La mirada heterodoxa. Política y religión en México: tres décadas de seguimiento y análisis (Palabras preliminares)

El posible ascenso al poder presidencial de un líder que las ha manejado de acuerdo con sus intereses es una prueba clara del impacto tan fuerte que tiene ahora los “evangelismos políticos”, como los han denominado otros analistas.

29 DE JUNIO DE 2018 · 09:00

Hugo Éric Flores con Felipe Calderón. ,
Hugo Éric Flores con Felipe Calderón.

Bajo este título se ha reunido un conjunto de textos que se acercan al fenómeno religioso y político mexicano (y latinoamericano) desde una perspectiva personal ubicada en el campo protestante. Muchos de ellos han aparecido en Protestante Digital y el deseo es que, articulados en un volumen, sirvan como resumen y punto de partida para que los lectores interesados (dentro y fuera de México y América Latina) hagan uso de ellos para su reflexión particular.

No cabe duda que dar seguimiento a los temas de cierto interés obliga a poner en práctica el rigor metodológico, personal, un buen manejo de fuentes y hasta una toma de postura clara. La presente recopilación de textos intenta ofrecer un panorama de tres décadas de análisis puntual de las relaciones entre política y religión en México desde un punto de vista heterodoxo, es decir, con énfasis protestante. Para tal seguimiento se han sumado la afición propiciada por el ambiente eclesial, la formación académica y el curso de mismos acontecimientos en su aparatosa y contradictoria sucesión, y que en ocasiones ha chocado frontalmente con la orientación de quien escribe, educado en un ámbito de profundo respeto y práctica de la laicidad. No se oculta en absoluto que, al acometer este tipo de análisis, se mezclan continuamente las revisiones históricas, el enfoque sociológico y la perspectiva teológica, no siempre en ese orden, pues al contrario de lo que algunos otros puntos de vista promueven, semejante combinación de elementos es la que le ha permitido al autor plantear horizontes de juicio que, de otra manera, le hubieran resultado muy difíciles.

 

Arturo Farela orando por López Obrador.

Es verdad que tomar el pulso a las diversas situaciones en las que convergen la política y la religión produce múltiples decepciones, pues los momentos en que se abordan son extremadamente cambiantes. Para la población protestante/evangélica de México (y de buena parte de América Latina) ha resultado escandaloso, por decir lo menos, el viraje ideológico que ha colocado a estas comunidades en la extrema derecha del espectro político, sobre todo si se discute a la luz del pasado liberal de las mismas. Para los evangélicos mexicanos, sin ser un dogma ni mucho menos, la figura de Benito Juárez y lo que él ha representado (los logros del liberalismo del siglo XIX en materia de separación de la Iglesia y el Estado, la legalización de la laicidad y la libertad de cultos, particularmente), durante mucho tiempo fue un aspecto intocable de la identidad religiosa heterodoxa y abiertamente disidente del catolicismo predominante. Ello en la búsqueda de valores cristianos que, sin imponerse al resto de la sociedad de manera autoritaria, permitiese abrir, literalmente, las conciencias a otras posibilidades de vida más acordes con una sana experiencia de la secularización, proceso histórico irreversible en la vida del país.

Pero, oh sorpresa, al decaer esta corriente ideológica como razón de ser de los gobiernos posrevolucionarios que ejercieron el poder durante buena parte del siglo XX (desde fines de los años 20 hasta 2000, aproximadamente), he aquí que el protestantismo se sintió huérfano y encontró en los postulados de la derecha una nueva manera de ser y de pensar. Esta ingrata contradicción, que ya no alcanzó a ver suficientemente Carlos Monsiváis (1938-2010), para quien el pensamiento ultra-católico impuesto desde las cúpulas episcopales católicas había experimentado varias derrotas históricas y culturales, se ha vuelto una feroz realidad en los años del siglo XXI que ya han transcurrido. Hoy es posible hallar varias expresiones políticas de ese conservadurismo en el ambiente evangélico que, envalentonado por las reformas constitucionales de 1992-1993, considera que ha llegado el momento de acceder al poder, así sea con las banderas menos esperadas. Es lo que se aprecia en estas fechas, a las puertas de las elecciones presidenciales de 2018, en las que mediante alianzas que en otros tiempos hubieran sido vergonzantes, un instituto político que triunfalista, pero falsa y abusivamente, se arroga la representación evangélica, participa en el proceso con la esperanza de conformar una bancada con suficiente peso, a imagen y semejanza de lo que ha acontecido en otros países latinoamericanos, con resultados en general bastante lamentables.

Otro tema central que ha ocasionado la redacción de este material lo constituyen las reiteradas violaciones al carácter laico del Estado establecido por la Constitución mexicana por parte de algunos gobernantes de todos los niveles, quienes en el afán de legitimar su actuación y congraciarse con sus electores, no han dudado en pasar por alto lo que la ley los obliga a cumplir irrestrictamente. Los dirigentes religiosos (sobre todo católico-romanos), a su vez, también han cometido estos delitos y se han sumado a la ya larga cadena de irregularidades en este sentido. Acaso el instante más grotesco fue la flagrante transgresión de Vicente Fox Quesada cuando besó el anillo papal siendo presidente de la República en 2002, con el insulso propósito de “dar a conocer su fe”, como si nadie en todo el país supiera acerca de su obvia filiación religiosa. Su burda expresión de fervor quedó como una advertencia de hasta dónde puede llegar la falta de respeto a la laicidad del Estado.

Las repetidas advertencias de los expertos acerca del comportamiento social de las nuevas jerarquías evangélicas (“amorfas”, como las definía en otro tiempo el profesor Jean-Pierre Bastian) se han vuelto realidad en la arena política transformada por el descrédito de los partidos políticos tradicionales que ha empujado hacia la conformación de conglomerados sociales movidos por las creencias religiosas, más que por las ideologías. El posible ascenso al poder presidencial de un líder que las ha manejado de acuerdo con sus intereses es una prueba clara del impacto tan fuerte que tiene ahora los “evangelismos políticos”, como los han denominado otros analistas. En la fuerza electoral de estos movimientos subyace un conjunto de prácticas comunitarias que fueron menospreciadas en décadas anteriores.

 

Peña Nieto y su familia en el Vaticano, en 2014.

De modo que las preocupaciones acumuladas, la ansiedad por no dejar escapar los instantes cuestionables y la urgencia por que el análisis atrape algunas de esas circunstancias son lo que está detrás de estos ejercicios que ha parecido necesario recuperar con el propósito de contar con un panorama personal, visible, de la evolución de estos acontecimientos. Tal vez sea útil apreciarlos desde esa visión, más allá de su imposible objetividad, pero con la posibilidad de que articulen un discurso más o menos coherente y unitario.

 

Portada de La mirada heterodoxa con Vicente Fox besando el anillo de Juan Pablo II.

Es una lucha contra el paso de los años, que en ocasiones se “come” a los esfuerzos por mostrar fotografías de los hechos, dada su rapidez y fugacidad. Si se ha logrado algo resistir, en alguna medida, ese veloz transcurso mediante estos pequeños trazos, es posible darse por satisfecho. Quizá no sea así, y únicamente estos ensayos, ponencias, artículos, notas periodísticas y entrevistas sólo dejen constancia del testimonio de las acciones de los actores implicados, además de las variadas formas en que ha sucedido el pasado reciente mexicano. Ojalá este libro encuentre un lugar entre otros estudios similares que, desde otros horizontes de análisis, apuntan a la comprensión de las mismas realidades.

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