se organizan congresos y seminarios sobre el mismo tema: esa parece ser la palabra clave en el día de hoy dentro de la iglesia ¡grave error! Seguimos a Uno que vino a servir, a dar su vida por todos, Aquel que no tenía donde reclinar su cabeza ni tuvo ninguna posesión propia. Servimos a quién renunció a todo por amor. 

El mundo fue transformado por los cristianos que vivieron como siervos, entregando sus vidas por los demás. Hoy vivimos un cristianismo que se esconde en el lujo y la apariencia porque sólo busca el éxito y la grandeza. Ha dejado de amar como Dios ama y de entregarse como Dios se entrega. Esa es la razón por la que los líderes de hoy buscan ser aceptados, admirados, queridos, “adorados” incluso… reclaman la autoridad y el honor; viven hablando de Dios si, pero a veces su motivación no es en primer lugar la de ayudar, sino la de cumplir sus objetivos. La Palabra de Dios ha dejado de ocupar el lugar central porque las opiniones de maestros, pastores, apóstoles, profetas, etc. lo domina casi todo. Tanto es así que muchas iglesias se definen por quienes son las personas que las dirigen. 

¿Cuál es el resultado de todo esto? Pablo lo explica a la perfección cuando escribe: “No seamos niños, sacudidos por las olas y llevados de aquí para allá por todo viento de doctrina, por la astucia de los hombres, por las artimañas engañosas del error”(Efesios 4:14). Es el momento de volver al Señor y a su palabra, y dejar a un lado todo lo que hemos inventado para nuestro propio provecho. Es el momento de dejar de ser llevados de un lado para otro por cientos de líderes diferentes, y seguir al único que fue a una cruz en nuestro lugar: el Señor. 

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Con otro ritmo - “Gobernar a otros”