Carmen Alborch: compartir la buena estrella

La claridad con la que están escritos me hizo afianzarme aún más en la realidad sobre nosotras, las mujeres, tanto en nuestras rivalidades, actitud dolorosa, como en la enriquecedora complicidad que ejercemos entre nosotras.

26 DE OCTUBRE DE 2018 · 07:00

Carmen Alborch, a la izquierda, en la Universidad de verano de Estudios de Género, en Palma de Mallorca, en el 2015. / Wikimedia Commons,
Carmen Alborch, a la izquierda, en la Universidad de verano de Estudios de Género, en Palma de Mallorca, en el 2015. / Wikimedia Commons

Cuando hace ya bastantes años me hablaron de Carmen Alborch, enseguida me hice con sus libros Malas y Solas. Los leí con fruición. La claridad con la que están escritos me hizo afianzarme aún más en la realidad sobre nosotras, las mujeres, tanto en nuestras rivalidades, actitud dolorosa, como en la enriquecedora complicidad que ejercemos entre nosotras. En ambos libros tengo subrayados párrafos que me alimentaron. A continuación, va en su memoria, reproduzco unos de los textos que más llamó mi atención y que todavía hoy, tristemente, sigue vigente en cada una de sus líneas. 

Descanse en paz.

 

COMPARTIR LA BUENA ESTRELLA

Cuando una mujer avanza en cualquier terreno, a la satisfacción por su logro une, muchas veces, el descubrimiento desconcertante de la soledad, de que las otras mujeres con las que quizá ha compartido mucho le vuelven la espalda; o peor aún, de que es ella la que abandona. Se encuentra vacía en un espacio nuevo y desconocido. Tal sensación la puede conducir a sentirse culpable de sus éxitos o a minimizarlos u ocultarlos, desvalorizándose, dicen las autoras de Agridulce. Desde una óptica distinta, el éxito de una mujer es percibido como una amenaza por sus congéneres. Una se siente culpable, las otras sufren envidia. ¿Por qué? El problema reside en que no sabemos cómo relacionarnos cuando lo que está por medio es la fortuna de una de nosotras, a la que percibimos como distinta, diferenciada y autónoma, y por tanto con cualidades que no poseemos. Estamos más dispuestas a ayudar en la debilidad que a apoyar en la fortaleza, seguramente porque en la debilidad nos reconocemos —la ya aludida falta de autoestima— y en cambio dudamos de nuestra capacidad para emular a la mujer que destaca. La preferimos con nosotras, igual a nosotras, aunque eso signifique que no haya nada que compartir o de lo cual enorgullecerse. Resulta curioso, si no entristecedor: por un lado necesitamos modelos, referentes, lideresas; por otro, en ocasiones no contribuimos todo lo que podríamos a que aparezcan, aunque, afortunadamente, cada vez hay más libertad y claridad compartida.

Tomado del libro Malas, Rivalidad y complicidad entre mujeres, año 2002, 8ª edición, página 164-165. Editorial Aguilar. Autora: Carmen Alborch.

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