Echar sal a la hermosura

La hermosura, sea física o espiritual, tiene el poder intrínseco de brillar, es algo incontrolable, llama nuestra atención.

04 DE ENERO DE 2019 · 10:00

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Me gusta observar a la gente cada vez que la oportunidad se me presenta. El comportamiento humano da mucho de sí y también mucho de no. Comienzo comentando el recuerdo de uno de los capítulos de Los Simpsons en el que Homer ve la hermosura del jardín delantero de su  buen vecino Ned Flanders y, en lugar de trabajar por conseguir en el suyo la misma belleza, dejándose llevar por la envidia, lo destruye. Cuando Ned llega ve que todo el esfuerzo de años ha sido aniquilado en apenas un rato. Han arruinado su obra a traición, precisamente cuando se encontraba ausente y, apenas sin enfadarse, le pregunta a Homer por qué, además de destrozar sus flores, no conformándose con eso, ha echado sal sobre la tierra. La ha desolado de tal manera que jamás volverá a creer vida sobre ella. Homer ríe con satisfacción, ha conseguido su objetivo.

Esta es la manera de vengarse de la hermosura y probablemente provenga de casos mucho más serios que conocemos a través de relatos históricos ya que era costumbre, además de asesinar a los considerados enemigos, que los vencedores  devastasen todo tipo de bienes, casas y terrenos salándolos con el propósito de inutilizarlos  para siempre. En el libro de los Jueces 9:45 leemos uno de estos ejemplos: "[...] y el resto del día lo pasó Abimélec atacando a Siquem, hasta que la tomó. Entonces destruyó la ciudad y mató a todos sus habitantes, y la ciudad misma la sembró de sal".

¿Y a qué vienen estas ilustraciones? Pues vienen con el fin de trasladarlas a la conducta de los que se sienten dañados ante la hermosa peculiaridad ajena. 

La hermosura, sea física o espiritual, tiene el poder intrínseco de brillar, es algo incontrolable, llama nuestra atención y, ya sea a través de los ojos o del corazón, nos deleitamos y recreamos en ella, nos extasía y alimenta.

Sin embargo, tristemente no a todo el mundo le sienta bien la hermosura que, al mismo tiempo, sea ajena a su persona. Les duele la belleza. Ante su presencia sufren una especie de amenaza inexplicable. La rechazan y, no conformándose con ello, la salan y esto les  permite sentirse bien y poderosos.

La hermosura nos invita a imitarla, a mejorarnos. Nos reta a sacar a la luz nuestros dones. Cada cual tiene licencia para brillar con esa luz que nos hace singulares aunque nosotros no la hayamos escogido, sino que es el Señor quien nos la otorga. Pero hay algo que hace que algunas personas tengan deseos de acabar con ella si pertenece al prójimo y, más que sentirse invitadas a la imitación, les produce el efecto contrario, afloran las ganas de echarle sal. Si lo consiguen se sienten aliviadas.

Alguien regala algo y se lo desprecian de una u otra manera, a ser posible en público. Alguien realiza una acción que encanta a todos y hay quien no pudiendo contenerse al sentirse herido con esa acción, la critica. Alguien elogia a alguien y es tachado de oportunista. Algo que cuesta mucho es reprobado como barato. Algo de calidad es tachado de basura. Si alguien declara que ha podido realizar su sueño, de alguna manera lo pisotean restando valor al esfuerzo, acusándolo de vanidoso, matando la alegría. Estas personas, si se acercan al aroma que propaga la belleza, es con el único y triste fin de profanarla buscando el más minúsculo defecto. Son expertos en encontrarlo, o inventarlo.

En todo grupo aparecen personas que llegan buscando destacar, ser las eternas protagonistas. Se frustran al percibir la fragancia hermosa de las buenas relaciones y luchan hasta derruir ese ambiente. Padecen mucho y suelen actuar camufladas de buenas intenciones, pero son traicioneras. Hay que tener paciencia con ellas porque, aunque pueden poco a poco curarse de este mal que las posee, no es nada fácil, no lo desean. Van a tiro fijo asolando lo ajeno. No obstante, desean que se les reconozca la hermosura que contienen en sí mismas para disfrutar de ese bienestar que a otros niegan.

No se entiende este querer salar la belleza de una acción, de unos dones. No se entiende la mezquindad de ese querer empañar las buenas actitudes del prójimo y realzar, de modo exagerado, las propias. No se entiende, pero ocurre.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Tus ojos abiertos - Echar sal a la hermosura