Cambios

Y era extraño que, a pesar de posicionarse del lado de lo divino, las cosas les iban de mal en peor.

01 DE FEBRERO DE 2019 · 08:10

Los ciudadanos rogaban al cielo por el cambio de los desviados. / Foto: Rosie Fraser.  (Unsplash CC),
Los ciudadanos rogaban al cielo por el cambio de los desviados. / Foto: Rosie Fraser. (Unsplash CC)

Érase una vez una sociedad teocrática en extremo.

Todas las personas e instituciones respetaban los dictados religiosos, desde el más encumbrado al más humilde, todos contendían con rotundidad por la fe que les era común.

Y era extraño que, a pesar de posicionarse del lado de lo divino, las cosas les iban de mal en peor.

La juventud crecía rebelde, los ancianos eran ociosos, juguetones e ingratos, y en general la mayoría se entregaba a conductas dudosas.

Como buenos religiosos que eran, todos pretendían que cambiasen los otros, así que los clérigos convocaron a los ciudadanos para rogar al cielo por el cambio de los desviados.

Se celebraron gloriosas campañas de oración en estadios olímpicos guiadas por los mejores líderes. No faltó nadie a la cita.

Pero nada, el eterno no contestaba y consecuentemente nadie cambiaba.

Pasado un año de ruegos, corrió la voz de que un ciudadano había recibido contestación de lo alto. Fue convocado por las autoridades religiosas para dar razón de ello.

— Y bien, dices que tus ruegos han recibido contestación. Explícate.

— Veréis, cada mañana madrugaba para rogar por mis familiares y amigos pecadores, con el expreso deseo de que fuesen mejores personas y se pareciesen más a mí.

—¿Y bien?

—Pues nada, la divinidad me daba largas. “Sí…, quizá si eso luego…”, o “las cosas de palacio…”, o “hoy no…, mañana”, etc. No recibí respuesta alguna. Hasta que se me ocurrió otra cosa.

—¿Qué?

¿Qué tal si rogaba para que me cambiase a mí en lugar de los otros? Y efectivamente, fue hacer esa petición que instantáneamente me cambió la vida, y os conjuro para que lo comprobéis vosotros mismos… ya no soy el mismo. Probadlo también vosotros, veréis que funciona.

Los clérigos disimularon la sorpresa y convinieron en decir que el supuesto cambio personal de aquel sujeto procedía de su escasa generosidad, el cual pensaba más en sí mismo que en otros.

Y como tenían un corazón tan magnánimo, también a él lo incluyeron en la lista preferente de oración de personas que necesitan cambiar su conducta.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Cuentos - Cambios