A pie cojo

Porque mido el dolor de esos golpes, sé que es la hora de coger la vida con las dos manos, asumir la realidad sin temblar y descubrir que no tenemos derecho de acurrucarnos en ellos, entregándonos al diminuto placer de complacerlos.

10 DE MARZO DE 2019 · 07:00

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Siempre he sabido que tengo los pies planos, pero no me libré del “Servicio Militar”; no pocas veces me han señalado que ando raro, y el colmo de asumir mi extraño caminar, me llegó tras un desfile que hice como Cabo Primero de Gastadores en la calle principal de la ciudad de Aiún (África Sahariana), tras el cual –y eso que puse todo mi empeño en hacerlo elegante y marcialmente‑ el Sargento de mi cuartel de Sanidad Militar, me dijo: “¿desfilaste cojo? Pater, esto no es lo tuyo” y nunca más fui de la escuadra de gastadores especiales. 

En las últimas semanas he tenido una pequeña infección en uno de los dedos más significativos de mi pie izquierdo, la he sobrellevado lo mejor que he podido, escogiendo el calzado más cómodo, pero sobre todo y pese a la seria molestia, intentando que no se notara mi dificultad para caminar. ¡Lo he conseguido! nadie me indicó nada ¿bondad?; ¿no se fijaron bien?; ¿lo hice fenomenal pese al ligero dolor?; hasta que yo mismo, ante la visita a la Podóloga que me sermoneó recordando que no puedo descuidar mis problemas de heridas en los pies, dada mi diabetes crónica tuve que buscar medicina… Ya a tiempo, queda curada la infección, ya puedo caminar como siempre, pero sin molestar al pie herido. Y ahora, mientras escribo esta confidencia, declarando mi orgullo personal, confesaré que en el fondo pretendía no ser como las personas que cuando tienen una herida se pasan meses y semanas apoyándose en ellas para hacer lo mínimo, como si no tuvieran otras facultades para caminar. Recuerdo a un hermano que, porque no se le eligió para un cargo, desde ese momento sintió como insoportable hacer cualquier otro servicio. Lejos de pensar que podía servir de otra forma se pasaba las horas reabriéndose la herida de su no elección. Conozco a una persona traicionada por su marido, que desde ese día se dedicó a pudrirse. Lejos de asumir la tragedia, dejó que se envenenara todo el resto de su vida: sus hijos que la rodearon de atención y cariño, el afecto de sus amistades y el trabajo que tan diligentemente desempeñaba. Se dedicó a compadecerse, a masticar y remasticar una traición, como si fuera una de esas viudas que se tira a la pira del marido muerto para quemarse con él. Sí, conozco cantidad que personas que se dicen creyentes que viven apoyándose en los “pies” que les duelen, decisiones que tomaron su comunidad, elecciones que se hicieron en corrección pero que no complacieron su “ego” y se contagiaron del virus del rechazo y de la queja crónica. Podrían seguir viviendo aceptablemente, apoyándose un poco más en lo saludable que les queda, pero prefieren dedicarse a lamentar lo que les falta.

“Desde el Corazón” no estoy infravalorando los dolores de tales personas. Puedo comprender la crueldad con que a veces nos sacude y nos hiere la realidad; pero precisamente porque mido el dolor de esos golpes, sé que es la hora de coger la vida con las dos manos, asumir la realidad sin temblar y descubrir que no tenemos derecho de acurrucarnos en ellos, entregándonos al diminuto placer de complacerlos.

Todos sabemos que la condición humana es la mutilación: ningún ser humano pasa mucho tiempo sin que le vengan algunos dolores, pruebas o dificultades o sueños que se desvanezcan. Pero también sabemos que el ser humano tiene la doble capacidad de resistencia de la que creía tener: si le cortan un ala, aprende a volar con la otra. Si le acortan una pierna (pienso en Manolo), se esfuerza a caminar con la otra, con una muleta o con una prótesis… y sigue sirviendo y alabando a Dios. Por otra parte la vida en ocasiones es misteriosa. ¿Cuántas veces al cerrarse una puerta, que parecía abierta para nosotros, no se nos abría otra no menos vivible?.

“Desde el Corazón” recuerdo una experiencia que viví como “aprendiz” de escribidor. Y hablo de mi vida, porque es la que mejor conozco. En tiempos que se debatía sobre la ley del “aborto”, ya hace años escribí un artículo, natural, bíblica y muy acertadamente en contra. En aquellos días, los únicos que claramente se distinguían y escribían en esta defensa de la vida, eran autores católicos, así que escribí mi artículo con el título: Casi me hago Católico. La publicación Revista Catalunya Cristiana lo publicó en primera página, sin obviar el autor: “Rev. Roberto Velert, Pastor Bautista”. Me cayeron “chuzos de punta” de parte del mundo Evangélico: ¿quién era yo para hablar como si fuera el sentir del mundo Protestante?, y otros de este tipo. Incluso un Pastor llegó a decir, “al artículo le sobran cuatro palabras: Roberto Velert, Pastor Bautista”. ¿Cómo podía escribir aquello y en aquel medio un Pastor?. Algunos miembros de mi Iglesia de entonces también me reprocharon el texto. Hoy pienso en aquellas críticas y me sonrío por su inmadurez, y me afirmo en que todo aprendizaje en escribir lleva su calvario y se formó mi filosofía, que si alguien me cierra la puerta, no la voy abrir a cabezazos, sino buscaré otras puertas o ventanas. Y en todo caso, nadie podrá avinagrarme a mí mismo. No seré un escritor, pero seguiré aprendiendo, y aunque sea disimulando mi cojera, no dejaré de caminar.

*Artículo escrito en enero de 2016

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Desde el corazón - A pie cojo