Cuéntame un cuento

Los leo con la madurez que me han proporcionado los años, pero sin dejar de admirarlos con los ojos ingenuos de la niña que llevo dentro.

05 DE JULIO DE 2018 · 16:00

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No he conocido a ningún príncipe azul. Nunca he sido rescatada de las garras de un fiero dragón que arrojara fuego por la boca. No he subido al cielo en una nube de algodón, ni he viajado a la luna en una nave espacial fabricada con latas de refrescos. Nunca he peleado con malvados piratas para después quedarme con el tesoro que su barco llevaba, en definitiva y para tristeza mía, nunca he sido la protagonista de un cuento.

Suelo comprar libros infantiles, leerlos junto a mi hija contemplando una y otra vez sus ilustraciones. Nunca me había parado a pensar en  el motivo de esta fijación por los cuentos, por las historias que van destinadas a un público de corta edad, simplemente he creído que me gustaban los relatos que iban destinados a los párvulos porque en cierta manera todos somos un poco niños.

Con el paso de los años me he dado cuenta de que posiblemente esta pasión desmedida no es más que la carencia que tuve en mi infancia de que alguien me contara un cuento.

Retrocediendo a mis días de niñez, recuerdo como en las noches, antes de dormir, velaba a solas esperando a que llegara el sueño, desando que alguien me hiciese un regalo y coloreara mis oídos con alguna historia llena de magia.

Contemplo con los ojos del recuerdo a una niña que agazapada entre mantas aguardaba la venida del letargo para que la noche le ofreciera, de forma gratuita, un pasaje de ida y vuelta al país de los sueños.

Muchas de mis horas nocturnas las invertía elaborando historias que contar a mis muñecas, cuentos que fabricados en mi cabeza brotaban durante el día y llenaban mi pequeño mundo de niña de seres fantásticos, de brujas buenas, de flores tristes que anhelaban la llegada de la señorita primavera.

¡Me gustan los cuentos! Los leo con la madurez que me han proporcionado los años, pero sin dejar de admirarlos con los ojos ingenuos de la niña que llevo dentro, de ese pequeño ser al que a veces remito para comprender cosas que no discierno con la mente adulta, esas cuestiones que se han de responder con la nobleza de un corazón cándido .

Sé que nunca es tarde para pedir que un sueño se cumpla, por ello cierro los ojos deseando que algún día alguien me otorgue el placer de hacer que me quede dormida oyendo un cuento, y si puede ser, que me permita por unos momentos ser la protagonista.

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