Siete mentiras (6): “Debo ser más cristiano”

Debemos aspirar no a seguir un “modelo de cristiano”, sino a seguir el modelo de Cristo. Hay una diferencia grande.

17 DE SEPTIEMBRE DE 2018 · 08:26

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Esta serie de siete mentiras está basada en las cosas que Dios aborrece explicadas en Proverbios 6:16-19. Los tiempos cambian, las mentiras mutan, pero los humanos seguimos fallando en lo mismo.

 

Sé que no lo parece, pero sí, esto es una mentira. Una de doble filo, porque, por un lado, obviamente debemos ser y parecer más cristianos. El problema de esta mentira es que debemos estar muy seguros de qué hay detrás de esta motivación y también de a qué clase de “estándar cristiano” se nos está invitando a parecernos.

Lo digo porque es muy fácil que esta verdad se disfrace y nos esclavice la vida. Es muy fácil que este impulso interno propio de quienes conviven con el Espíritu Santo se transforme, por presiones externas, en una culpabilidad manipuladora. 

En el mundo evangélico español en el que vivimos hoy (y supongo que en Latinoamérica pasará algo semejante) estamos muy influidos en formas, recursos y liturgia por las misiones que vinieron. Desde el siglo XIX hasta los años 50 del siglo XX las misiones que llegaron a España a plantar iglesias provenían, principalmente, de Europa. A partir de los años cincuenta y sesenta pasaron a ser de EE. UU. Hasta aquí, bien. Pero solo hay que asomarse a cualquier librería evangélica hoy para darse cuenta de que es muy sutil la transición entre un trabajo misionero legítimo y el colonialismo cultural, incluso el que se hace sin querer. Dicho de otro modo, casi el 90 % de los recursos que nos llegan hoy como cristianos (libros, predicaciones, recursos, música, etc.) provienen de una única cultura, la estadounidense. Es así por la naturaleza emprendedora de sus negocios editoriales, y porque desde la Segunda Guerra Mundial en EE. UU. las empresas (las cristianas y las no cristianas) se han aprovechado de ventajas y del impulso exportador empresarial propio de la época. Hasta aquí, no pasa nada. También en su época Alejandro Magno llegó con su impulso conquistador y medio mundo conocido de entonces se tiñó de helenismo.

Pero, ¿cuál es la línea que separa el cristianismo real de un fenómeno tan humano como el del colonialismo cultural? Digámoslo así: ¿no parece que, de forma inconsciente, debemos parecernos más a los cristianos de EE. UU. que, por ejemplo, a los cristianos de Irak? Si es que sí, algo va mal. Al menos, a mí me ha ocurrido. No era consciente de ello; e, incluso, si me lo preguntaban, en teoría podía negarlo estupendamente. Sin embargo, durante mucho tiempo mi estándar de lo que debía ser cristiano en mi forma de ser y de actuar se parecía más a la cultura estadounidense que a la cultura del reino de Dios. Y era inconsciente.

Es perfectamente lógico, y bueno, que el mundo editorial cristiano de EE. UU. esté adaptado a su cultura y a sus problemáticas. Como parte del mismo Occidente, compartimos algunas cosas; muchas, diría yo. Pero no todas. Por despiste, o por buena intención pero poca visión, muchos de esos negocios de fuera creen que su visión del cristianismo roza la neutralidad y exportan sin complejos sus obras. Una gran mayoría son buenas y útiles, dignas de leer y escuchar. Sin embargo, como todo negocio, también es fácil caer en el mercado por el mercado.

Por eso, cuando nos llega ese impulso de “deberías ser más cristiano”, nos debemos andar con ojo: si dentro de ese impulso sientes que deberías parecerte más al cristiano iraquí, o sirio, sudanés o norcoreano, si sientes que debemos seguir su ejemplo de esperanza, paciencia en el sufrimiento y perseverancia en la oración (Romanos 12:12), entonces no hay problema. Pero si significa que debes adoptar una pose, escuchar un estilo de música, cambiar de estilo de vestir, de peinado, o de temas de conversación hacia otros que encajen más con lo que ves en libros, predicaciones y recursos acostumbrados… Si te preocupa que esos cristianos que ves y oyes tienen más dinero que tú y parece que tú estás haciendo algo mal… entonces hay un problema. Porque el cristianismo, y el “ser más cristiano”, no tienen nada que ver con eso.

