No te laves las manos

El Señor nunca nos va a aprobar el no haber hecho nada, sino que nos va a preguntar que qué hemos hecho a favor de la dignidad y de la búsqueda de justicia para con el prójimo.

22 DE ENERO DE 2019 · 16:00

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No deja de ser curioso que, ante las situaciones de injusticia del mundo, la marginación y empobrecimiento de tantas personas, la opresión de los pueblos y de tantas personas, la trata de personas y la situación de inseguridad en la que se encuentran tantos prójimos nuestros, intentemos justificarnos con esta frase, ya sea dicha o pensada de alguna manera: Yo no he hecho nada. Somos como Pilatos. Nos lavamos las manos como si con eso tranquilizásemos a nuestra conciencia.

Pues bien, lavarse las manos no nos justifica ni ante Dios ni ante el prójimo apaleado. El cristiano no puede ser un ser pasivo que se limite a decir, simplemente, que él no ha hecho nada para aumentar el sufrimiento, la pobreza, la opresión o exclusión del prójimo que se siente excluido de los bienes del planeta tierra. El Señor nunca nos va a aprobar el no haber hecho nada, sino que nos va a preguntar que qué hemos hecho a favor de la dignidad y de la búsqueda de justicia para con el prójimo. La contrapartida de lavarse las manos es usarlas y mancharlas en el servicio al otro.

Cuando tenemos miedo de sentirnos culpables de algo, la tendencia humana, en muchos casos de insolidaridad para con el prójimo, es caer en disculparnos y acallar nuestra conciencia con la frase: Yo no he hecho nada contra el prójimo. Eso es lavarse las manos hipócritamente. Sí. Porque la pregunta bíblica nos cambia y trastoca la afirmación al preguntarnos si hemos hecho algo por el prójimo que nos necesitaba en un momento dado. La fe siempre es activa en la producción de las obras de la fe.

Nos gustaría ser inocentes ante los sufrimientos del prójimo encogiéndonos de hombros y, con indiferencia, seguir tranquilizando nuestra conciencia con la frase de que no hemos hecho nada o similares. Sin embargo, en la Biblia, para los seguidores de Jesús, lo que hay son imperativos de acción samaritana: “Ve y haz tú lo mismo”.

El gritar que no hemos hecho nada, el lavarnos las manos hasta despellejarnos la piel, nos convierte en seres insolidarios, malos prójimos que pasan de largo. Ante esto, la Biblia se quiere acercar a nuestro oído sigilosamente para lanzarnos con dureza este aserto bíblico: “El que sabe hacer lo bueno y no lo hace, le es contado por pecado”. ¡No! No se trata de ser pasivos, de pasar de largo de forma inmisericorde ante el prójimo apaleado y tirado al lado del camino, para luego intentar autojustificarse con la afirmación de que no hemos hecho nada. 

Ese no hacer nada, ese comportamiento de Pilatos de lavarse las manos, ese pasar de largo de las situaciones injustas de la vida sin hacer nada, esa imposibilidad que, a veces, tenemos de no sentirnos movidos a misericordia, es uno de los grandes pecados en los que nos hace caer Satanás de forma sibilina. 

Nos da miedo sentirnos culpables, pero respiramos solamente por nuestra propia herida. Ese ser insolidario y dar la espalda al sufrimiento de los pobres y desheredados de la tierra, no es propio de la vivencia de la espiritualidad cristiana que nos llama a mancharnos las manos solidariamente y como práctica del amor. Mejor mancharnos las manos en la acción solidaria, que mantenerlas limpias de forma hipócrita. El no hacer nada es ser un mal prójimo incapaz de ser movido a misericordia. 

Si pensamos que la pobreza en el mundo, que el sufrimiento de tantas personas, que el mal que se da en nuestra ciudad, en nuestro barrio, en mi país o en el mundo, no es, para nada, responsabilidad mía, es que no hemos entendido el Evangelio, aunque estemos cumpliendo con todas las apariencias, cultos, rituales y sacrificios del mundo.

El seguidor de Jesús no es aquella persona que no hace nada ante las injusticias del mundo, aunque caliente miles y miles de veces los bancos de las iglesias. El seguidor de Jesús debe ser una persona activa que se mancha las manos y usa lo que tiene para dignificar y liberar personas del yugo de esclavitud que es el gran escándalo de la justicia en el mundo. Si no, podríamos ser simples cómplices de la opresión y la injusticia en la tierra que tanto y tanto denunciaron los profetas y Jesús mismo.

No creamos que allí, refugiado en nosotros mismos, escondidos, aunque se en el mismísimos templo, pero de espaldas al dolor y la injusticia humana, vas a poder gritar al mundo que no eres culpable. El dedo denunciador de la inacción insolidaria con el prójimo nos estará señalando y diciendo que también los inactivos son culpables. Hay que cambiar, hay que actuar, hay que hacer caso del imperativo samaritano que se sintió movido a misericordia ente el prójimo apaleado: “Ve y haz tú lo mismo”. De lo contrario, seremos malos prójimos, aunque nuestra conciencia se acalle con nuestro afirmar continuamente que no hemos hecho nada, con nuestro falso lavado de manos que seguirán siendo impuras.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - De par en par - No te laves las manos