Siete mentiras (4): “Tu objetivo en la vida es ser feliz”

Todo el relato bíblico, de principio a fin, insiste en una narrativa de lo que es el sentido de la vida muy diferente al que se nos vende en la sociedad.

04 DE SEPTIEMBRE DE 2018 · 11:24

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Esta serie de siete mentiras está basada en las cosas que Dios aborrece explicadas en Proverbios 6:16-19. Los tiempos cambian, las mentiras mutan, pero los humanos seguimos fallando en lo mismo.

 

He escuchado a mucha gente explicar esta mentira desde la Biblia, pero nos cuesta creerlo. El mandato bíblico de meditar diariamente en las Escrituras (que atraviesa el Antiguo Testamento hasta el Nuevo) no es casualidad, ni una manía de los autores. Nos toca vivir en un mundo donde sus principios y valores, tan diferentes a los del reino de Dios, se nos meten por los ojos y los oídos constantemente. Todos los anuncios, toda la publicidad diaria por medios escritos o audiovisuales está diseñada para convencernos de que Dios no merece la pena. No hay ni un solo anuncio ni recordatorio diario allá afuera que nos recuerde machaconamente las verdades de la Biblia. No existen campañas publicitarias que insistan en el amor de Dios: ni falta que hace, porque tenemos algo mucho mejor. Por eso es tan necesario que ese recordatorio lo creemos nosotros mismos a través de la experiencia de la lectura y la meditación, acompañado de la oración, como si fuera el barniz que hace que todo eso se fije en nuestra memoria y en nuestra conciencia con mucha más profundidad y realidad que cualquier anuncio en la estación de Metro. Y no es por obligación que hemos de buscar esos momentos; ni tenemos que seguir cierto ritmo marcado por los demás: la Biblia se lee bien cuando se lee por necesidad. Cuando se lee por obligación, daría lo mismo que leyésemos por cuarta vez las instrucciones de la lavadora.

Y cuando uno lee la Biblia con la conciencia clara, dispuesto a recibir y a aprender, una y otra vez se choca con la realidad de que dentro de sus páginas la felicidad no es precisamente una de las prioridades para el ser humano. De hecho, es un concepto que prácticamente no existe en todo el texto bíblico. La felicidad tal y como la entendemos hoy, al igual que el amor, son conceptos propios de nuestra cultura occidental. No aparecen en la Biblia en el mismo marco de pensamiento que nosotros utilizamos. Por eso huid de los charlatanes que os quieran contar otra cosa. Huid como si se os fuera la vida en ello.

Pero aquí estamos, en esta vida, en estas calles, en estos trabajos, en estos centros comerciales plagados de cremas antiarrugas y ofertas de vacaciones, de anuncios de mujeres, hombres y niños sonrientes, de programas de televisión que insisten en esa narrativa; llenos de libros de autoayuda, de gente que ha leído esos libros y supuestamente les ha cambiado la vida. Si nos dejamos llevar por este flujo, nos resulta muy difícil no creer sutilmente en la idea de que la búsqueda de la felicidad es nuestro fin mayor. En la teoría, quizá sepamos que no; pero en la práctica, en ese lugar profundo del corazón donde las creencias moldean nuestras acciones y decisiones, si no hacemos un esfuerzo consciente a favor de la Verdad, con mayúsculas, no nos diferenciamos nada del resto de la gente.

El problema es que todo este escaparate es falso, y los anuncios los hacen actores pagados para sonreír. La felicidad, en realidad, es una búsqueda irrealizable en un mundo de pecado: y esto lo intuimos todos, creyentes y no creyentes. Quizá no se llame pecado, pero sí percibimos que siempre hay alguna manera en que el mundo no funciona bien. Ni los libros de autoayuda, ni la política, ni las revoluciones sociales, aunque traigan bien a la sociedad, sirven para solucionar las injusticias; a veces, crean injusticias nuevas. No existe, en términos humanos, una solución definitiva. La felicidad a la que se aspira, en esos términos, es una utopía, y una dictadura moral cruel.

Además, felicidad acaba siendo un término demasiado subjetivo, demasiado individualista para poder vivir en sociedad. A unos les hacen felices vivir en el campo rodeados de lechugas, y a otros eso mismo les agobia sin remedio. Un asesino en serie, en su retorcida psicología, es feliz en el momento en que está acabando con su víctima. Si tienes depresión, sencillamente tu cerebro no es capaz de percibir ninguna emoción o sentimiento parecido a la felicidad, porque está enfermo. Y el egoísmo, el pecado que llevamos dentro, manipula constantemente nuestro concepto de felicidad. Es todo demasiado subjetivo sin un baremo externo.

