La princesa sumisa

― Todos me decían que lo hiciera, pero nadie se enfrentó a mi dragón como tú lo has hecho. He comprendido que tú me amas a diferencia de ellos.

03 DE ENERO DE 2019 · 22:00

Foto: Pixabay.,
Foto: Pixabay.

(Dedicat al Pere)

Parecía que aquella princesa estaba conformada a vivir con el dragón que la retenía en su cueva. En esas condiciones ningún caballero se prestaba a rescatarla de su dominio.

Decía ella que vivir con él no todo eran desventajas: con su lengua llameante le proporcionaba fuego para calefaccionar la cueva y para cocinar los alimentos.

Decía que su escamosa piel era muy útil para rallar tomate. También veía como ventaja que, al desplazarse por la cueva, con su cola iba barriendo el suelo.

En fin, había perdido de vista que el dragón era su carcelero y ella su presa.

La Iglesia tomó cartas en el asunto al ver lo desigual de aquella convivencia y envió los más destacados prelados para exhortar a la doncella.

La bestia es mala, escapa de su influencia, sal corriendo de la cueva.

― Eres tú la que debe actuar, lo que no hagas por ti nadie lo va a hacer.

Es indigna tu cohabitación con ese animal inmundo. ¡Huye!

Todos ellos se colocaban a una distancia prudencial de la cueva de modo que no quedasen expuestos al alcance del dragón, por lo que usaban megáfono para amplificar la voz.

Estos elocuentes mensajeros no acabaron de convencer a la doncella.

Pero un valeroso joven salió un día de su casa con el cuchillo más largo que tenía y fue directo a enfrentarse al dragón.

De un fogonazo el monstruo le chamuscó toda la pelambrera y lo expulsó de un coletazo a una distancia de veinte metros.

Mal herido volvió a su casa cojeando, abatido y frustrado.

Todavía curándose las heridas, oyó desde su cámara que alguien llamaba a la puerta.

― Corre, escóndeme, en un descuido del dragón he podido escapar ― dijo la doncella.

― Pero, ¿por qué no has huido hasta ahora de sus fauces? Muchos te han querido librar.

Todos me decían que lo hiciera, pero nadie se enfrentó a mi dragón como tú lo has hecho. He comprendido que tú me amas a diferencia de ellos. He respondido a la llamada inequívoca del amor.

Y la princesa y el zagal se casaron muy enamorados, fueron felices y comieron perdices.

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