Carta a Jiménez Lozano

Texto publicado por primera vez en Restauración, en septiembre de 1972. 

27 DE FEBRERO DE 2019 · 09:00

José Jiménez Lozano en 2013. / Ángel Cantero, Wikimedia Commons,
José Jiménez Lozano en 2013. / Ángel Cantero, Wikimedia Commons

Una vez, señor J. Jiménez Lozano, dije desde estas páginas que compro muchísimas revistas, pero no las leo todas cuando quiero, sino cuando puedo. Y al regreso de mis viajes no tengo otra alternativa que la de pasar rápidamente sobre el contenido de cada una de ellas, si quiero ojearlas todas. Esto hace que se me escapen noticias y artículos que debería leer.

Yo estoy suscrito a Vida nueva, la revista católica donde tiene usted su cátedra. Leí la presentación que hizo el director de usted y de su “bloc de noticias” con ilusión y esperanza. Creía yo que su colaboración aportaría algo nuevo y vivo a la Vida nueva. Pero me engañé. Le leí a usted varias semanas y luego me limité a repasar los títulos de sus notas.

Y ya ve usted. Ni siquiera me enteré cuando se metió con Restauración en el número del 29 de enero último. Empezando el verano, en junio, un amigo me lo dijo. Me dijo que en la página 35 de dicho número usted aludía en tono menor a esta revista. Me costó trabajo repasar mi colección de Vida nueva y encontrar su dedicatoria.

Es usted libre, señor Jiménez Lozano, con la libertad que le ha dado el Vaticano II, de decir que Restauración “vale bien poquito”. ¡Qué quiere usted, señor mío! Restauración no es una revista católica; no tiene apoyo de obispos liberales, como lo dice Roca viva en su número del verano, ni cuenta con la ayuda de sacerdotes que hacen el juego a todas las ideologías para estar a bien con todos y sacar de todas partes, ni ha recibido jamás un céntimo del Estado español por ningún concepto. Y los que escribimos Restauración, señor Jiménez Lozano, nos hemos hecho a nosotros mismos, sin un aliento, sin un estímulo, con mucha oposición de todas partes. Feliz usted y felices otros muchos escritores católicos españoles que, como usted, deben su situación y hasta su cerebro al apoyo de la religión oficial. Ustedes publican un libro que en asignatura escolar no pasaría de aprobado y tienen cien revistas y periódicos que airean su libro y alaban al autor. Nosotros, los marginados, escribimos una obra sobresaliente y lo único que logramos es una tupida cortina de silencio en torno a nosotros y a nuestros libros. Destacar en este país sin ser católico practicante ya es difícil, pero querer destacar no siendo católico es obra de titán. Con todo, le puedo asegurar a usted que el triunfo nuestro, por dificultoso, es más triunfo; más limpio, sabe mejor. Proporciona aire fresco a nuestros pulmones y el pecho se hincha de un orgullo más legítimo.

Falla usted, señor mío, al escribir que Restauración es una revista “que se llama protestante”. No lo es. Llevamos publicándola desde enero de 1966. Ni una sola vez hemos dicho que sea una revista protestante. Es una revista cristiana. Por eso, por no ser protestante, es por lo que “no se nota en ella mucho el espíritu de la Reforma”, según sus propias palabras.

¡Es natural! Ni mucho, ni poco, ni nada. La Reforma no es nuestra, señor Jiménez Lozano, sino suya, de ustedes, católica. Lutero no fue un reformador espiritual al estilo de los líderes cristianos que originaron los grandes avivamientos espirituales de los siglos XVIII y XIX. Lutero fue un sacerdote rebelde, un monje disconforme con su propia doctrina. No lo olvide usted nunca. A Lutero le preocupó más combatir al Papa que instaurar las doctrinas del Nuevo Testamento. Si Lutero hubiese tenido en sus días el Catecismo holandés, no habría combatido al Vaticano. Hoy día hay en la Iglesia católica sacerdotes, obispos y hasta cardenales que van más allá de lo que fue Lutero en su crítica al papado. Usted lo sabe bien. ¿O no lo sabe? Quédense ustedes con Lutero. Les pertenece. Es suyo. Por nuestra parte, tenemos suficiente con Cristo.

Y a todo esto, ¿qué le llevó a usted a hablar de Restauración? Se lo voy a contar a mis lectores: a usted le molestó que dijésemos que la Iglesia católica recibe seis mil millones de pesetas anualmente del Estado español. Pues quiera usted o no quiera, le guste a usted o no le guste, así es. Y documentos tengo donde numerosos grupos de sacerdotes piden que no cese esta contribución del Estado a la Iglesia.

Un diablillo loco me ha traído a la mente aquel cuento árabe de la verruga. El criado del señor tenía una, grande, en plena frente. Y el señor aprovechaba esta circunstancia para irritar a su criado. Como éste protestara, el señor le dijo un día: “Si no quieres que te hable de la verruga que llevas en la frente, extírpatela”.

Pues eso: si no quieren ustedes que se hable de los millones que el Estado le regala a la Iglesia católica, renuncien a ellos.  Aunque me temo que antes pasará el camello por el ojo de la aguja que ese milagro se produzca.

Nada más, señor Jiménez Lozano. Se lo digo a usted de corazón. Quisiera que nuestro próximo encuentro lo fuera en sendero de menos polvo.

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