Protestantes en África se muestran preocupados porque “China sea el nuevo colono”

El país asiático desembarca en el continente africano con un caballo de Troya de 60.000 millones de dólares. Mientras tanto, sigue su particular guerra de aranceles con Estados Unidos.

Jonatán Soriano

BARCELONA · 14 DE SEPTIEMBRE DE 2018 · 11:00

Xi Jinping, junto al presidente de Sudáfrica, Cyril Ramaphosa, al frente del séquito de presidentes africanos. / FOCAC 2018,
Xi Jinping, junto al presidente de Sudáfrica, Cyril Ramaphosa, al frente del séquito de presidentes africanos. / FOCAC 2018

En un salón grande , enorme, niños y niñas chinas agitan banderas de muchos colores mientras su presidente, Xi Jinping, aplaude rodeado de sus homólogos africanos, algunos vestidos de traje y corbata y otros con atuendos propios de sus culturas. El último Foro de Cooperación China-África, celebrado a principios de septiembre en Pequín, ha dejado una nueva promesa mil millonaria por parte del gigante asiático

Concretamente, 60.000 millones de dólares de inversión que se distribuirán a través de préstamos sin intereses, líneas de crédito, fondos para el desarrollo e importaciones africanas. Una cantidad que llega acompañada del ofrecimiento de condonación de la deuda y a la que también se le deben sumar los 60.000 millones de dólares prometidos en la última edición del Foro, celebrado en la Sudáfrica del ya expresidente Jacob Zuma. 

“África está hambrienta de inversiones y la tendencia es a dar la bienvenida a cualquier propuesta que llegue del extranjero”, asegura el secretario general de la Alianza Evangélica Sudafricana (TEASA, por sus siglas en inglés), Moss Ntlha.

 

¿UN INVITADO GENEROSO?

En África, a excepción de Suazilandia que es el único país que no ha asistido al Foro porque sigue manteniendo relaciones diplomáticas con Taiwán, China encuentra un mercado en potencia. A la gran cantidad de recursos fósiles, minerales, hídricos y terrestres, en general, se le suma la previsión de incremento demográfico que la ONU hace del continente para 2050, duplicando sus habitantes. 

Algo a lo que también hay que sumar el arraigo que el país asiático tiene ya en el mercado africano. “Obviamente hay preocupaciones porque China sea el nuevo colono, con evidentes intereses económicos propios, y la gente desconfía de ello”, dice Ntlha. “No hay duda de que el fuerte crecimiento económico de China ha ayudado a crecer también a las economías de muchos de sus socios. La construcción de grandes infraestructuras, sobre todo carreteras, puertos y el desarrollo de la conectividad a internet sientan y sentarían las bases para un futuro crecimiento económico. El reto es observar si los países que están fuertemente endeudados y que negocian desde posiciones débiles, pueden llegar a hacerlo con término favorables”, añade. 

 

Uno de los instantes durante el Foro de Cooperación China- África 2018. / FOCAC 2018

Para Ntlha, residente y representante de una organización cristiana en uno de los países del continente que mantiene una mayor relación comercial con China, no es una cuestón únicamente económica. “También hay factores sociales. Por ejemplo, el Dalai Lama quiso visitar Sudáfrica hace unos años y el gobierno le denegó el visado porque China lo pidió. Así que nuestra percepción de los derechos humanos fue contaminada por las inclinaciones y los valores chinos. Tampoco está claro qué significará para las relaciones entre Sudáfrica y China la intolerancia del país asiático respecto a las iglesias cristianas. ¿Cómo podemos confiar en un Estado que persigue a los cristianos en su propio territorio?”, se pregunta Ntlha. 

Según el observatorio Pew Research, en 2016 era más popular en Sudáfrica la visión negativa de China que la favorable, con un 43% de la opinión en contra y el 41% a favor. Algo que se revirtió en 2017, alcanzando un 45% a favor, aunque el país asiático sigue lejos de recuperar su mejor valoración, que registró en 2015 y que tan sólo era del 52% de la opinión pública. 

 

UN PULSO POR EL CONTROL GLOBAL

Xi Jinping y el presidente de Rusia, Vladimir Putin, cocinando los clásicos crêpes al estilo ruso, o blinis, en Vladivostok. Allí, en Siberia Oriental, China y Rusia están llevando a cabo una operaciones militares que son la punta del iceberg de una aproximación entre los dos mandatarios. 

El encuentro se ha producido este septiembre. Semanas después de que Estados Unidos y China volviesen a poner en marcha una nueva ronda de aranceles. En el caso norteamericano, la medida ha afectado con un 25% a 279 productos chinos, como motocicletas, químicos y antenas, entre otros, por un valor de 16.000 millones de dólares. Otro capítulo más en los 50.000 millones de dólares que ha gravado en los últimos meses Washington a mercancías chinas. El país asiático ha optado por aplicar cargos en una cantidad similar de productos del mismo tipo. 

El pulso por erigirse como potencia económica del planeta requiere de aliados y el mercado supone un aliado asequible para Xi Jinping mientras mantiene su disputa contra un Donald Trump que también quiere fortalecer su posición en la mesa de negociaciones. “El Presidente de los Estados Unidos ya dejó claro durante la campaña electoral que se encaminaba a posiciones más conservadoras y aislacionistas que las políticas realizadas por los gobiernos anteriores. Su agenda política es netamente conservadora, proteccionista y aislacionista. Su lenguaje es duro y patriótico. El rival a batir son ‘aquellos que quieren quitar el puesto de los USA en el mundo’. No hay puesto para el número dos, pues el primer lugarlo ostenta Estados Unidos. Sin embargo, si hubiera una escala en el conflicto económico y China aplicara una subida delos aranceles a productos ampliamente consumidos por Estados Unidos, como son la soja, los electrodomésticos, los automóviles, los móviles y losordenadores,por decir algunos, de seguro que territorioscomo Dakota del Norte y Ohio, granerosde votos para Trump, se verían negativamente afectados”, explica el analista político de Imparcial Consultores, Olaf Bernárdez. “Trump busca mejorar su posición negociadora con respecto a China en primer lugar. Quiere forzar a China a que desista de su política de transferencia tecnológica”, añade. 

A ojos de Bernárdez, Estados Unidos intenta revertir situaciones como su dependencia tecnológica de China, cuando el país norteamericano está exportando al gigante asiático materiales básicos en la fabricación de telefonía móvil, por ejemplo. “No hay que olvidar que China tiene como objetivo ser líder mundial en alta tecnología en 2025. Y, obviamente, los Estados unidos no quieren perder ese puesto, siendo una prioridad mantener una distancia real y amplia con su competidor”, remarca el analista. 

A diferencia de lo que considera Ntlha, en cuanto a las afectaciones sociales que prevé por con pacto entre los países africanos y China, Bernárdez apunta a motivos estrictamente económicos. “Este es un punto más económico que político. Considero que es un conflicto entre unaparte que busca mantener el poderío económico mundial frente a otra que busca el primer puesto. La actual situación es una situación de acción-reacción, más que una guerra. Ambas partes saben que una guerra comercial es perjudicial a corto y medio plazo. Es más un juego de fuerza que un conflicto abierto”, señala.

El comprador keniata de telefonía móvil puede que esté adquiriendo un dispositivo fabricado en China, pero con algunas piezas producidas en Estados Unidos. Al margen de toda especulación y juegos de futuro, el mercado sigue determinando las confluencias entre países y el momento en el que hay que llevarlas a cabo. Habrá que ver si tienen, o no, impacto en las rutinas, los derechos y las libertades. 

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