Todo el relato bíblico, de principio a fin, insiste en una narrativa de lo que es el sentido de la vida muy diferente al que se nos vende en la sociedad. Al no existir como tal el concepto de felicidad entre sus páginas, se nos habla de cosas mucho más profundas. Por ejemplo, se nos cuenta que Dios es soberano sobre nuestras vidas, aunque nosotros tenemos libertad de elección; y que todos, buenos y malos, igual que disfrutamos por igual de la lluvia que cae del cielo, sufrimos y pasamos dificultades por igual. Quizá el porqué sea uno de los grandes misterios de la vida, pero ahí está. Se nos cuenta también que quienes creen en Jesús y aceptan su mensaje, su muerte y su resurrección, entran en un estado espiritual diferente en el que la reconciliación con el Padre a través de Cristo se transforma en una actitud cotidiana muy diferente hacia la vida. Hemos muerto en Cristo, y vivimos por él. El Espíritu Santo es la promesa de que eso es cierto, y con él aprendemos a experimentar alegría, esperanza, paz y vida, según va transformando nuestra mentalidad (según le vamos dejando), pero nada de eso es exclusivamente para nosotros mismos, sino para darle gloria a Dios, para bendecir a otros en la misma medida en que nosotros somos bendecidos. En medio de eso, Dios sigue siendo soberano y los sufrimientos siguen presentes, pero ahora no los vivimos como ataques que nos destruyen, sino como medios, historias, circunstancias que en última instancia hacen crecer nuestra esperanza real en Dios y sirven para darle gloria a él. El concepto occidental de felicidad, sencillamente, no cabe aquí dentro.

Y queda una pregunta de fondo: si la felicidad fuera tan importante, si fuera lo más importante, ¿fue feliz Jesús? ¿Feliz al estilo de hoy en día, al estilo de las predicaciones de los gurús? Ni de lejos. Pero su vida es, de todas las vidas de la historia de la humanidad, la más grandiosa, gloriosa y la que más mereció la pena. Lo sigue siendo, porque no está muerto, de hecho. Por medio de él tenemos la promesa de la paz interna, la esperanza, la estabilidad emocional… ¿todo eso puede entenderse como felicidad? Ciertas compañías publicitarias no estarían del todo de acuerdo, porque no es algo con lo que se pueda comerciar. Se nos ha dado por gracia; es decir, gratis. Nadie puede controlarlo ni ponerle otro precio que no sea el de la cruz. 

La sociedad insiste en que la familia es felicidad, en que tener pareja es felicidad… Y nada de esto fue cierto en la vida de Jesús. Se insiste en que tener un buen sueldo y una buena casa es felicidad, y de todo ello careció Jesús. Y si nosotros somos llamados constantemente a vivir como Jesús… sencillamente, las piezas no encajan.

No significa que tengamos que renunciar a la familia, a tener pareja, o a nuestra bonita casa: significa que, si nos apoyamos en esas cosas para que den sentido a nuestra existencia, no podemos ser como Jesús. A lo mejor, la verdad, es que muchos cristianos que están sentados domingo tras domingo en sillas y bancos de la iglesia no quieren ser como Jesús: no quieren sufrimiento, no quieren poner a Dios por encima de todas las cosas… y es su decisión, al final. Igual que el servir a Dios trae consecuencias inesperadas (un camino estrecho, pero lleno de belleza), el no hacerlo también trae sus consecuencias. Quien no quiera aceptar esta verdad y siga pensando que no quiere renunciar a la búsqueda de su propia felicidad, ni tener que sufrir por salirse del camino marcado, lo más seguro es que no tenga más recompensa que esa pobre y raquítica felicidad humana durante el resto de su vida.

Todo esto que escribo aquí no es más que un apunte. Este tema da para libros enteros. Llevo semanas conversando con Dios sobre este tema porque él ha tenido que sacarme casi a golpes de esta mentira. Por ejemplo, me insiste mucho en Romanos 8:6-8: “La mentalidad que proviene del Espíritu es vida y paz. La mentalidad pecaminosa es enemiga de Dios, pues no se somete a la ley de Dios, ni es capaz de hacerlo. Los que viven según la naturaleza pecaminosa no puede agradar a Dios” (NVI). Y qué manía con pensar, explicar y predicar exclusivamente aquí sobre pecados “de cintura para abajo”, cuando creer que nuestro fin en la vida es ser felices es tan pecado como cualquier otro. Es egoísmo en vena. Es una mentira como un templo. Pero ya profundizaremos más en esto otro día.

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