El auténtico evangelio, por naturaleza, es transcultural. Detrás del mandato de Jesús de predicar a todas las naciones se percibe una realidad que no puede ser ignorada: la verdad del evangelio se puede aceptar y practicar dentro de cada cultura local del mundo. Porque cuando uno se convierte a Cristo de verdad el cambio debe significar adoptar la cultura del reino de Dios, no una cultura humana en particular. En esto el evangelio es un fenómeno completamente único. Si alguien se hace musulmán, debe adoptar la cultura árabe para ser salvo (estilo de vestir, formas de comer, etc.); ocurre lo mismo si te haces budista, e incluso judío. Porque todas estas son religiones que surgen del hombre y son para el hombre. Sin embargo, el evangelio, el verdadero cristianismo, surge de Dios. La Biblia no dice nada, e incluso advierte en contra, de que cuando uno se hace cristiano deba adoptar una cultura occidental (o incluso anglosajona/estadounidense). Del mismo modo que Pablo advirtió a los gálatas, por ejemplo, o a los corintios, que no tenían necesidad de hacerse judíos para ser cristianos: seguirían siendo romanos, o griegos… pero ahora, impactados por Cristo.

Este es un tema del que no se suele hablar, pero es tremendamente importante. Sigo sin entender por qué resulta tan incómodo.

El resultado de este error, a la larga, acaba siendo devastador. Así, en la línea de esta mentira, por ejemplo, las mujeres cristianas “deben” ser de cierta manera, deben buscar esposo, deben tener hijos como su principal preocupación, deben ser castas y no reírse muy alto, y gustarles el color rosa y las flores en todo… los hombres cristianos “deben” ser buenos empresarios (nada de artistas o cosas así), llevar siempre la corbata impoluta, lamentarse de que ya no están solteros y hablar exclusivamente de deportes en sus ratos libres. (Estoy exagerando deliberadamente, pero se me entiende, ¿no?). Sabemos de sobra que los cristianos no son uniformes, porque las personas, en general, no lo son. Compartimos cosas, una cultura común, una sociedad en la que vivimos, pero a partir de ahí cada uno tiene sus peculiaridades. Sencillamente, Dios nos hizo así de diversos, desde lo externo hasta lo interno. Ni siquiera los gemelos idénticos son idénticos. Entonces, ¿por qué hay tanto material que sutilmente nos empuja hacia ese estándar de “buen cristiano” totalmente uniforme? Sé que no nos gusta escucharlo, pero es fácil confundir a Dios con el mercado.

¿Cuál es el estándar real? En realidad, la Biblia no habla de “cómo ser más cristiano”, sino de “cómo ser más como Cristo”.

Parad un momento. Pensad en todo lo que habéis leído en la Biblia a lo largo de vuestra vida. Lo sabéis, ¿verdad? Lo sabemos de sobra.

Efesios 4:15 es solo un ejemplo de tantos que hablan de esto: “Más bien, al vivir la verdad con amor, creceremos hasta ser en todo como aquel que es la cabeza, es decir, Cristo”. Todos, hombres y mujeres, debemos aspirar no a seguir un “modelo de cristiano”, sino a seguir el modelo de Cristo. Hay una diferencia grande.

Al profundizar en esto, la verdad, me acabo dando cuenta de que realmente no existe un modelo de hombre o de mujer. Dios no nos está exigiendo eso, y si sentimos la exigencia es posible que no provenga del mismo Dios. Si fuera una cuestión de género, estrictamente hablando las mujeres tendríamos automáticamente fuera de nuestro alcance ser como Cristo, puesto que él fue hombre. En el verdadero evangelio esta cuestión no tiene el lugar de preeminencia que se le pretende dar desde nuestra cultura, ya sea por presencia o por ausencia.

