“Historia de los orígenes de la obra evangélica nativa en Canarias”, por Agustín Santana

Surge eso que llaman cargo de conciencia. ¿Quién va a trabajar en las Iglesias de Santa Cruz y la Orotava? Todo estaba previsto desde las alturas.

07 DE FEBRERO DE 2019 · 15:00

Agustín Santana. / CEC,
Agustín Santana. / CEC

Año 1951. En marzo llego a Santa Cruz de Tenerife para iniciar el servicio militar que yo había elegido voluntariamente. Me identifico con las iglesias en Santa Cruz y en la Orotava, pastoreada por el canario nacido en Cuba, Emiliano Acosta. Congenio con él, me identifico con su trabajo, me convierto en su ayudante.

Año 1953. De nuevo en Marruecos, licenciado ya del Ejército, recibo carta de Emiliano Acosta con carácter de urgencia. Me dice que regresa de inmediato a Cuba y los dirigentes de ambas iglesias me piden que tome su lugar.

Allá voy.

Año 1955. Otra carta urgente. Esta vez procede del pastor de la Iglesia Bíblica de Tánger, Rubén Lores, Iglesia en la que yo había sido convertido. Dice que deja Marruecos y se va a Nueva York. Que la Iglesia pide que yo regrese como pastor de la misma.

Allá voy.

Pero surge eso que llaman cargo de conciencia. ¿Quién va a trabajar en las Iglesias de Santa Cruz y la Orotava? Todo estaba previsto desde las alturas. Las alturas más altas.

Aquí entra Agustín Santana. Había sido convertido en la Iglesia Evangélica de Las Palmas que entonces pastoreaba el norteamericano Jaime Carder. Buen observador y detector de dones, se fijó en los que Dios le había dado a aquél joven. Hizo las gestiones necesarias para que Agustín estudiara en el Seminario Bíblico Latinoamericano de Costa Rica. Allí permaneció tres años. Regresó a su isla justo cuando yo hacía los preparativos para mi traslado a Tánger. El mismo domingo que fue presentado a su Iglesia tras su graduación en el país centroamericano yo me trasladé a Las Palmas. Aún recuerdo su sermón sobre tres parábolas del Evangelio de Lucas.

Allí hablé con él.

Le expuse el problema. Yo regresaba a Marruecos, las iglesias en Santa Cruz y la Orotava quedaban sin pastor. En conversación con los dirigentes les expuse la posibilidad de Agustín Santana. Ellos estuvieron de acuerdo. Era Santana quien debía decidir.

Después de la larga conversación entre nosotros dos Santana fijó un tiempo de consultas con quienes podían aconsejarle. El principal de ellos, su pastor, Jaime Carder, estuvo de acuerdo. Agustín Santana tomó el manto que a mí me había dejado Emiliano Acosta y se trasladó a la vecina isla de Tenerife.

Dos meses estuvimos juntos antes de mi partida. Familiarizó con las iglesias en Santa Cruz y la Orotava. En “guagua” recorrimos durante aquél tiempo pueblos del norte y del sur de la isla donde había familias convertidas a las que había que atender, porque no tenían iglesias cercanas. Fueron días de duro caminar, de comer y dormir donde podíamos, de cansancio y de regocijo. Es bonito recordar cuando uno escribe de un amigo muerto. Cuando se construye una amistad sobre una base sólida, como era nuestro común servicio en la tarea que nos encomendó aquel Maestro de Galilea.

Agustín Santana ejerció el pastorado en la Iglesia en Santa Cruz de Tenerife hasta que recibió otra llamada, la de Dios, que lo había destinado a una nueva vida. Ya lo dijo el cantante: “cuando un amigo se va, algo se muere en el alma”.

El escritor y crítico italiano Giuseppe A. Borgese dijo que la familia es como una iglesia natural. Santana fue a lo largo de toda su vida un hombre muy apegado a la familia que creó con Petra Bonilla y orgulloso de sus descendientes. A ellos les dedica el libro que estoy comentando. A sus hijos Pablo, Samuel, Daniel, a sus nietos y nietas Jairo Samuel y Eunice Ester, agradeciéndoles la ayuda que tuvo de cada uno de ellos en la fijación de las páginas.

La Historia de los orígenes de la obra evangélica nativa en Canarias revela al escritor que Santana llevó oculto en la parte íntima del ser, balanceado en una memoria fiel. El autor pertenece a esa raza de pastores evangélicos a quienes la fe llevó a mover montañas de dificultades, triunfando sobre las circunstancias contrarias en una sociedad cerrada y hostil. Nombres y hombres que batallaron en primera línea del protestantismo español a partir de los años 50.

El libro de Santana se estructura en veinticinco capítulos. Los que abren el libro están dedicados a documentar el trabajo de los primeros misioneros ingleses que llegaron a las islas: Charles Bacrrer y Robert McGarva. Santana se extiende en destacar la labor de los colportores que entre 1835 y 1935 navegaron las siete islas y patearon sus pueblos ofreciendo Biblias a los habitantes. Los capítulos tres al once, que se detienen en 1937, forman una monografía histórica de ámbito especializado sobre la colectividad evangélica canaria. En estas páginas abunda la relación de nombres. Aquí aparecen los últimos gigantes de la fe que sembraron la Palabra: Jaime y Elena Carder, Humberto Bartlett, Vicente Phillips, Manuel González, Emiliano Acosta y otros hombres y mujeres.

Hay que agradecer a Santana la cantidad de fotografías que logró reunir y que enriquecen la obra. Se trata un documento gráfico único y excepcional. 

El historiador británico Carlyle dijo que el arte de escribir es la cosa más milagrosa que el hombre ha imaginado. Santana cultivaba este arte con un estilo propio, en frases propias, no inventa, narra, cuenta todo lo que sabe y sobresale en la historia de los evangélicos canarios.

El autor define su propia obra como intención de “hablar del pueblo evangélico canario como una comunidad viva y activa con cierto raigambre y actividad religiosa en la región”.

Es la historia de los evangélicos en las Islas Canarias. Una historia que Agustín Santana resumió admirablemente sin apoyarse en trabajos ajenos, siguiendo apuntes personales, preguntando, investigando, manejando con pulcritud y honradez intelectual las escasas noticias disponibles.

Ahora se habla mucho de recuperar la memoria histórica. De esto, de recuperar una determinada memoria histórica trata Agustín Santana en las páginas que siguen. Memoria histórica de una andadura que estuvo sembrada con intención de espinar es la que recupera en este libro para los hijos de aquellos evangélicos canarios o canarios evangélicos que, como reconocemos cantando, sufrieron y murieron por la fe.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El punto en la palabra - “Historia de los orígenes de la obra evangélica nativa en Canarias”, por Agustín Santana