¿Qué será de la iglesia cristiana en Occidente en 20-30 años?

Las ideologías que permean nuestra sociedad occidental actual son tan fuertes que la mayor parte del cristianismo occidental no sabe cómo atajarlas.

11 DE MARZO DE 2018 · 11:00

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¿Qué será de la iglesia cristiana en Occidente dentro de 20 o 30 años? Este pensamiento ha martilleado mi cabeza en las últimas semanas. Las ideologías que permean nuestra sociedad occidental actual son tan fuertes que la mayor parte del cristianismo occidental no sabe cómo atajarlas. La cultura, la filosofía y los preceptos de nuestra sociedad evolucionan a una velocidad tan vertiginosa, que impiden que la iglesia comprenda y actúe en correspondencia con sabiduría.

Nuestra juventud está siendo moldeada e influenciada radicalmente por la cultura postmoderna y los líderes eclesiales no saben cómo hacer frente a los retos que esto supone para la iglesia de hoy.

La cultura postmoderna trajo la muerte de la verdad absoluta y pocos levantaron su voz en contra. Se ha enseñado a la juventud que “la Verdad” con mayúscula no existe, que los absolutos son irreales y que cada individuo puede tener su propia verdad. Han sacralizado el relativismo. En este mundo postmoderno, “la Verdad” es ignorada, rechazada y negada. Hay muchas verdades, dependiendo de la percepción de cada persona, y podemos quedarnos con la que más nos satisface. Pero, ¿qué está haciendo la iglesia con los conceptos de “verdad” que tienen hoy nuestros jóvenes? Hermanos, si la verdad no es absoluta, entonces, los absolutos bíblicos tampoco lo son. Cuando la verdad absoluta es negada, el hombre tiene la libertad para creer lo que quiera.

La cultura postmoderna trajo la deconstrucción del lenguaje, con el fin subalterno de servir a una ideología. El “amor” se interpreta como un mero sentimiento; la “verdad” como percepción personal y subjetiva; los “intolerantes” son ahora las personas de convicciones que creen en la verdad absoluta; el “feminismo” que en sus orígenes buscaba la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, hoy se ha convertido en un movimiento victimista y opresor; la “masculinidad” y la “feminidad” pierden sus características diferenciadas y se entremezclan; la “homofobia” es interpretada como el simple desacuerdo –aún respetuoso– a la práctica homosexual; la sexualidad… ¡Qué voy a decir de esto! Y, ¿qué va a pasar si seguimos llamando retrógrados a los pastores que predican del arrepentimiento? ¿Qué va a pasar si llamamos homofóbicos a los que predican que la práctica homosexual es pecado? 

La postmodernidad ha asesinado a la ética. La muerte de los absolutos ha dado paso a la filosofía del “todo vale”. La moral está condicionada a la felicidad personal. Las acciones serán consideradas buenas o malas en función del placer o la felicidad que me produzcan. Nuestras generaciones postmodernas se rebelan ante la ley y las normas. Entonces, la ética cristiana se relativiza y adapta a las modas cambiantes. Nuestros jóvenes cristianos están perdiendo sus convicciones y ¿qué ha hecho la iglesia? Hemos evitado retar a la cultura desde el púlpito ignorando hablar acerca del aborto, la transexualidad, la homosexualidad, la ideología de género, la eutanasia, la bioética… y, en su lugar, nos hemos envuelto en una retórica sensacionalista y populachera de “gloria”, “poder”, “fuego”, “gloria”, “poder”, “fuego”. Hemos estado demasiado entretenidos en nuestros shows evangélicos, en satisfacer las expectativas de los hombres postmodernos a través de luces, humo y entretenimiento, y hemos olvidado entrenar a nuestros jóvenes para presentar una defensa bíblica y razonada en temas tan importantes como la familia, la sexualidad, los valores, etcétera. ¿Y nos extraña que más del 50% de nuestros jóvenes abandonen la iglesia? ¿Qué va a pasar en los próximos años si seguimos permitiendo que los púlpitos estén llenos de chistes, fábulas, shows y experiencias personales? Una iglesia amoldada a los patrones de este mundo, no es una iglesia en absoluto.

La postmodernidad está engendrando una juventud ególatra y narcisista. Con Instagram presumimos de nuestra “belleza” o buena vida, con Twitter de nuestra sabiduría y elocuencia, con Facebook de nuestro conocimiento y prestigio. Hemos potenciado el individualismo, la presunción, las comparaciones, la idolatría, etcétera; entrando en una espiral de envidias, insatisfacciones y apariencias. La moda de las redes sociales nos ha engatusado de tal forma que nos hemos habituado y amoldado a ser, dígase claramente, seres humanos descarada y orgullosamente egolátricos. Cada día hay más jóvenes, y jóvenes cristianos, atrapados en la generación “selfie”. Una generación que espera que todo el mundo admire su propio autorretrato. ¿Hay algo más vanidoso que esto? Una generación cuyo gozo e identidad depende de los “Me gusta” que consiguen sus publicaciones. Hemos desdeñado enseñar a nuestros jóvenes que la identidad del creyente debe estar en su posición en Cristo y no en los patrones que marca nuestra cambiante sociedad. Ahora nuestros jóvenes se han vuelto esclavos de la moda, de la imagen, de la estética, de la aprobación social, gestando una generación siempre insatisfecha y sin rumbo. Estamos ante la generación que más aparenta por fuera, pero que más vacía está por dentro. Y, ¿qué está haciendo la iglesia?

