De la corrupción de las costumbres a la corrupción de las ideas

Lo que comienza siendo solamente pecado, si se justifica, se termina convirtiendo en doctrina.

11 DE JULIO DE 2018 · 14:00

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Una de las características que se aprecian en las últimas cartas del Nuevo Testamento son las solemnes advertencias dirigidas a los cristianos, en vista de la proliferación de falsos maestros que estaba teniendo lugar. No es que el fenómeno fuera nuevo del todo, porque ya la falsa enseñanza, procedente especialmente de los judaizantes, había sido un quebradero de cabeza para el apóstol Pablo, desde los mismos inicios de su ministerio. Pero la diferencia que se nota décadas después es que el peligro ya no solamente procede de los judaizantes y no sólo lo detecta Pablo, sino que tanto Juan como Pedro y Judas advierten a sus lectores sobre las consecuencias de prestar oídos a lo que algunos estaban enseñando.

Concretamente Pedro, en su segunda carta, describe la conducta y doctrina de los falsos maestros y al efecto es aleccionador ver cómo hay una relación recíproca entre conducta y enseñanza, de manera que lo que comienza siendo solamente conducta, acaba convirtiéndose en enseñanza. También es importante captar que la falsa enseñanza procede tanto de personas que están dentro de la iglesia como de personas que no pertenecen a ella.

Los primeros, los que están dentro de la iglesia, son descritos en el capítulo 2 de la carta, de los que se dice que estuvieron en el camino recto, escaparon de las contaminaciones del mundo por el conocimiento de Jesucristo y conocieron el camino de justicia. Así que estamos ante personas que en un tiempo dado fueron cristianas. Sin embargo, al enredarse de nuevo en los viejos caminos y perseverar en ellos, volvieron atrás, no siendo la suya una caída circunstancial o momentánea. El hecho de alimentar sus pasiones fue ocasión de afianzarse en su pecado, que es descrito de diversas maneras. Una de ellas es disolución, que aparece dos veces en ese capítulo y que también puede traducirse como desvergüenza o desenfreno. También se declara su seguimiento de la carne, que les lleva a andar en deseos desordenados e inmundicia, teniendo los ojos llenos de adulterio y no cansándose de pecar, al haber quedado su corazón habituado a la codicia, todo lo cual acaba en el estado de esclavitud al que han sido reducidos, habiendo una terrible sentencia de condenación contra ellos.

Pero hay un paso más que esa clase de personas van a dar y es el salto de la conducta a la doctrina. La mala conducta invariablemente va a desembocar en mala doctrina, que es descrita bajo los términos de herejías destructoras, errores y palabras infladas y vanas. Se trata de un paso lógico, porque es imposible seguir viviendo desordenadamente sin que eso afecte a las creencias. Una guerra interna imposible de soportar es la que experimenta la persona que cree una cosa y vive de manera contraria, no habiendo más que dos soluciones: O cambia su manera de vivir para que concuerde con su manera de creer o cambia su manera de creer para que concuerde con su manera de vivir. La primera solución solo es posible mediante el arrepentimiento. La segunda es la que escogieron los falsos maestros a los que se refiere Pedro en su carta.

La lección que se concluye del caso de estos falsos maestros es que lo que comienza siendo solamente pecado, si se justifica, se termina convirtiendo en doctrina. Es decir, se acaba por amoldar la doctrina al pecado personal, para que coincidan ambas cosas. El paso de la corrupción de las costumbres a la corrupción de las ideas es inevitable.

El otro tipo de personas, fuente de falsa enseñanza, están descritas en el capítulo 3 de la carta. Son personas que desde fuera de la iglesia se burlan de las promesas que los cristianos aguardan, referentes a la segunda venida de Cristo, y de las advertencias sobre el juicio venidero al que este mundo está destinado. Es importante constatar que estas personas, lo mismo que las anteriormente descritas, viven andando según sus propias concupiscencias, es decir, según sus propios deseos desordenados, lo cual les lleva a rechazar toda idea que tenga que ver con un juicio en el que han de dar cuentas. De nuevo, la corrupción de las costumbres desemboca en corrupción de las ideas.

Todo esto es muy pertinente para el tiempo que estamos viviendo, donde las costumbres se han pervertido hasta tal grado que ya es imposible dar marcha atrás, por lo que se ha hecho necesario cambiar las ideas para que sostengan esas costumbres. De ese modo, en nuestra sociedad ideas corrompidas justifican costumbres corrompidas. Y para que ese estado de cosas se perpetúe, se hace imprescindible llevar esas ideas corrompidas a todos los ámbitos de la sociedad, como la familia, la escuela, las instituciones, los partidos políticos, las leyes, los medios de comunicación y ¿por qué no? la iglesia.

Por eso la terminación de esta carta del apóstol Pedro es muy oportuna: ‘Así que vosotros, oh amados, sabiéndolo de antemano, guardaos, no sea que arrastrados por el error de los inicuos, caigáis de vuestra firmeza. Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén.’

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