La intolerancia teológica

Me dan miedo los que se declaran poseedores de la verdad absoluta en materia de interpretación cristiana. Porque son inquisidores potenciales.

30 DE MAYO DE 2018 · 12:00

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El mayor crimen que los filósofos librepensadores del siglo XVIII imputaron al Cristianismo fue el de la intolerancia civil. A pesar –o quizá por ello- de que nacieron y su educaron en un cuerpo religioso emparentado con la fe cristiana.

No puede negarse que por culpa del Cristianismo ha corrido mucha sangre. Los poderes políticos, actuando como verdugos a las órdenes o por inducción de instituciones cristianas, han utilizado la espada de Dios, según creían o decían que creían, para segar millones de vidas a lo largo de 20 siglos de historia cristiana. ¿Cristiana?

En realidad, en su mismo origen el Cristianismo sufrió la violencia sangrienta de la intolerancia civil en la persona de Jesucristo. Pilato representaba el poder político de Roma. Fue él quien dictó la sentencia de muerte que llevó a Jesús a la cruz. En el curso de los cuatro primeros siglos el Cristianismo sufrió diez feroces persecuciones instigadas por emperadores romanos.

Pero la situación cambia radicalmente cuando los cristianos llegan al poder. Reaccionan persiguiendo y matando a quienes antes les habían perseguido y matado. Olvidaron muy pronto de qué espíritu eran. Cegados por un deseo pagano de venganza, no tuvieron en cuenta que el Hijo del Hombre no vino al mundo para perder las almas, sino para salvarlas.

El primer emperador pagano que ordenó la persecución contra los cristianos fue un español, Trajano, nacido en Itálica (Sevilla), cabeza del imperio romano entre los años 98 al 117. Y el primer emperador cristiano que mandó matar a los paganos fue otro español, Teodosio, según unos nacido en Sevilla, y según otros nacido en Galicia. Este Teodosio fue elegido emperador del Imperio romano el año 379 y se mantuvo en el poder hasta el año 395. Fue el primer político que nombró un “inquisidor de la fe”, el que inauguró la larga historia de persecuciones civiles desencadenadas por el Cristianismo. Me habría gustado saber de qué color tenía el alma este Teodosio y los que se la pintaron con pinceles religiosos. Lo que sucedió después escrito está en los libros.

Ocho grandes cruzadas cristianas entre 1106 y 1270 para decapitar infieles. Los turcos no eran dignos de entrar al cielo. Había que matarlos a todos. Por otra parte, amenazaban los intereses materiales del Cristianismo y esto era menos tolerable aún. La intolerancia civil del Cristianismo se traducía en guerras sangrientas.

Llegamos a la Inquisición. El 1 de noviembre de 1478 el papa Sixto IV pide a los Reyes Católicos que establezcan la Inquisición en España y persigan civilmente, hasta la muerte, a todos los que la Iglesia católica señale como herejes. Hasta el decreto de la reina María Cristina en 1834 aboliendo la Inquisición en España transcurrieron 356 siniestros años de persecución civil por instigación de los llamados a amar al prójimo. Es como para volverse loco o para apilar en el corazón del mundo todos los libros que se han escrito sobre las palabras de Jesús y encender una hoguera universal cuyas llamas alcancen hasta el tercer cielo de Pablo.

¿Fueron distintos los reformadores protestantes? Si pretendieron serlo, no lo sé; sólo sé que actuaron con parecida ferocidad. Después de todo, eran hijos del Vaticano y llevaban la intolerancia civil en la sangre. Por culpa de Lutero, Europa padeció una guerra que duró 30 años, desde 1618 a 1648. Católicos y protestantes se mataban sin consideración por un texto de la Biblia al que daban diferentes interpretaciones. Eso sí, no lo hacían peleando con crucifijos o arrojándose Biblias a la cabeza. Utilizaban, como les había enseñado la Historia, los poderes civiles.

