Carta abierta de las ovejas olvidadas pero no perdidas

Piensen lo que piensen otros hermanos –los cuales lo verán meramente como excusas-, expondré el porqué muchos no quieren ser parte de una iglesia evangélica contemporánea.

ESPAÑA · 18 DE ENERO DE 2019 · 19:16

Foto de DanielBrachlow en Pixabay,
Foto de DanielBrachlow en Pixabay

Querido Diego[i], en primer lugar quisiera felicitarle por su carta. Hacía años que las palabras escritas por otro hermano no me llegaban al corazón tan profundamente, y seguro que muchas otras “ovejas olvidadas” han sentido lo mismo. No puedo expresar hasta qué grado he sentido su sinceridad y afecto. Así que desde este otro lado de la pantalla le doy las gracias con todo mi sentir. 

En segundo lugar –y será aquí donde me extienda-, aunque estoy seguro que conoce muchos casos ya que los ha descrito, quisiera expresarle también el pensar general que tenemos aquellos que estamos en la otra cara de la moneda, para que así algunos puedan empatizar como usted lo ha hecho tan gentilmente. ¡Ojalá muchos mostraran su mismo corazón!

Es triste que muchos creyentes –que verdaderamente han nacido de nuevo- hayan dejado de congregarse, siendo el que escribe uno de ellos. Es algo que nunca debería suceder, pero a la vista está que es más habitual de lo que nos gustaría reconocer. Muchos dirán que solo tenemos excusas, que no queremos poner de nuestra parte, que en verdad no estamos entregados al Señor o que queremos vivir a nuestro libre albedrío sin responsabilidades eclesiales. En otros casos somos tachados de pecadores, apóstatas, egoístas, resentidos, amargados, solitarios, faltos de fe o desobedientes a la Palabra de Dios, que nos hemos enfriado. Este tipo de ideas y expresiones solo son piedras que nos lanzan y nos llevan a alejarnos aún más. Por mucho que lo aderecen dedicándonos “cariñosamente” textos bíblicos, especialmente el famoso “no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre” (He. 10:25), no vemos un interés genuino en nosotros como seres humanos, solo que vayamos para que “la iglesia esté llena”, “diezmemos” y “sirvamos sin rechistar en lo que nos digan”. Se mide nuestra espiritualidad, valía y ser si hacemos estas cosas, y no por el fruto del Espíritu.l

Piensen lo que piensen otros hermanos –los cuales lo verán meramente como excusas-, expondré el porqué muchos no quieren ser parte de una iglesia evangélica contemporánea. Hay más razones, pero por falta de espacio me es imposible citarlas y desarrollarlas:

1. Doctrinas perniciosas y abuso espiritual

Es extraña la iglesia local donde, en mayor o en menor medida, no se ha infiltrado en los últimos años alguna falsa doctrina, como la teología de la prosperidad, la confesión positiva, las maldiciones generacionales, la cartografía espiritual o los conceptos humanistas sobre el éxito (que se asocia a la bendición de Dios y al pecado cuando no llega), ideas apoyadas por pastores que se hacen llamar a sí mismos “ungidos de Jehová” y que son intocables a pesar de que tienen una moral para ellos y otra para el resto de la congregación. En el momento en que dices algo en contra y lo denuncias, eres acusado de rebelde, de ser el anticristo y de estar haciendo la obra de las tinieblas. Al final, o pasas por el aro o sales escaldado; te vas o te echan. Nadie en su sano juicio querría compartir su vida con aquellos que le han humillado y abandonado. Y si vas a otra iglesia local con intención de sanar tus heridas pero observas nuevamente alguna de estas mentiras, corres o no paras de correr. Al final, te cansas de buscar y llega un momento en que el ánimo no da para más. Prefieres vivir con los tuyos y en paz.

2. Marginación

Los solteros adultos, los viudos y viudas, junto a los ancianos, entre otros grupos, suelen ser sistemáticamente marginados, ya que no se les hace partícipes de la vida fuera de las cuatro paredes del local. Encuentran más vida y calor entre sus familiares, compañeros de trabajo y conocidos inconversos. Parece que lo único importante es “ir a la iglesia”. El “ya quedaremos”, “a ver si nos vemos” o “cuando pueda te aviso” que les dicen son frases que suenan a propósito de enmienda, pero que se quedan en bonitas palabras que se las lleva el viento. Lo habitual es “no existir” para los demás los días que no hay “culto”. Eso sí, cuando no asisten durante semanas o meses luego les dicen que “les echaron de menos”. Dichas palabras resultan hasta hirientes y son incongruentes: ¿cómo se sostienen si en ese tiempo nadie los llamó por teléfono ni quedó con ellos? 

3. Hastío ante la soberbia

Es terrible escuchar a pastores y hermanos día tras día menospreciar a otras iglesias locales porque unos son calvinistas y ellos arminianos, porque unos creen en el milenarismo y otros no, porque unos creen en los dones y otros piensan que han cesado, y demás diferencias entre escuelas e interpretaciones teológicas. Los complejos de superioridad y las críticas sin misericordia resultan insufribles a oídos del alma, sobre todo cuando se promulgan desde el púlpito y el liderazgo.

La suma de los tres puntos reseñados y otras cuestiones que he dejado en el tintero explica “nuestros porqué”, se acepten o no, y que suele ser fruto de una liturgia rígida que convierte a los cristianos en espectadores bajo una estructura imposible de cambiar, donde lo que prima es la inversión económica para asuntos secundarios o no bíblicos, y la importancia de la asistencia. No buscamos una iglesia perfecta ya que nosotros no lo somos, pero hay cosas por las que ya no pasamos. 

Estas ideas las he expresado en persona y por escrito en varias ocasiones y siempre caen en saco roto. Por eso su carta ha sido aire fresco. Como puede ver, querido hermano Diego, los que hemos dejado de congregarnos no ha sido por causas menores o por cualquier circunstancia. Pero créame: seguimos teniendo comunión con el Señor, seguimos amándole por encima de todas las cosas, seguimos escudriñando las Escrituras y gozándonos en ellas, seguimos haciendo su obra tal y como la sentimos (aunque sea fuera del local), seguimos predicando el Evangelio siempre que podemos, seguimos compartiendo conversaciones sobre nuestro Dios con otros hermanos en la misma situación, y seguimos anhelando Su regreso. Así que, un día, todos nosotros, tanto los que se reúnen a la manera tradicional como los que no, nos volveremos a juntar en Su presencia. Hasta que ese día llegue, reciba el mayor de los abrazos de parte de todas las ovejas olvidadas pero no perdidas: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano” (Jn. 10:27-28).

 

Jesús Guerrero Corpas – Autor – España 

 

[i] Este escrito es la respuesta al hermano Diego Iglesias ante la emotiva y sensacional carta que publicó en este medio hace unos días y que tituló “Carta abierta a las ovejas olvidadas”

(http://protestantedigital.com/tublog/46244/Carta_abierta_a_las_ovejas_olvidadas). Como una de esas ovejas, he aquí mis palabras.

 

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - JESÚS GUERRERO CORPAS - Carta abierta de las ovejas olvidadas pero no perdidas