Sorderas del alma

El seguidor del Maestro, no puede tener un alma sorda, ni unas manos insolidarias, ni unos pies que no estén prestos a acudir allí donde se da ese grito.

20 DE NOVIEMBRE DE 2018 · 16:00

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Se ha dicho que el dolor es el “megáfono de Dios”, un grito que se expande por el mundo desde aquellos momentos del Edén. Muchos dolores, muchos gritos que surgen sin cesar en medio de un mundo doliente. Yo, estando de acuerdo con esto, veo y oigo muchos otros gritos que, quizás, también están siendo aumentados por el “megáfono de Dios”, y ante los cuales muchas veces nos hacemos los sordos, aunque se expresen con tanta fuerza que parecen querer romper nuestros tímpanos, al menos los “tímpanos” del alma.

¿Quién no oye el grito de los pobres? ¿No es, acaso, un grito también ampliado por el megáfono de Dios y ante el cual, desgraciadamente, nos hacemos los sordos? ¿Hay sorderas del alma, del corazón, de la sensibilidad? Los pobres, los oprimidos, los débiles del mundo, los explotados, vejados, humillados y ofendidos. ¿No están, acaso, en el centro de la sensibilidad de Dios? ¿No son citados como destinatarios específicos del Evangelio? ¡Cómo no va a estar su grito amplificado por el “megáfono de Dios!

Quizás es que el alma tiene una sordera selectiva. Quiere escuchar algunos de los gritos amplificados por Dios, pero otros no. Parece que donde la conciencia se endurece hasta quedar sorda, es ante ese gran escándalo humano que es la pobreza en el mundo, la opresión, el despojo de los débiles, el abandono de más de media humanidad. Señor, ¿dónde está tu grito? Seguro que está unido y amplificado junto al grito de los pobres, pero lo que pasa es que quizás, muchas de las almas de tus seguidores sean almas sordas. Si no, no se entiende que, junto a vuestro grito, no se dé también un grito atronador de los cristianos.

Seguro que el “megáfono de Dios” amplificaría también ese grito, pero quizás es que no se da. Más bien se oyen, a veces, los atronadores silencios cómplices que azotan las conciencias para sumirlas en los pozos de la insolidaridad y del olvido. Quizás es que hoy lo que se da es el silencio insolidario amplificado hasta el infinito y que, curiosamente, ensordece la conciencia y el alma.

Pues sí. El grito de los abandonados, hambrientos, oprimidos y pobres está ahí. Seguro que también son el megáfono de Dios que nos grita para que el creyente sea un buscador de justicia, de solidaridad, de amor a los apaleados de la historia. Ese grito está amplificado millones y millones de veces, pero choca con la sordera de muchos que se llaman seguidores del Maestro que anduvo por el mundo haciendo bienes y restaurando a los proscritos y empobrecidos por causa de la injusticia de los sistemas socioeconómicos. 

El clamor por los pobres que se da en la Biblia no ha sido escuchado suficientemente. Quizás, al interpelarnos, nos molesta. Al llamarnos a la búsqueda de justicia, nos incomoda. Al animarnos o darnos el mandamiento de la práctica de la misericordia nos inquieta. Preferimos la comodidad de la sordera del alma, del silencio cómplice al que nos vemos lanzados a veces por la conciencia. No queremos ser interpelados. Buscamos la comodidad. Es más anestesiarte y nos va mostrando el camino al lago del fuego donde moran los corruptos, los insolidarios, los acumuladores y depredadores del mundo. 

El grito de los desclasados, oprimidos, pobres y sufrientes de nuestra historia es un grito que se podría definir así con respecto a nosotros los cristianos: ¡Despertad! ¡Dejad vuestra modorra! ¡Escuchad! El grito de los pobres y oprimidos está siendo amplificado por el megáfono de Dios. ¡Aprended a oír! ¡Aprended también vosotros a gritar! ¡Uníos al grito amplificado del megáfono de Dios!

Si quieres disfrutar de la auténtica vivencia de la espiritualidad cristiana, tienes que aprender a escuchar ese grito, y lanzarte al mundo como uno de los agentes del Reino de los cielos que no solamente está dispuesto a escuchar ese grito, sino a tender sus manos de ayuda para liberar, ayudar, redimir, dignificar. El seguidor del Maestro, no puede tener un alma sorda, ni unas manos insolidarias, ni unos pies que no estén prestos a acudir allí donde se da ese grito. No puede tener una garganta entumecida e incapaz de unirse al grito de los pobres que está siendo amplificado por el “megáfono de Dios”.

Comienza a abrir tus oídos. ¿Estás escuchando ya el grito amplificado por el “megáfono de Dios”? Escucha, escucha. Ahí están los gritos de dolor del mundo, el grito de los excluidos, hambrientos y empobrecidos del planeta. Escucha, escucha… hasta que te conmuevas y te sientas llamado a misericordia. Es entonces cuando correrás, trabajarás, buscarás justicia y harás misericordia. Es entonces cuando te habrás encontrado con el prójimo… y con Dios mismo.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - De par en par - Sorderas del alma