Yo, como mujer, quiero ser más como Cristo porque este mensaje de Efesios me tiene bastante obsesionada. Y cuanto más pienso, y oro, y actúo sobre cómo ser más como Cristo, más sucede algo extraño: por un lado, dejo de pensar en mí como “mujer”, y empiezo a pensar en mí como “persona”, como una de las dos mitades del ser humano, sin más. Mi identidad femenina no está por encima de mi identidad en Cristo, y la mayor parte del día voy por la vida sin ser consciente de que soy mujer. Por otro lado, al poner eso en orden, mi identidad femenina se fortalece, pero a la imagen de Dios y con las características propias con las que Dios me creó, con toda mi singularidad y diversidad. Entiendo de qué modo soy parte de ese enorme e imponente cuerpo del cual Cristo es la cabeza. Desde la iglesia local hasta mis hermanos iraquíes o sudaneses, la iglesia es una rica y amplia diversidad unida bajo la cabeza de Cristo. Necesito tanto el ejemplo como los recursos de mis hermanos estadounidenses como necesito escuchar y tomar ánimo de las experiencias de fe de mis hermanos perseguidos. Todo esto es una parte importante de ese “vivir la verdad con amor”; y no una pose, unas formas, una música, unas modas.

No reducir la vida cristiana a lo externo ni a lo dominical es una tarea cotidiana y un cambio constante, diario e interno guiado por el Espíritu Santo. El verdadero cuerpo de Cristo, al final, son aquellas personas con las que podemos compartir ese crecimiento, sus descubrimientos, hallazgos y bendiciones, de forma directa o indirecta.

Pero no quiero dejar esto así sin más. Realmente hay muchas maneras de olvidarse de lo superficial y empezar a ser más como Cristo.

Empecemos por dejar que nos fascine. Podemos empezar leyendo el evangelio de Juan, y después los sinópticos. Podemos hacerlo de forma sistemática o, como hago yo normalmente, quedándome semanas enteras en un solo versículo porque me está calando en cada lectura, y porque lo necesito. Observemos a ese Jesús único y peculiar, vivamos el proceso de ir descubriendo la fascinación de que de verdad es el hijo de Dios junto con el relato de los discípulos, y después pasemos a las cartas: yo os recomiendo leer después las cartas de Pedro, Juan y Judas. Después, Hebreos y Santiago. Y después ya las cartas de Pablo. Gálatas y Colosenses son de mis favoritas, pero vosotros id curioseando hasta dar con las que más os gusten, las que más conversen con vosotros. En ese proceso, buscad a Cristo: su forma de ser, su valentía, su atrevimiento, su autoridad. Buscad cómo se relaciona directamente con vosotros y vuestra cotidianidad. Y después leed Hechos. Pero no de cualquier manera: apartad un fin de semana o un día de fiesta, un rato agradable, algo rico que comer, un sofá cómodo, y sumergiros como quien devora una novela o una serie. Ya tendréis tiempo más delante de subrayar y estudiar. De primeras, dejad que os hable. Y para el final, después de todo esto, os resultará mucho más sencillo entender de qué va realmente Apocalipsis. Si no es así, siempre podéis acudir a esta fantástica serie de predicaciones sistemáticas de José de Segovia sobre el libro que tiene en su página web: https://www.entrelineas.org/series/apocalipsis.

Sea como sea, buscad cómo ser auténticos delante de Dios, tan auténticos e únicos como lo fue Jesús. Tan auténticos e únicos como habéis sido creados. Buscad al mismo tiempo cómo eso os hace ser parte del cuerpo de Cristo, de qué manera, con qué dones, con qué talentos, con qué inquietudes. Buscad servir, amar y vivir con la valentía de Jesús. Eso, entre otra cosas, es al final ser un buen cristiano. Se puede hacer en cualquier parte del mundo. Si recibís o leéis consejos, cribadlos bien: que vengan de gente con mucha fama o muchos seguidores no significa que os vayan a valer. Dejad que la guía de vuestra vida sea el Espíritu Santo con el que convivís, y que después venga lo demás.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Amor y contexto - Siete mentiras (6): “Debo ser más cristiano”