Las tres patas de la evolución

A Dios se le sustituye por la Naturaleza, eliminando así de un plumazo a la divinidad creadora pero, eso sí, cambiándola convenientemente por otra diosa material de tintes panteístas.

11 DE NOVIEMBRE DE 2018 · 12:10

Foto: Pixabay (CC0),
Foto: Pixabay (CC0)

Quienes no creen en la existencia de Dios suelen apelar a la Naturaleza como si ésta se hubiera causado a sí misma sin necesidad de un agente sobrenatural.

Aunque es difícil entender cómo “todo” podría haber surgido de “nada”, muchas personas asumen tal creencia sin la suficiente evidencia empírica o racional que la sustente.

Después, prosiguen afirmando que la evolución logró obtener lentamente toda la exuberante diversidad de la vida por medio de las mutaciones no dirigidas en el ADN y la selección natural de las mismas.

De manera que a Dios se le sustituye por la Naturaleza, en una suerte de malabarismo materialista, eliminando así de un plumazo a la divinidad creadora pero, eso sí, cambiándola convenientemente por otra diosa material de tintes panteístas y… asunto zanjado.

Se supone que de esta manera el problema de los orígenes queda “científicamente” resuelto, mientras que la explicación teísta que apela a una mente sobrenatural sería religiosa, mítica, anticuada, de menor calidad y, en fin, incompatible con la sociedad pragmática contemporánea.

No obstante, el problema con semejante manera de “razonar” -tan en boga hoy- es el de las numerosas lagunas lógicas y asunciones indemostrables que presenta.

A medida que las ciencias experimentales avanzan en el conocimiento de la realidad se hace más evidente el reto que supone explicar el origen del universo en términos exclusivamente materiales. Los intentos son numerosos, desde luego, pero los resultados absolutamente nulos.

En efecto, si nos centramos sólo en el aspecto explicativo de la teoría darwinista, resulta posible señalar lo siguiente. La teoría de la evolución biológica, propuesta por Charles Darwin hace más de 150 años, podría compararse a un trípode que se apoya sobre tres patas.

La primera es el supuesto hecho de la evolución. Es decir, la comprobación de que las especies cambian a lo largo del tiempo y que, además, estarían emparentadas entre sí por descender de antepasados comunes.

La segunda pata viene constituida por la historia de las relaciones entre el hipotético ancestro y sus descendientes. En el caso humano, por ejemplo, determinar el grado de parentesco existente entre chimpancés, gorilas u orangutanes y el propio hombre sería un ejercicio de dicha historia biológica que podría contribuir a descubrir las características del supuesto ancestro común.

Otra tarea podría ser también -tal como intenta hacer la paleontología humana- el correcto ordenamiento de los numerosos fósiles de simios y humanos del pasado que se han encontrado, en una filogenia, o desarrollo evolutivo, que condujera al ser humano.

Mientras que la tercera pata consistiría en averiguar las causas que determinan el cambio o la evolución. De manera que, hecho, historia y causa, supondrían los tres sustentos fundamentales del asiento evolucionista.

El problema es que este trípode no es suficientemente sólido ni estable. Después de siglo y medio de investigaciones evolucionistas, sobre todo en el tema de la evolución humana así como también en el de la biología evolutiva en general, se ha descubierto cierta peligrosa carcoma en cada una de estas tres patas.

La primera cuestión es la más básica. Nadie pone en duda el hecho de que los seres vivos cambian en el tiempo.

No obstante, el problema es saber si dicho cambio es indefinido, general y sin limitaciones (como asume el neodarwinismo) o bien está limitado dentro de determinados grupos taxonómicos, como pueden ser los géneros o las familias (tal como defiende en la actualidad el tan denostado creacionismo y la mayoría de los partidarios del Diseño inteligente).

Hasta ahora, todas las evidencias aportadas por las diferentes disciplinas científicas pueden interpretarse tanto en un sentido como en el otro.

Cuando se dice, por ejemplo, que la evolución ha sido establecida con un grado de certeza comparable al de otros conceptos científicos, como la redondez de la Tierra, su rotación alrededor del Sol o la composición molecular de la materia, se olvida esta matización anterior.

Es evidente que hay evolución en las especies, pero no lo es que ésta sea indefinida. Extrapolar la microevolución observable a la macroevolución imaginable no es un ejercicio tan evidente en sí mismo, como la esfericidad terrestre, el heliocentrismo o la estructura molecular de la materia.

El grado de certeza entre ambos conceptos no es comparable porque uno, al no poder observarse directamente en la Naturaleza por ser un proceso de cambio lento, supuestamente acaecido a lo largo de millones de años, permite generar dudas razonables, mientras que el otro no, por estar perfectamente establecido ya que se ha comprobado de manera directa.

Por lo tanto, esta primera pata referente al hecho mismo de la evolución flaquea o no es tan segura como generalmente suele creerse. ¿Qué hay de la segunda?

