Cleptomanía de poder

Esta propensión morbosa de quedarse con lo que los demás tenían le llevó a enfermar del coco. Sin embargo, en su egoísta ceguera, decía que no conocía el motivo de su perturbación.

20 DE JULIO DE 2018 · 08:00

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Si digo que aquella persona era cleptómana es porque era cleptómana y punto. El presunto se llamaba Assumpto. Se dedicaba al diálogo fácil con las altas esferas. Gustaba del critiqueo dirigido a desprestigiar a los demás. A los demás, siempre y cuando tuvieran una ocupación envidiable. Con frecuencia hallaba orejas grandes como suelas de zapatos dispuestas a escucharle. Eso le animaba a continuar.

Era un inútil, un inexperto y un vago que opinaba de todo sin saber de nada. Además, era envidioso. Un cóctel explosivo donde quiera que se hallaba pues, dondequiera que se hallaba alzaba su voz. Se acercaba por la puerta de atrás a los despachos de los corazones pertinentes para desocupar a las buenas gentes que allí se habían alojado y, si lo conseguía, agarraba para sí todo el espacio.

Por un lado, arrancaba la estima que se le tenía a tales criaturas y sembraba al mismo tiempo la cizaña que había de crecer; por otro, una vez logrado ejecutar el primer paso, robaba el puesto que cada cual ocupaba afirmando que él lo haría mucho mejor.

Esta propensión morbosa de quedarse con lo que los demás tenían le llevó a enfermar del coco. Sin embargo, en su egoísta ceguera, decía que no conocía el motivo de su perturbación.

Sin que él lo supiera, alguien inteligentemente mosqueado había instalado cámaras en lugares estratégicos cuyas grabaciones se dieron a conocer públicamente en el momento adecuado. Aparecía en todas las cintas, desparramando aquí y allá partes del manojo de engaños que llevaba entre las manos. Se observaba a la perfección la manera sigilosa de acercarse al inocente, de llamar a la puerta de su conciencia para engatusarle. Se veía su amplia sonrisa ensayada. En fin, las cámaras eran tan sofisticadas que grabaron sus verdaderas intenciones: Cleptomanía de poder, fue el nombre que dieron los especialistas a su padecimiento.

Murió poco después de ser descubierto, de cólera, no de peste, o sea, de rabia, pero no de la que transmiten los perros sino de ira. Le vino de pronto uno de sus arrebatos mortales sobrevenido al encontrar, cierto día, todas las puertas de los despachos cerradas. Cerradas sólo para él.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Tus ojos abiertos - Cleptomanía de poder