Daniel González, el misionero que llevó el Evangelio a miles de hogares

Daniel tenía muy claro que la educación es un derecho, y que acceder al Evangelio, también.

20 DE ABRIL DE 2018 · 09:00

Daniel González.,
Daniel González.

Un anciano orando, manos juntas y apretadas, ojos cerrados, ante una Biblia, un pedazo de pan y un cuenco de sopa. Eric Enstrom, hace justo un siglo (1918), captó una de las imágenes más bonitas de la historia, una fotografía que parece un cuadro, suelen decir muchos.

Una fotografía titulada Gracia y que, con pocos elementos, capta la luz necesaria, el tono perfecto y la pausa precisa para definir una vida como la de Daniel González Fernández, que falleció esta semana a los 79 años. Esa fotografía era la imagen favorita de Daniel (permítanme que le cite por su nombre de pila), la que presidía su comedor y, lo más importante, la que presidía su vida, su estilo de vida.

 

Grace, de Eric Enstrom (1918).

Daniel se formó como Périto Mercantil, esa es la parte curricular más "oficial", pero su verdadero oficio y vocación fueron servir a la extensión de la Palabra de Dios desde varios frentes. Dirigió equipos evangelísticos, fue anciano de varias iglesias (Guinardó y La Bisbal, en Barcelona, y Sant Feliu de Guíxols), así como director de las entidades Misión Alturas y Cursos Bíblicos por Correspondencia.

En los años 60, en pleno túnel de la oscuridad franquista, formó parte de los equipos de Operación Movilización (OM) y de su tarea evanglística por toda España. En 1966 funda la iglesia de Marquesa de Caldes, en la Barcelona que lo recibió desde su Salamanca natal, y en 1975 inició un intenso trabajo de plantación de iglesias en la provincia de Girona, donde el equipo de Misión Alturas abrió puntos en Girona, Salt, Figueres, Roses, Blanes y Sant Feliu.

¿Y qué decir de Cursos Bíblicos? ¿Quién no se ha topado nunca con alguno de sus incontables folletos que respondían a títulos tan sugerentes como Ben-Hur, A mí, ni fu ni fa o El pan de vida? ¿Quién no ha visto uno de los miles de anuncios que poblaron las páginas de las más variopintas revistas y periódicos?

Daniel tenía muy claro que la educación es un derecho, y que acceder al Evangelio, también, aunque en la España franquista no abundaba ese tipo de libertad. Daniel y su equipo se las ingeniaron para difundir, para avivar, para acercarse a cientos de miles de hogares a pesar de las dificultades. Un ministerio clave fue Cursos Bíblicos por Correspondencia —rebautizado décadas después como Cursos Bíblicos ya en la era de internet—, que ha contado con 40 colaboradores directos a lo largo de toda su historia y con unas cifras de escándalo, ya que atendió a casi 92.000 personas de 35 países en sus ¡55 años! de historia. Una historia escrita con páginas de amor, de conversiones, de conocer a gente, de extender el Evangelio y plagada de unas dificultades que, en fondo, para Daniel eran todavía un aliciente más: oposición de curas católicos, visitas a las comisarías, confiscación de literatura cristiana, expulsiones y alguna que otra noche en el cuartelillo gentileza de la Guardia Civil de la época.

Los inicios de Cursos se fraguaron con un proyecto muy ambicioso: el envío de un millón de folletos por correo de forma clandestina, una operación que precisó del uso de varios buzones de toda España para no levantar sospechas. Ese envío subversivo constaba de un Evangelio de Juan y de la oferta de un curso bíblico. Y la respuesta fue espectacular: 30.000 solicitudes, que llegaron a través de Portugal, y que Daniel y los suyos tuvieron que compartir con el ministerio holandés La luz de la Vida al no dar abasto.

 

Oficina de Cursos en los años 80.

Su primera oficina estuvo en Terrasa —la misma ciudad donde, paradojas de la vida, Daniel ha vivido los últimos años de su vida, junto a su esposa Carme Martí, otro elemento clave en su vida y en la historia de Cursos—, para trasladarse después a Madrid (sede que atendió Carme durante cinco años) y regresar a Barcelona.

