Rabindranath Tagore: las playas de la eternidad

Tagore sufre la aparente ausencia de Dios, quien parece jugar caprichosamente al escondite con el hombre que le busca y le llama. Pero Dios no desaparece.

26 DE OCTUBRE DE 2018 · 06:10

Monumento a Rabindranath Tagore en la Casa de la India de Valladolid. / Wikimedia Commons,
Monumento a Rabindranath Tagore en la Casa de la India de Valladolid. / Wikimedia Commons

Rabindranath Tagore está considerado como el más grande poeta místico que ha dado la India. Nació en Calcuta el 6 de mayo de 1861 y murió en la localidad de Santiniketán, cerca de Bolpur, Bengala, el 7 de agosto de 1941, a los 80 años de edad. 

Fue el menor entre catorce hermanos. Los primeros estudios los realizó en la India, bajo la dirección cultural y religiosa de su padre. El amor y el apego a su familia lo describiría el poeta en las inolvidables páginas de Mis días de la infancia, donde rememora con nostalgia experiencias de la niñez. 

Tenía 17 años cuando realizó su primer viaje a Gran Bretaña, donde permaneció hasta cumplidos los 21. En principio se dedicó a estudios jurídicos, pero pronto orientó su vocación a la literatura. En 1881, con 20 años de edad, publicó un libro de viajes titulado Cartas de un viajero por Europa

Casado a los 23 años, a los 40 vivió la amarga experiencia de ver morir en breve espacio de tiempo a la esposa, a una hija y a un hijo. Poco antes Tagore había publicado Ofrenda lírica, en la que apuntaba su vocación mística. En este libro parece presagiar las desdichas que se cernían sobre él y habla de “los hondos pesares que han humanizado mi alma”. Frutos inmediatos de su dolor por la pérdida de tres seres a quienes amaba como a su propia vida fueron las obras Nostalgias, El niño y Tránsito.

En 1913, famoso ya, aplaudido por lectores de todos los continentes, se le concedió el Premio Nobel de Literatura. La obra literaria de Tagore es abundante y variada. Comprende hermosas colecciones líricas, libros de filosofía y de religión, novelas, cuentos, textos dramáticos, crítica literaria y ensayos políticos. Su obra La nueva luna, dedicada a los niños, es sencillamente genial. Todos los niños españoles en edad de leer deberían tener junto a la cama un ejemplar en castellano de este libro. 

Su obra ha sido traducida a todos los idiomas importantes del mundo. La editorial Aguilar publicóun tomo de 1.300 páginas en el que recoge lo más destacado de la producción de Tagore. La traducción al castellano, bella, limpia, bien cuidada, fue realizada por Juan Ramón Jiménez, a su vez premio Nobel de Literatura en 1956, y por su esposa Zenobia Camprubí.

Según recordó el hispanista hindú Shamu Ganguly, Tagore publicó “más de trescientos mil versos, dos mil canciones, dos mil quinientos dibujos, aparte de una inmensa producción en prosa. Una “ofrenda” a la humanidad difícilmente repetible”.

Para Vallauri, la suya fue una ofrenda de amor. “En su valor universal –dice este autor– el amor fue para Tagore el sentimiento primordial, fuente de todo bien; de pretender sintetizar en una expresión única toda la vida del poeta cabría definirla como un cántico de amor”. Numerosos especialistas en la vida y la obra de Tagore destacan su profundo sentimiento religioso y su delicada sensibilidad espiritual. 

El padre de Tagore fue el fundador –renovador, dicen algunos autores– de un movimiento religioso hindú dedicado a la restauración espiritual de la India. Tagore vivió los primeros años de su vida dominado por una intensa religiosidad inspirada, en su esencia, en las antiguas concepciones panteístas del pueblo hindú. A lo largo de su vida mantuvo y vivió estas creencias. Sus obras están impregnadas de una hondura religiosa y espiritual realmente impresionante. 

En un artículo publicado el 31 de marzo de 1918 en el diario madrileño El Sol, Ortega y Gasset decía que «Rabindranath Tagore es un poeta místico». Exceptuando El jardinero, donde Tagore canta sus amores de juventud, “el resto de su obra –sigue Ortega– no tiene más inquilino que Dios. Pero es el Dios de la India, un Dios benévolo, que viaja en su carro de oro entre el polvo de los caminos aldeanos; un Dios sonriente, que sobre el ancho mundo hace danzar muerte y vida gemelas”.

