Bartimeo el ciego

La curación del ciego que además aparece con su nombre, es el último milagro que se registra en el evangelio de Marcos.

18 DE ENERO DE 2019 · 09:00

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Llegaron a Jericó. Y cuando ya salía Jesús de la ciudad seguido de sus discípulos y de mucha gente, un mendigo ciego llamado Bartimeo, hijo de Timeo, estaba sentado junto al camino. Al oír que era Jesús de Nazaret, el ciego comenzó a gritar: 

–¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí! 

 Muchos le reprendían para que se callara, pero él gritaba más aún: 

–¡Hijo de David, ten compasión de mí! 

Jesús se detuvo y dijo: 

–Llamadle. 

Llamaron al ciego y le dijeron: 

–Ánimo, levántate. Te está llamando. 

El ciego arrojó su capa, y dando un salto se acercó a Jesús, que le preguntó: 

–¿Qué quieres que haga por ti? 

El ciego le contestó: 

–Maestro, quiero recobrar la vista. 

Jesús le dijo: 

–Puedes irte. Por tu fe has sido sanado. 

En aquel mismo instante el ciego recobró la vista, y siguió a Jesús.

Marcos 10:46-52

Este suceso ocurre alrededor de la Pasión. Es el último viaje de Jesús a Jerusalén. No está solo, sus discípulos y otros seguidores van con él. Se dirige hacia la cruz, pero todavía tiene que hacer algunas obras más que pongan la puntilla al deseo que tenían de crucificarle. 

La curación del ciego que además aparece con su nombre, es el último milagro que se registra en el evangelio de Marcos. Sabemos de otros milagros en los que el nombre de la persona permanece anónimo. A Bartimeo, hijo de Timeo, se le conoce  porque a partir de recobrar la vista comienza a  formar parte del grupo de Jesús.

La fama de Jesús se ha extendido. Hasta este capítulo de Marcos había hecho muchos milagros. Había curado a la suegra de Pedro, a un leproso, un paralítico, a la hija de jairo, a la mujer con hemorragia, da de comer a multitudes, anda sobre el agua, cura a un sordo y tartamudo, había sanado a otro ciego en Betsaida y había echado fuera a muchos espíritus inmundos, endemoniados y curado a muchos enfermos.

Por eso Bartimeo sabe quien es Jesús, que aquel día se le presenta por sorpresa y al oír el revuelo no lo piensa dos veces y comienza a llamarlo "Hijo de David" que era un título Mesiánico. Es la primera persona que lo llama así. Cree que es el Mesías y grita su fe en él con desesperación. Era una oportunidad única y no paró hasta ser oído.

Mientras que los entendidos del lugar están ciegos ante la presencia del Mesías, un mendigo ciego ve su presencia. Sabemos que no sólo vemos con los ojos sino también con el entendimiento y con la revelación que nos da el Espíritu del Señor.

Puede ocurrir que cuando una persona busca a Dios encuentre oposición de parte de los que le rodean, la propia familia, los amigos, compañeros de trabajo, la sociedad en general. Y eso fue lo que le pasó al ciego. Todos querían que se callara. Molestaba.

Había que ocultar su presencia. Taparlo para que al Maestro le pasara desapercibido, pues, según ellos, no podía perder el tiempo con alguien así. 

Bartimeo, por su condición de ciego y mendigo, recibe desprecios. Pero su necesidad es tan grande que no hace caso de nadie y grita aún más, porque está seguro de lo que quiere. Sabe lo que quiere con toda certeza y sabe que este es su día. Y resulta que el oído de Jesús se agudiza y le oye, porque quiere oírle en medio de tal barullo. Tiene una sensibilidad especial con los necesitados y sabe que esos gritos provienen de uno que ha recibido la certeza de quien es él y en ese desgañitarse está depositando públicamente toda su fe.