En 1975, un joven de los Estados Unidos, Guillermo Roop, llegó a España para participar en una campaña de verano y llegó a ser un importante promotor de Cursos en Catalunya, antes de implicarse en el que sería su trabajo principal como obrero en Ceuta, donde todavía reside. De hecho, Ceuta y Turquía (en este caso, con Carlos Madrigal y familia desde hace casi cuatro décadas) han sido dos de las grandes pasiones de Daniel por su aspecto evangelístico y por su aspecto cultural, ya que el mundo árabe le llamaba especialmente la atención.

Esta semana, la iglesia Unida de Terrassa acogió el culto de despedida a Daniel González. El templo se llenó de familiares, amigos y, lo más importante, de testimonio. Carlos Madrigal, pastor y escritor en Turquía, quiso estar en Terrassa "para despedir al que considero mi segundo padre, mi padre espiritual". Madrigal explicó que en Turquía, cuando alguien muere, se suele usar una frase que expresa resignación y aguante", pero en nuestro caso es diferente, "aunque Jesús también lloró". En el viaje desde Estambul a Terrassa "vine recordando a Daniel. Nos conocimos hace 38 años en Sant Cugat. Llegó apurado de tiempo y, con el temor de no llegar a tiempo, sacrilegio para él, se pasó el camino orando por llegar a tiempo". Carlos habla de las virtudes de Daniel, de andar, peregrinar y gozarnos con Jesús, actitudes que formaban parte de su vida. Carlos nos habla de un hombre "inquieto", de querer siempre "algo más del Evangelio".

Las hijas de Daniel (Eva, Susana y Lydia) explican que "cuando éramos pequeñas y hacíamos alguna trastada. Pocas, pero alguna, nuestra madre, como todas las madres del mundo, nos regañaba. Pero papá, no. Dejaba que fuéramos analizando esa fechoría en nuestro pensamiento y, al cabo de un par de días, nos sentaba a la mesa, abría la Biblia y encontraba las palabras justas, ni más ni menos, para hacernos reflexionar. Este era papá. Este era Daniel González". Las palabras de las hijas no son una glosa completista, ni siquiera un repaso a toda una vida. Son retazos de sensaciones, de emociones, de vivencias. "Él nunca quiso que le tomaran como modelo de nada", relatan, y recuerdan "cuando murió nuestra madre Lily con apenas 38 años. Éramos tres adolescentes (tres chicas, pobre Daniel!) y un padre. Transitamos por el dolor, sí, y hasta por la rebeldía, pero también pudimos vivir una realidad que entreabrió sus puertas y pudimos vislumbrar aquello esencial de la vida. Fue un tiempo de estar solos en casa, sin mamá, y nos tuvimos que organizar. Y lo hicimos. Y visto en perspectiva, imágenes de una época que pueden ser borrosas, para nosotras son nítidas, con nuestro padre al frente. Después, papá encontró en Carmen una nueva pareja, alguien que para nosotras ya era como de la familia. Desde entonces, ha sido su puntal y su más grande apoyo durante 35 años, un aniversario de boda que pudieron celebrar hace apenas unos días en el Hospital".

 

Carme Martí y Daniel González.

Daniel nació en Salamanca, una ciudad que recordaba llena de callejuelas y dónde se podía jugar en la calle, pero que a la vez era monumental, universitaria, llena de vida, la de la Casa de las Conchas que, como contaban a los niños, escondía un tesoro de onzas de oro que nadie ha visto, la de la rana en la fachada de la Universidad, la de la Plaza Mayor que siempre es el punto de encuentro perfecto. Hijo de Benigno y Leonor, de su padre heredó la disciplina y algunos muebles de madera hechos a manos preciosos, y de su madre, la flexibilidad y la capacidad por contar chistes malos, para qué engañarnos (y alguno, encima los repetía a la más mínima ocasión). Daniel convivió con tres hermanas (Lis, Lydia y Aurita) y con un hermano (Benjamín) que murió joven. Sea como sea, con familia repartida entre Salamanca, León, Madrid, Francia o Croacia, siempre mantuvo contacto a pesar de la distancia, a pesar de unos quilómetros que a él nunca le daba pereza surcar.