Ofrenda lírica, libro de poemas aparecido en 1913, marca la relación de Dios con sus criaturas. Tagore se siente obligado a una entrega total: 

Mi oración, Dios mío, es ésta:

hiere, hiere la raíz de la miseria en mi corazón.

Dame fuerza para llevar ligero mis alegrías y mis pesares. 

Dame fuerza para que mi amor défrutosútiles.

Dame fuerza para no renegar nunca del pobre ni doblar

mi rodilla al poder del insolente. 

Dame fuerza para levantar mi pensamiento sobre la

pequeñez cotidiana. 

Dame, en fin, fuerza para rendir mi fuerza, enamorado, a

tu voluntad. 

Como un eco de Job y de los Salmos, Tagore sufre la aparente ausencia de Dios, quien parece jugar caprichosamente al escondite con el hombre que le busca y le llama. Pero Dios no desaparece. Aparece siempre:

Desesperado, la busco por todos los rincones de mi cuarto, pero no la encuentro. 

Mi casa es pequeña, y lo que una vez se ha ido de ella, no vuelve a encontrarse. Pero tu casa, Señor, es infinita. Y buscándola he llegado a tu puerta. 

Mírame bajo el dosel dorado del cielo de tu anochecer, mírame cómo levanto mis ojos ansiosos a tu cara. 

He venido a la playa de la eternidad donde nada se pierde, ninguna esperanza, ninguna felicidad, ninguna visión de rostros vistos a través de las lágrimas.

¡Ahoga mi vida vacía en ese mar! ¡Húndela en la más profunda plenitud! ¡Haz que sienta, una vez sola, la dulce caricia perdida en la totalidad del universo! 

La última página de Ofrenda lírica, bellísimo libro de una religiosidad poética que alcanza las cumbres del pensamiento y del espíritu, es otra oración en la que Tagore pide ampliar el campo de su más íntima experiencia espiritual

Permite, Dios mío, que mis sentidos se dilaten sin fin en una salutación a Ti, y toquen este mundo a tus pies. 

Como una nube baja de julio, cargada de chubascos, permite que mi entendimiento se postre a tu puerta, en una salutación a Ti. 

Que todas mis canciones unan su acento diverso en una sola corriente, y se derramen en el mar del silencio, en una salutación a Ti. 

Como una bandada de cigüeñas que vuelan, día y noche, nostálgicas de sus nidos de la montaña, permite, Dios mío que toda mi vida emprenda su vuelo a su hogar eterno, en una salutación a Ti. 

Los editores de las Obras escogidasde Rabindranath Tagore tuvieron el acierto de incluir al final del tomo, en la página 1.282, un breve texto que el poeta titula Despedida. Tagore no puede traicionar la realidad. Cree y proclama que la vida puramente material es incapaz de satisfacer los anhelos del espíritu:

“Las obras del hombre tienen el estigma de muerte que tienen porque la mayor parte de nuestras actividades carecen de sentido y porque nuestras energías las empleamos en abastecernos de cosas y placeres sin eternidad en el fondo. Por eso intentamos dar a todo, a fuerza de añadiduras, un aspecto de permanencia. El hombre, ansioso de prolongar el placer, intenta sólo sumar, y tememos detenernos por miedo de que algún día todo termine”.

La salvación del hombre y, por extensión, la de todo el género humano, está en el encuentro íntimo y permanente con Dios. ”Cuando nos encontramos en Dios –dice Tagore– nuestra vida se perpetúa en la verdad. No tiene en ella ese elemento de falsedad”.

Los últimos renglones de Despedida son un grito de auxilio que el poeta deja escapar a las alturas infinitas:

¡Llévanos a lo Real, a la Verdad que es eterna! ¡De esta oscuridad que nos ciega a la Verdad infinita que dice que Tú eres, nuestro Padre verdadero! ¡Líbranos de las tinieblas del deseo, esa miseria del corazón! ¡Entramos en la luz! 

¡De la muerte, llévanos a lo Inmortal! ¡De todo lo que es transitorio, llévanos a la Verdad eterna!

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El punto en la palabra - Rabindranath Tagore: las playas de la eternidad