Tres realidades nuevas

Lástima que las resoluciones duren poco y aquello de año nuevo, vida nueva, sea solamente un lema nominal, sin contenido real.

03 DE ENERO DE 2019 · 08:00

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Al principio de cada año es preceptivo tomar ciertas resoluciones que supongan un cambio a mejor, ya sea corrigiendo, mejorando o erradicando. Hábitos dañinos o poco saludables, comportamientos perjudiciales y actitudes nocivas suelen ser los aspectos que con el cambio de fecha se quieren también modificar. Lástima que las resoluciones duren poco y aquello de año nuevo, vida nueva, sea solamente un lema nominal, sin contenido real. Lo viejo sigue inmutable y devora lo nuevo, como las vacas flacas a las gordas en el sueño de Faraón. Y antes de que llegue febrero el fracaso habrá hecho acto de presencia, echando abajo con estrépito los buenos propósitos.

Hace falta algo más y mejor que nuestras débiles determinaciones, que ya nacen moribundas. Por eso, más allá de lo nuevo que en realidad es viejo, necesitamos lo nuevo que no envejece. En la Biblia hay tres realidades a las cuales se denomina con el vocablo nuevo.

Un pacto nuevo. Un pacto es una relación entre dos partes que está solemnizada mediante un acuerdo formal. En la medida en que haya fidelidad por ambas partes al acuerdo, el pacto será estable. El problema se presenta cuando el acuerdo es entre Dios y su pueblo, dado que si bien una parte, Dios, es totalmente fiel al pacto, la otra parte, el pueblo, no lo es. Y es entonces cuando el pacto se rompe, con todas las consecuencias añadidas a tal ruptura, consecuencias estipuladas en los artículos del pacto. Como la infidelidad del pueblo es congénita, todas las buenas resoluciones no sirven para nada, porque la fuerza que le impulsa a transgredir vez tras vez ese pacto es superior a toda otra determinación. Así pues, parece que no hay remedio. El antiguo pacto lejos de ser una solución es más bien un problema añadido, ya que sitúa ante nosotros un listón tan alto que es imposible de cumplir.

Pero, y aquí es donde está la buena noticia, lo que para nosotros es un imposible, Dios lo torna posible, mediante la elaboración de un nuevo pacto, cuya diferencia con el primero radica en que obra desde adentro en vez de desde afuera. Si el antiguo pacto era un pacto externo, consistente en estipulaciones que mandaban lo que no podíamos hacer, el nuevo pacto es un pacto interno, ya que Dios pone dentro de nosotros su ley, tal como dice: ‘Daré mi ley en su mente y la escribiré en su corazón’ (Jeremías 31:33). Qué grande es saber que no dependo solamente de mi esfuerzo para intentar alcanzar una altura inalcanzable, sino que Dios obra dentro de mí y me capacita para ello.

Un corazón nuevo. El problema de las nuevas proposiciones de año nuevo surge de que nacen de un corazón viejo. Y mientras tal corazón siga siendo viejo sus nuevas proposiciones serán viejas. Si el motor no cambia, de poco vale cambiar el chasis. Además, el viejo motor procura que los cambios se adapten a su vieja condición, por lo que tales cambios, en caso de que se produzcan, son superficiales, pues de ir a la raíz del problema, tendría que admitir que el problema en sí es el mismo motor, que es desechable.

Mas ¿quién y cómo realizará tan radical cambio? La educación no puede. Las leyes no pueden. Las ideologías no pueden. Los hombres no pueden. Pero hay quien sí puede y lo lleva a cabo. ‘Os daré corazón nuevo’ (Ezequiel 36:26). El otorgamiento de una nueva naturaleza, porque la vieja está irremediablemente perdida, es la magnífica obra que Dios efectúa y a la que Jesús se referirá como nuevo nacimiento. El viejo hombre no tiene remedio. Por más que se quiera reformarlo, disciplinarlo y mejorarlo, seguirá siendo viejo. Hace falta un trasplante de corazón, pero no para quitar uno y sustituirlo por otro parecido, sino para implantar el que no tiene desgaste y late en consonancia al sentir y pensar de Dios.

Una creación nueva. Pero incluso con un pacto nuevo y un corazón nuevo algo falta, si el universo es el universo viejo. Porque resulta que hasta la misma creación ha quedado bajo los degradantes efectos de la Caída, de modo que es preciso que el cambio alcance también a la materia. Pues hasta las partículas elementales con las que está constituido el cosmos, están bajo la implacable ley de lo viejo, de manera que este mundo tiene fecha de caducidad. Y a medida que esa fecha de caducidad se acerca, los efectos demoledores del paso del tiempo se hacen cada vez más patentes.

Mas gracias sean dadas a Dios porque su obra es perfecta y completa, abarcando también a cielos y tierra. ‘Vi un cielo nuevo y una tierra nueva’ (Apocalipsis 21:1). Un mundo nuevo que no está sometido a corrupción, ni a disolución, ni a degradación.

La piedra angular por la que es posible la existencia de estas tres realidades nuevas es Cristo Jesús, en quien todas las promesas de Dios son en él Sí y en él Amén (2 Corintios 1:20).

No te quedes con tus pobres resoluciones de año nuevo que no van a ninguna parte. Ve a Cristo, fiador del pacto nuevo, dador del corazón nuevo y hacedor de la creación nueva.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Claves - Tres realidades nuevas