La cultura postmoderna promueve una juventud escapista e irresponsable, que huye de los compromisos y asume una actitud pasota e indiferente. Ahora tienen suficiente entretenimiento (música, internet, videoconsolas, drogas, viajes, móviles, televisión y comodidad) como para ahogar su sinsentido. Qué lejos está esta juventud de parecerse a los jóvenes de los tiempos bíblicos. Cada vez es menos común ver a jóvenes comprometidos con Dios como José en Egipto, consagrados como Samuel sirviendo en el Templo, valientes pastorcitos como David enfrentando a gigantes, a jóvenes reyes como Josías que gobiernan a un pueblo, a jóvenes íntegros como Daniel o sus amigos en Babilonia, a jóvenes pastores como Timoteo que toman las riendas de sus iglesias locales. Como me comentaba un amigo y hermano en la fe: “Nunca ha sido más fácil conseguir decisiones por Cristo, pero nunca ha sido más difícil el conseguir hacer discípulos de Cristo”. ¿Tendrá la iglesia algo que ver en esto?

En la postmodernidad la psicología secular está reemplazando la consejería bíblica, introduciendo conceptos filosóficos y psicológicos de hombres ateos. La intromisión de ciertas ciencias sociales como la sociología y la antropología en el seno de la iglesia han llevado a muchos líderes y pastores a abrir iglesias conformándose con hacer un mero estudio social y cultural, minusvalorando la importancia de la vida de oración, del llamado divino al ministerio, de la dependencia a las Sagradas Escrituras. Las ciencias sociales, en algunos casos, han cambiado la forma en que la iglesia hace evangelismo, convirtiéndola en pura metodología humana.

La postmodernidad ha hecho que nuestros jóvenes enfoquen sus pensamientos en lo trivial para esquivar los asuntos realmente importantes. Son capaces de debatir durante horas del partido del fin de semana, pero evitan a toda costa reflexionar acerca de los temas realmente trascendentales como, por ejemplo, el sentido de la vida. 

¿Qué va a pasar con los jóvenes que en los próximos años decidan ser líderes de nuestras iglesias? Y, en medio de esta generación, ¿cuál es el papel de la iglesia?

Ante una sociedad relativista, la iglesia debe volver a remarcar los fundamentos del Evangelio, tales como: el pecado, la fe, el arrepentimiento y la salvación por gracia. ¡Debemos crear y ser un precedente para las generaciones que vienen! Una manera de santificar al Señor es presentar defensa, con mansedumbre y reverencia, de la verdad de Dios (1 Pedro 3:15).

Ante la deconstrucción del lenguaje postmoderno, la iglesia debe abogar por hacer uso del verdadero concepto y sentido que tienen las palabras, no dejándose manipular por ningún lobby o ideología.

Ante una sociedad donde la ética ha sido sustituida por la estética, la iglesia debe enfrentar con valentía los temas sociales actuales tales como el aborto, la ideología de género, la homosexualidad, etcétera. ¡Peleemos la buena batalla de la fe! (1 Timoteo 6:12). No invirtamos nuestras fuerzas en mejores equipos de sonido, mejores luces o mejores espectáculos, invirtamos nuestras fuerzas en ser y formar a mejores cristianos.

Ante una juventud ególatra y narcisista debemos predicar a nuestros hijos, con nuestras palabras y ejemplo, que la verdadera felicidad se encuentra “en la muerte del yo”, “en la negación a uno mismo”, en el seguimiento radical de Jesús. “Y [Jesús] decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará” (Lucas 9:23-24). Que nuestra identidad debe estar en lo que somos en Cristo.

Ante una juventud escapista e irresponsable, la iglesia debe enseñar el valor del compromiso y el discipulado. Nuestros jóvenes no necesitan shows evangélicos llenos de luces y humo, que solo apelan a las emociones, pero dejan hueco el intelecto. Ellos necesitan la Palabra de Dios, la inmutable e inamovible Verdad de Dios. “Haced discípulos” es nuestra misión (Mateo 28:19). Si la iglesia olvida el discipulado constante hacia la juventud estaremos relegando al olvido una parte medular del Evangelio. Capacitémosles e involucrémoslos en la vida de la iglesia. ¡Que cada Pablo trabaje en formar a su Timoteo!

Ante el auge de las ciencias sociales, la iglesia debe discernir lo bueno que puede retener de ellas y lo malo que debe desechar. No aceptemos todo por el hecho de que la mayoría lo hace. Seamos como los primeros cristianos, que escudriñaban “cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así” (Hechos 17:11). ¡Volvamos a la Palabra! ¡A la ley y al testimonio! “Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido” (Isaías 8:20). La Palabra de Dios es suficientemente “útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia, a fin de que el siervo de Dios esté enteramente capacitado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16-17).

Ante una juventud que dedica su tiempo a lo trivial, la iglesia debe motivar a la reflexión, al pensamiento crítico, a meditar en las preguntas existenciales. ¡Dejemos de ofrecer entretenimientos que solo sirven de placebo para una juventud que, sin Cristo, va de cabeza al infierno!

Y recordad, iglesia, que hay esperanza. Nuestra esperanza está en Cristo, quien prometió que edificaría su iglesia (Mateo 16:18). En última instancia, la iglesia depende de Cristo. Pero esta verdad no debería llevarnos a la pasividad o al conformismo. La iglesia es un instrumento en las manos de Dios para alcanzar a cada generación. ¿Queremos que la iglesia de frutos en medio de esta sociedad postmoderna? Jesús dijo: “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:4-5).

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