La globalización de la corrupción

Una de las facetas en las que el mal se muestra de forma global es en la corrupción.

27 DE SEPTIEMBRE DE 2018 · 08:45

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La palabra globalización se ha convertido en los últimos años en el término que resume el estado de cosas en el que el mundo actual está inmerso. Muestra que nada está aislado ni es independiente, sino que todo y todos estamos relacionados en cada ámbito de la existencia, siendo Internet el paradigma de esa globalización. Pero se trata de una espada de dos filos, porque del mismo modo que lo bueno se puede globalizar, también lo malo es globalizante y si tenemos en cuenta la predisposición que hacia lo malo hay en el hombre, entonces la conclusión a la que se llega es que el mal ha encontrado un sitio ventajoso en la globalización. Una de las facetas en las que el mal se muestra de forma global es en la corrupción.

La globalización de la corrupción ya aparece en uno de los escritos del Nuevo Testamento, donde dice: ‘…la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia.’ (2 Pedro 1:4). En esta frase se nos enseña la existencia de la corrupción, la naturaleza de la misma, su extensión y causa.

Lo primero que se constata es que la corrupción no es un fenómeno actual solamente, sino que ya existía hace dos mil años. Aunque el tiempo sea diferente, la realidad es que el apóstol Pedro está tratando con una cuestión que entonces ya se daba, si bien podríamos retroceder a miles de años más atrás para descubrir que esa carcoma de la corrupción fue lo que provocó la destrucción del mundo antiguo por el diluvio. Aquel mundo era un mundo globalizado; globalizado por la corrupción: ‘Toda carne había corrompido su camino.’ (Génesis 6:12).

Cuando nos preguntamos en qué consiste la corrupción, viene en nuestra ayuda lo que sucede en el ámbito de lo físico. La degradación de un alimento corrompido o de un cuerpo corrompido nos hace entender qué es la corrupción. Un alimento corrompido es desechable y un cuerpo corrompido es un cadáver. Sus cualidades originales se han perdido y todo lo que había de saludable y bueno se ha destruido. De la misma manera, la corrupción en el ámbito moral significa que las cualidades de integridad, verdad y justicia, quedan aniquiladas por la adulteración, la mentira y la iniquidad.

De vez en cuando se publican listas de los países donde hay más corrupción y donde hay menos, habiendo enormes diferencias entre países y países. Claro que mucho depende de la noción de corrupción que se haya empleado de antemano para elaborar esas estadísticas. Según sea la definición de corrupción, así variará la lista, pudiendo ocurrir que un país que es muy corrupto en un aspecto no lo es tanto en otro y viceversa. Pero cuando el apóstol Pedro señala la extensión de la corrupción no la circunscribe a tal o cual lugar, sino que la hace abarcable a todo el mundo. ‘La corrupción que hay en el mundo’, es su frase. Porque cuando él está pensando en corrupción, está incluyendo aspectos que en estas listas de países más y menos corrompidos no se contemplan. En dichas listas la corrupción se suele limitar a aspectos económicos, al dinero público y temas afines. Pero la corrupción en la que está pensando el apóstol Pedro, además de considerar esa faceta, está contemplando otras, mucho más profundas y que atañen no solamente a la conducta sino al corazón.

Al indagar cuál es la causa de la corrupción, el apóstol Pedro no duda en su respuesta. Es la concupiscencia. Ese término procede del latín y significa desear con ardor, con ansia. Algo que ofusca la razón y que arrastra todas las facultades. La concupiscencia es el líquido inflamable que excita la voluntad, sacude las emociones y gobierna el entendimiento. Su poder es inmenso y una vez que ha prendido, su efecto es imparable. Concupiscencia es lo mismo que codicia, ese deseo compulsivo y dominante. La concupiscencia perdió a Balaam, a Acán, a Amnón, a Giezi y también a David. Lo cual nos lleva a considerar que no solamente se abre paso en el corazón de un pagano, sino también de un creyente.

‘Habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo.’ Una imagen de la huida que se nos manda, la puede ilustrar Lot, cuando se le ordenó que escapara o huyera de Sodoma, para salvar su vida. Aquel mundo de corrupción que era Sodoma estaba sentenciado a la destrucción. De ahí el mandato para que huyera. Pero además de huir, necesitamos algo más y ese algo más es lo que precede: ‘Nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina.’ Aquí estamos ante lo que no está corrompido ni es corruptible, que son las promesas de salvación, por las cuales tenemos comunión con Dios.

De la corrupción a la incorrupción. ¡Qué cambio! Un cambio que solamente la gracia de Dios puede efectuar, en aquellos que son llamados.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Claves - La globalización de la corrupción