Los que se arremolinaban junto a Jesús se sienten superiores y desean acaparar todo el tiempo y el espacio. Sin embargo, cuando Jesús presta atención a Bartimeo, hipócritamente cambian de actitud y quieren ayudarle. Vemos lo fácil que resulta que la masa cambie de pensamiento, de rumbo. La masa, curiosa, como veleta movida por el viento, primero ordena con una insistencia y autoridad que no le pertenece lo que el ciego no tiene que hacer, para pasar enseguida a decirle, a gritos también, "Te está llamando". 

Hago aquí un breve inciso para recordar que en este mismo capítulo vemos que ocurre lo mismo cuando le traen niños a Jesús. Los discípulos los reprenden porque los pobres, los enfermos, los niños, son gente que no interesa, no trae cuenta prestarles atención. A continuación, sin embargo, después de bendecir a esos niños, llega el joven rico corriendo y nadie, por su estatus, osa apartarlo.

Bien, continuo con la historia del ciego.

Jesús manda a estos, que actuando como protagonistas del evento antes le hacen callar, que se lo traigan. No los anula, no los desprecia, más bien, ante su querer apartar a Bartimeo en primera instancia, los quiere hacer partícipes de la alegría que viene a continuación. Les da la oportunidad de redimirse de su primera actuación. Estas son las maneras de Jesús cuyo comportamiento me asombra.

Podemos preguntarnos si los que ahora animan al mendigo se sienten también llamados por Jesús o, para ellos, no es más que una mera fiesta de alguien con poderes, de un taumaturgo que hace acto de presencia en el lugar y que va de aquí para allá como de feria en feria. 

Bartimeo se levanta y tira su manto, seguramente la única posesión que tiene. Los que entienden dicen que se puede interpretar que tirar el manto el un símbolo de dejar su vida atrás y que puede tratarse del talit, blanco con rayas, que los judíos debían llevar puesto todo el día. El ciego sabe que al ser llamado por Jesús algo grande le va a ocurrir. Sea lo que sea su vida no va a ser igual después de este encuentro. 

Jesús no le prohíbe que le llame "Hijo de David", que manifieste quien es como hace en tantas otras ocasiones cuando hace un milagro y manda callar. Parece que todo el secreto que ha querido guardar sobre quien es él se desvanece y ya no importa que se sepa. Pronto le van a prender. Sin embargo, aunque Jesús no se lo prohíbe, es la gente quien quiere que Bartimeo se calle.

 "¿Qué quieres que haga por ti?", pregunta Jesús y Bartimeo necesita dos cosas, recobrar la vista y que esto le lleve a tener un cambio radical en su vida.  

El ciego le llama "Rabboní". Esta palabra contiene una carga emocional grande. Le estaba llamando "Maestro mío" y podemos imaginarnos el desgarro y la desesperación con que la pronuncia. "Maestro mío", lo llama "mío", y lo demuestra siguiendo a Jesús a partir del momento de su curación. 

Sabemos que este hombre había perdido la vista y eso le llevó a ser, además de ciego, mendigo. Pasó de estar en la luz a la oscuridad. Bartimeo conoce ambos estados y sabe en carne propia lo que significa sentirse perdido, por eso no tuvo problema en proclamar su necesidad.

En él podemos notar tres estados: Primero: Está sentado. Segundo: Se pone en pie. Tercero: Sigue al Maestro.

Bartimeo sigue a Jesús después de recobrar la vista. Según la traducción correcta, se hace acólito, que significa seguimiento vocacional, un seguir que es para siempre. Ha sido seducido por Jesús y forma parte de su grupo. Se le han abierto los ojos. Le pasa lo mismo que a Job (Job 42:5). "De oídas te conocía, más ahora mis ojos te ven". Ahora el ciego ve a Jesús y no necesita que se lo cuenten.

Comprobamos que Jesús, cuando hace el bien, no busca protagonismo, da todo el protagonismo a quien se le acerca. "Tu fe te ha salvado", "tu fe", le dice a Bartimeo, no le dice "por mi poder te he curado", sino que refuerza y anima a la persona a no perder su fe, e insiste en que gracias a ella se ha curado. 