Dicen que cada persona es dueña de un rinconcito de memoria dedicada a otras personas. Las hijas de Daniel cuentan que los rinconcitos de nuestro padre "están llenos de tiempo juntos, de cultos familiares, de viajes a conferencias internacionales, de oportunidades de conocer a gente de todo el mundo. Eso sí, podíamos pasar esos viajes alimentándonos de huevos duros y pepinos o durmiendo donde fuera, pero eran nuestros viajes, unas ventanitas al mundo que nos ayudaron a formarnos como personas". Y llegaron los nietos. Daniel, antes, solía decir que "cuando tuviéramos hijos podíamos ir a visitarles a su casa, estar un ratito y marchar". Pero no fue así. Sus tres nietos (Nil, Ibai e Itzíar) formaron con él un vínculo especial. Yendo al parque, subiendo al Metro (una ruina, ya que entre jubilado y menores no pagaban un euro), observando las hojas hasta el más mínimo detalle o compartiendo días de vacaciones en Francia o eternas partidas de cartas (o hasta de petanca, dejándole que tirara sentado en una silla), sin olvidar su conversión (eso sí que es amor de abuelo) al mundillo del fútbol y al Barça de Xavi y Messi.

 

Con sus nietos.

¿Y qué decir del orden? Su despacho, su mesa, sus cajones, sus papeles parecían organizados por esa gurú japonesa que se ha hecho famosa haciendo del orden una terapia para llenar la vida de paz e inspiración. Al lado de Daniel, una aficionada. El experimento era fácil, explican: "Cualquiera de nosotras podía entrar en su despacho y coger, por ejemplo, un bolígrafo o una goma de borrar y devolverlo a su sitio al cabo de un rato. Pero eso pensábamos nosotras, que era su sitio, antes de comprobar cómo él detectaba ese movimiento al mismo tiempo que iba alineando los lomos de los libros en las estanterías".

Daniel tenía ganas de ir al Cielo después de muchos años de enfermedad, de dolor, de unas limitaciones físicas que él superaba con disciplina, con ejercicios, con su caminar diario como el de los entrenamientos de los maratonianos, hiciera calor o hiciera frío. De hecho, cuando sus hijas eran pequeñas "intentó que saliéramos a hacer footing (entonces el running se llamaba así) por el Parc de la Guineueta. Nuestra memoria de pez no permite recordar si fueron tres o 20 sábados, aunque apostaríamos más por tres. Lo que sí que, de forma clara y con un olor a azúcar fantástico, recordamos son los churros que nos comíamos después. Somos así de coherentes y así de deportistas hemos salido las tres hijas (esa parte la hemos trasladado directamente a los nietos)".

Daniel dedicó la mayor parte de su vida laboral a Cursos Bíblicos, pero durante una etapa de once años lo combinaron con la venta de lanas en los mercadillos. Madrugar, montar y desmontar el puesto y desplazarse a diferentes localidades de Catalunya en su mercado semanal. Además de lanas, en otra época vendieron ropa y hasta miel de unos panales que se encontraban en Andalucía y que convertían el pasillo del piso de los González en un verdadero almacén de tan dulce manjar. Fue un tiempo de testimonio en esos entornos, aunque tenían muy claro que allí el objetivo no era tan evangelístico (en el sentido explícito de la palabra) como el de Cursos. Eso sí, "en Navidad sí que caía algún folleto en la bolsa de los clientes", solía explicar Daniel. Y no lo duden, su puesto de lanas era la envida del mercado, con su perfecto orden por tamaños y colores.

 

Daniel González.

El día antes de partir, Daniel estuvo hablando con un chico que también estaba ingresado en el Hospital. Habían tenido largas conversaciones y, cuando se despedían, él dijo que se había encontrado con "una persona sabia". Quédense con esta idea, con la de la sabiduría, la del amor, la de la constancia, la del testimonio, la de ser alguien a quien pedir consejo, una persona que supo ser sal y ser luz en todas partes, en todo momento. Como se cantó en el culto de despedida, "Su tiempo no es el nuestro", un tema que enlaza con la reflexión de Madrigal cuando explica que "la pregunta no es por qué Dios se ha llevado a Daniel. La pregunta es por qué nos ha dejado a nosotros aquí". Y, citando a Billy Graham (que también nos dejó este 2018), recordó cuando dio que "Si algún día os dicen que he muerto, no lo creáis, estaré más vivo que nunca".

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