No aprendieron nunca. Ni han aprendido todavía. Cuando 120 puritanos ingleses y holandeses se embarcaron hacia el nuevo mundo huyendo de las persecuciones religiosas en Europa, lo primero que hicieron al llegar a las costas de Nueva Inglaterra el 11 de diciembre de 1620 fue confeccionar un severo código civil que limitaba las libertades y perseguía hasta la muerte a los disidentes religiosos. Los que huían de la intolerancia se convirtieron de la noche a la mañana en intolerantes. ¿Es éste el destino fatal del hombre? ¿Es ésta la inclinación inexorable del corazón humano? ¿Se equivocó Dios al crearnos? ¿Por qué somos tan malos? ¿Quién nos hace ser así? ¿El diablo o los diablos de maldad que cada uno de nosotros lleva en su propia alma?

A lo que iba. La intolerancia civil es siempre, siempre, consecuencia de la intolerancia teológica. Me dan miedo los que se declaran poseedores de la verdad absoluta en materia de interpretación cristiana. Porque son inquisidores potenciales. Si no te persiguen, si no te queman, si no te mandan a la horca, es porque los poderes civiles de ahora no se prestan al juego. Pero en su mente, y amparados en su particular interpretación de la Biblia, te mandan al infierno. Sin más. Sin darte siquiera una oportunidad. Te matan en el infierno, que es otra forma más sádica, más lenta, más duradera de matarte.

Los primeros intolerantes teológicos fueron aquellos hombres que andaban con Jesús por tierras de Samaria y querían pedir fuego del cielo para destruir a todos los habitantes de la región. “Si no creen como nosotros, hay que quemarlos vivos”, pensarían. La intolerancia civil de Pilato fue una consecuencia de la intolerancia teológica de los grandes rabinos judíos. Cristo no interpretaba el Viejo Testamento como ellos; luego era un hereje y había que matarlo. Pero que lo mate la autoridad civil. Así quedaban ellos libres de homicidio. ¡Cuánta farsa! Las persecuciones del paganismo romano contra los cristianos eran también el resultado de la intolerancia teológica. El Imperio tenía dioses propios, creencias religiosas particulares: los cristianos adoraban a otro Dios, amenazaban sus intereses religiosos, había que exterminarlos a todos. Los católicos consideraban aberrantes las doctrinas del Islam, calificaban de heréticas las desviaciones protestantes. Para los reformadores, la Iglesia católica era antibíblica. Los peregrinos del Mayflower despreciaban las creencias de los cuáqueros, había que perseguirlos hasta la muerte.

Este es el veneno de la intolerancia teológica. La peor, la más rencorosa, la más dañina, la más despiadada y cruel de todas las formas de intolerancia. Si alguien no lo cree así, le invito a que abra cualquiera de los cuatro Evangelios y pregunte a Cristo.

La intolerancia teológica, tan funestamente arraigada en el seno de la Iglesia católica y en los corazones de líderes evangélicos, empieza con la pretensión de que ellos y sólo ellos poseen la verdad absoluta en materia de revelación divina. No hay más religión verdadera que la revelada por Dios, dicen, y no hay más verdad religiosa que la que yo creo y práctico, añaden. Luego todos los demás viven en el error y la herejía debe ser combatida.

Los intolerantes teológicos pretenden tener en sus manos las llaves del cielo y del infierno. No permiten que se ponga en duda ni una sola de sus creencias. Son los demás quienes deben rectificar; son los otros quienes han de cambiar. Los intolerantes teológicos son, por lo general, personas soberbias, arrogantes, altivas y engreídas, endiosadas en sus esquemas religiosos. Son duras e inflexibles. Cuando se enfrentan a una mente tolerante y abierta la acusan de traicionar lo que ellos llaman principios doctrinales del Cristianismo, que no son otra cosa más que interpretaciones personales de su parcela confesional.

Los intolerantes teológicos son maestros en el dominio de las argucias. Proclaman altamente que la verdad debe ser defendida y el error, combatido. Y que no hay otra verdad más que la suya. Añaden que ellos no condenan a nadie, que a nadie combaten, que es la Biblia la que juzga y sentencia. Y cuanto más ignorantes son en el conocimiento de la Biblia, más la utilizan como escudo. No admiten que otros puedan variar en un punto de la enseñanza de Cristo. Dios se manifiesta al mundo sólo a través de ellos y de los suyos. Para los demás sólo queda el infierno que nunca cesa, el gusano que nunca muere, el fuego que nunca se apaga.

Oración de urgencia: de los intolerantes teológicos que cada día abundan más en el protestantismo español, líbranos, Señor.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Enfoque - La intolerancia teológica