La historia de la evolución está condicionada también por ideas preconcebidas. Si se asume el principio indemostrado de que las especies se parecen entre sí por descender del mismo antepasado, se tenderá a encajar los fósiles descubiertos en series que conduzcan desde dicho antecesor común hasta los seres vivos actuales.

Las múltiples filogenias elaboradas, anuladas, modificadas con cada nuevo hallazgo y reelaboradas incesantemente hasta el presente, son un claro indicativo de que esta tarea no resulta fácil y depende no sólo del material fósil disponible sino también de múltiples concepciones previas subjetivas.

De la misma manera, si se parte de la idea de que la evolución ocurre dentro de los grupos biológicos principales pero no entre ellos, se pueden interpretar los hallazgos fósiles humanos, por ejemplo, en filogenias que evidencian esta separación fundamental entre especies de simios y diversos grupos humanos.

Con lo cual, la segunda pata histórica queda asimismo alterada.

Por último, los recientes descubrimientos sobre el papel de las mutaciones y la selección natural en la evolución de las especies rompen la tercera pata, que tiene que ver con las causas del cambio en los organismos.

A finales del año 2016, se celebró en el Reino Unido una de las reuniones científicas más prestigiosas del mundo, dentro del ámbito de la biología evolutiva. En la Royal Society de Londres se trató durante tres días acerca de las nuevas tendencias en esta área.1

En realidad, lo que se puso de manifiesto por parte de los diferentes especialistas que intervinieron -todos partidarios de la evolución- fueron los graves problemas que presenta hoy la explicación darwinista, así como el abismo que separa la opinión especializada de los científicos que discuten tales problemas en foros selectos y la idea mayoritaria que impera entre los laicos o la gente común. Algo que durante años han venido denunciando también los partidarios de la creación y del Diseño inteligente.

Pues bien, el primero de los cinco grandes problemas de la evolución que se trataron fue el del mecanismo de mutación y selección natural. Se concluyó que, después de muchos años de estudio, se ha podido comprobar que tal mecanismo es incapaz de generar la complejidad de los rasgos anatómicos de las nuevas formas de vida que han ido apareciendo a lo largo de las eras y, sobre todo, durante las diversas explosiones ocurridas, como la del Cámbrico.

La genética ha puesto de manifiesto que la selección natural no es una fuerza creativa sino únicamente estabilizadora y preservadora de las especies biológicas. Sirve para eliminar individuos, poblaciones y especies deficientes o peor adaptadas a un determinado medio ambiente, pero no crea información nueva.

Por lo que la selección natural de las mutaciones al azar no puede ser la causa de la maravillosa biodiversidad existente en el mundo.

Los otros cuatro problemas actuales de la evolución que se analizaron en dicho congreso fueron: el desconocimiento del origen de la información biológica, las enormes lagunas o discontinuidades que evidencia el registro fósil, el origen de la información epigenética (o influencia del medio ambiente sobre la expresión del ADN) y la intuición de diseño universal que existe en la Naturaleza.

El trípode de la evolución, sin ninguna pata sólida, no puede sostenerse de manera estable, segura y permanente. Quienes insisten en seguir apoyándose sobre él, lo hacen más por creencias y convicciones personales que por lo que indican los últimos descubrimientos o las evidencias científicas.

Suelen hacerlo, entre otros, aquellos que sustentan una cosmovisión materialista de la existencia y suponen que el Homo sapiens es sólo el producto de la casualidad.

En este sentido, algunos científicos enseñan que el estudio de la evolución humana no pretende aclarar la aparición de nuestra especie como si se tratase de un acontecimiento especial sino solamente explicar que el ser humano es una especie biológica más entre las muchas especies que supuestamente formarían nuestro linaje, desde que nos separamos, hace unos siete millones de años, del linaje de los chimpancés.2

En próximos artículos se analizaran aspectos paleontológicos relacionados con el origen del hombre, desde una perspectiva diferente a la concepción evolucionista habitual.

Se verá cómo todos los huesos fósiles descubiertos hasta ahora, desde aquellos que son claramente humanos hasta los que pertenecieron a determinados simios africanos, pasando por los famosos Australopithecus, pueden interpretarse perfectamente desde la idea de creación especial y de un designio divino inteligente.

Si esto es así, la aparición del ser humano en el mundo no sería un proceso vulgar y azaroso de la Naturaleza -como habitualmente se dice desde el darwinismo- sino algo muy singular y extraordinario con implicaciones éticas determinantes para toda criatura humana.

Por supuesto, la fe será siempre necesaria en la cuestión de los orígenes, tanto desde el teísmo como desde el ateísmo.

Sin embargo, la diferencia estriba en que este último no cuenta con el misterioso y único documento de la revelación bíblica, que empieza diciendo: En el principio creó Dios los cielos y la tierra.

 

1  https://royalsociety.org/science-events-and-lectures/2016/11/evolutionary-biology/   

 

2 Cela, C. J. y Ayala, F. J., 2013, Evolución humana, el camino hacia nuestra especie, Alianza Editorial, Madrid, p. 687.

 

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