Súplica

El gozo verdadero no depende de las circunstancias.

  · Traducido por Victoria Diaz Melendrez

26 DE JULIO DE 2018 · 20:10

Foto: Alain Auderset.,
Foto: Alain Auderset.

No es fácil hablarles de esto, pero me gustaría animarles…

Hace algunos años, cuando iba por la vida con candidez, algo horrible que no vi venir me golpeó de frente.

Mi inocencia murió en el acto y mi corazón quedó salvajemente destrozado. Recibí entonces extrañas visitas nocturnas…

 

Tristeza vs Auderset

En medio de la noche, me despierto con una profunda angustia. Me encuentro con una tristeza tan grande que me arrastra a los límites de lo soportable.

Nada me consuela… ¿Qué hago? ¿mirar una película para cambiar las ideas? ¡Uff! ¡sería como poner una tirita en una pata de palo! (además, con lágrimas, la imagen se ve borrosa), ¿dar un paseo? ¿orar? (Bah, no tengo ganas)…

Finalmente, bajo al sótano y caigo de rodillas bajo la tenue luz de una bombilla. Llorando a lágrima viva, clamo a Dios, expresándole mi pena, suplicándole ardientemente que intervenga.

Después de aproximadamente una hora, parece llegar directamente de lo más profundo del paraíso, una alegría sincera que me invade. Es algo inexplicable, a pesar de que las circunstancias no han cambiado para nada, me siento en paz (¿!)

El gozo verdadero no depende de las circunstancias.

 

Destrucción vs Jesús

Otra noche, una pesadilla me despierta, pero esta, a diferencia de las demás, no se desvanece con mis sueños… sigue atormentándome incluso con los ojos abiertos.

Descubro en mí un deseo que antes nunca había tenido: las ganas de destruirme, de mutilarme (?!), es horrible (comprométete en el ministerio, decían…).

Mientras estoy atrapado en medio de oleadas de tormentos incesantes, en un momento de discernimiento digo:

- ¡En el nombre de Jesucristo, espíritu de destrucción, vete!

De repente, llega una calma sobrenatural. Es como si nunca hubiera pasado nada…

Jesús es más fuerte que la muerte.

 

La noche de la curación

Una semana después, una anécdota sin importancia despierta esa vieja cicatriz.

Alrededor de las dos de la mañana, en mi cama, suplico al Señor que me cure (un poco como Bartimeo al borde del camino, salvo que yo estoy sobre un colchón), eso duró tres cuartos de hora.

Después, de golpe, tuve una visión:

Unos pequeños obreros instalan una especie de alfombra gruesa, una capa de pomada sobre el terreno de mi herida, seguidamente lo cubren todo con una gran capa de color blanco roto (?!).

Siento un profundo alivio y me duermo enseguida.

 

El Señor oye

Vale, todavía no ha terminado conmigo, pero yo soy suyo, sé que él cuida a sus cosas.

 

¿Por qué?

Frente a la prueba, ningún “Porque” consuela de verdad. Además, eso va más allá de nuestra comprensión.

Escojamos tener confianza en que Dios es amor y creer que a Él no le superan los acontecimientos.

En vez de comprender, escojamos aprender y amar.

¿Ustedes?

A los que van a encontrarse con el sufrimiento (pero aún no lo saben): Agárrense a Jesús con todas sus fuerzas. Porque o la tormenta les alejará para siempre, o les acercará más que nunca… tienen que decidirlo ya, antes de que suceda…

Conclusión: ¡Tururù, chachi piruli, chupi!

(Eso es por el pequeño toque de humor que faltaba)

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Cita con Dios - Súplica