La vida del que ya ve se abre a un tiempo nuevo. De ser escoria pasa a ser persona con significado. Jesús restaura e integra en la sociedad a los despreciados y les da un estatus. Un estatus de respeto tan necesario como el que tenía el joven rico, a quien nadie se atrevió a reprochar su acercamiento al Maestro. 

Al curarse por fuera, el ciego se cura por dentro. Cuando Jesús sana, el ser se transforma por completo.

Podemos interpretar la ceguera como la necesidad de Dios. Dejar de ser ciegos es entrar en la comunidad de Jesús. La vida apartada de Dios es una negrura que nos conduce a la mendicidad, que nos sitúa al borde del camino en vez de en el propio camino. 

Termino con los tres puntos que tienen que ver con los estados de Bartimeo: 

1º Estar sentado. ¡Cuántos están ajenos a su ceguera y piensan que lo ven todo! Se ven perfectos y sin necesidad de buscar la luz, saben de Jesús pero deciden, orgullosos, quedarse pasivos, sentados junto al camino. 

El orgullo proporciona ceguera. 

El egoísmo proporciona ceguera. 

Creer que se tiene razón en todo proporciona ceguera.

Creerse superior proporciona ceguera.

Pensar que se tiene todo produce ceguera.

Convencerse de que se conoce todo de Dios proporciona ceguera.

Esto es muy ampliable.

2º Ponerse de pie. Reconocer que necesitamos de Jesús es ponerse de pie. Querer formar parte de Jesús conlleva un resorte que nos levanta de inmediato. Tener necesidad es indispensable para el seguimiento.

3º Seguir al Maestro. Para encontrarse con Jesús tiene que haber una necesidad de cambio, de estar sentado pasar a levantarse y a seguir. Tomar esta decisión es recibir la salvación, es como resucitar por primera vez a una nueva vida, algo que nos lleva a estar con él siempre, sin necesitar de otras maneras de vivir que existen, que conocemos y que hemos vivido.

 De un modo u otro estábamos junto al camino esperando la luz y apareció Jesús, quizá también por sorpresa como le ocurrió a Bartimeo. El Salvador vino a servir a los que de por sí éramos siervos y esclavos de nuestras propias circunstancias. Se nos acercó y nos acercó a él y, a partir de entonces, proclamamos nuestra fe con la misma necesidad que el ciego. Hemos conocido la oscuridad y la luz. Estábamos pasivos fuera de la luz y vivimos con los ojos abiertos a una nueva existencia.

Jesús quiere para nosotros lo mismo que él tiene. Conoce nuestras carencias y quiere llenarlas con lo bueno que sale de su persona.

Cuando seguimos al "Yo soy la luz",  ahí se nos acaba la ceguera. Jesús nos hace para los otros luz que ilumina dondequiera que estamos, ya sea dentro o fuera de la congregación. La luz, además, nos lleva a reconocer con compasión y misericordia la profunda ceguera que hay en el prójimo.

¿Y qué es el camino? Es la iglesia en movimiento, reformándose en una sola dirección, hacia adelante, hacia Jesús. El camino es un estado de ruego permanente, de estar pidiendo cada día "Jesús ten compasión de mí", y disfrutar, al mismo tiempo, de los dones del Espíritu Santo, del amor, de la amabilidad, del gozo, de la alegría, de la paz, etc.

Termino con un pensamiento de Plutarco Bonilla: "Cuando Jesús pasa, algo pasa". Cuando Jesús pasa, el alma se desnuda y se ve obligada a enfrentarse crudamente a sus propios valores. Y la vida cambia cuando, al paso de Jesús, el alma desnuda... obedece. 

 

Escrito con la ayuda del Comentario Bíblico Latinoamericano. Nuevo Testamento. Grupo Editorial Verbo Divino.

En Diciembre de 2013 se publicó en este mismo medio el relato El hijo ciego de Timeo.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Tus ojos abiertos - Bartimeo el ciego