Andar en humildad, rehusar el ídolo del poder

Vivimos en un mundo que adora el poder y que está envuelto en continuas luchas por el poder en todos los ámbitos y, por desgracia, también… ¡en la iglesia!

03 DE OCTUBRE DE 2013 · 22:00

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No podía faltar en el manifiesto de Ciudad del Cabo una referencia a la humildad y un llamamiento a volver a la integridad y sencillez del mensaje bíblico, para todos los creyentes de forma general, pero especialmente para los que estamos con una mayor dedicación al ministerio. Sin duda, el ámbito de aplicación más importante es en la familia. CONCEPTO DEL PODER EN EL MUNDO “En otro tiempo ustedes estaban muertos en sus transgresiones y pecados, en los cuales andaban conforme a los poderes de este mundo. Se conducían según el que gobierna las tinieblas, según el espíritu que ahora ejerce su poder en los que viven en la desobediencia” (Efesios 2:1-2 NVI) Vivimos en un mundo que adora el poder y que está envuelto en continuas luchas por el poder en todos los ámbitos: la política, la familia, la escuela, el trabajo y, por desgracia, también… ¡en la iglesia!.El poder es potestad, preponderancia, dominio, mando, privilegio, pero ante todo es superioridad, y frecuentemente el poder es una conspiración contra el débil. En una sociedad de consumo como en la que vivimos (a pesar de la crisis) el dinero equivale a poder y ambos elementos se dan la mano, manifestando su apetito insaciable, pues cuanto más se tiene más se quiere. El resultado final lo vemos con asiduidad en la sociedad española, donde estamos siendo testigos de la gran cantidad de “poderosos” que pasan por los juzgados a causa de ese voracidad: periodistas, políticos, empresarios, miembros de la realeza… no se conformaron con su gran influencia e ingente fortuna, en algunos de los casos, sino que buscaron acumular más proyección, más dinero, más poder. Ahora bien, actualmente en la sociedad occidental en la que vivimos observamos que el poder ha cambiado de estilo, pues al ser una sociedad posmodernista y globalizada, el poder no se desarrolla tanto de forma jerárquica sino más bien horizontal, y aunque esto pudiera parecernos positivo en un primer momento, nos damos cuenta que son estrategias de cambio para seguir haciendo lo mismo, pues ahora el poder consigue sus objetivos a través de mecanismos manipulativos y coercitivos. Sin embargo, aun cuando el río caudaloso del pensamiento único de este tiempo, nos intenta arrastrar a los cristianos hacia la participación y relación con este tipo de poder, nos damos cuenta como creyentes que hay algo sustancialmente malo en lo que se está haciendo. Al leer las Escrituras guiados por el Espíritu Santo, tomamos conciencia de la existencia de otra manera de relacionarnos con nuestros semejantes en el mundo, y es precisamente la que eligió nuestro Señor Jesucristo, quien decidió despojarse a sí mismo del poder (kenosis) y escogió ganarnos desde una posición de debilidad, sobre la cruz. PERO ENTRE VOSOTROS NO SERÁ ASÍ... “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:5-8) Para el creyente hay otro modelo, otra opción de vida diferente a la que ofrece este “cosmos” (mundo) con sus sistemas de valores y de creencias, y por supuesto nuestro paradigma es Jesús, el cuál manifestó humildad en un contexto de lucha de poderes. Por una parte el poder político, representado por el imperio romano y el rey Herodes, y por otra el poder religioso, precisamente con el que Jesús fue más beligerante, representado por los fariseos y el sanedrín, entre otros. Incluso sus propios discípulos contendieron por posiciones de influencia: “Hubo también entre ellos una disputa sobre quién de ellos sería el mayor. Pero él les dijo: Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados bienhechores; mas no así vosotros, sino sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve” (Lucas 22: 24-26) Miguel de Unamuno dijo: “Quiero vivir y morir en el ejército de los humildes, uniendo mis oraciones a las suyas, con la santa libertad del obediente”. Está claro que el insigne profesor no define con este pensamiento al español medio, donde el orgullo y el individualismo están fuertemente arraigados y son características comunes del perfil español. El creyente no tiene que conformarse con la manera de pensar de este mundo (Romanos 12:2) y debe seguir desarrollando una lucha “contracorriente” para plasmar el estilo de vida evangélico. Tenemos a nuestro alrededor una gran multitud de testigos que están esperando la manifestación de una Iglesia que marque diferencias y distancias con las formas de este mundo y sepa establecer la humildad como valor básico en las relaciones con el prójimo, especialmente en los que somos llamados “ministros del evangelio”. EL SOMETIMIENTO MUTUO “Someteos unos a otros en el temor de Dios” (Efesio 5:21) Si el sometimiento mutuo es un principio bíblico fundamental, ¿por qué nos cuesta tanto su aceptación y cumplimiento?Primero porque es antagónico a nuestra carne, al pecado que habita en nosotros, pero en segundo lugar porque nuestra nutrición mental diaria, incesante y continua se fundamenta en la manera de vivir de este mundo (Efesios 4:22). Pero los cristianos necesitamos someter nuestra carne al espíritu, renovarnos en el espíritu de nuestra mente (Efesios 4:23). La versión Nueva Traducción Viviente lo expresa así: “En cambio, dejen que el Espíritu les renueve los pensamientos y las actitudes”. Por eso la única manera de vivir sometidos es con una acción plena, permanente y continua del Espíritu Santo (5:18) Mi conclusión es que la falta de sometimiento mutuo es una característica de la falta de presencia espiritual en el creyente y la insuficiente revelación de Cristo en su vida. Entenderemos entonces como las muchas divisiones que se gestan en el seno de las congregaciones no son sino pensamientos carnales disfrazados de espiritualidad. La cuestión que debemos plantear es ¿cuál es la motivación del corazón?, el para qué o para quién hacemos lo que hacemos y, para ello, tenemos que ser muy honestos y sinceros con nosotros mismos. ¿Hacemos lo que hacemos para exaltarnos a nosotros o para glorificar a Dios y honrar a otros?. Si la premisa en la que nos movemos es ésta última, solo se puede desarrollar a través de la humildad, cuestión muy complicada en un contexto social donde se alimenta el ego hasta el hartazgo. Pablo define muy bien cómo se consigue la humildad: “Nada hagáis por rivalidad o por vanidad; antes bien, con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo” (Filipense 2:3) EL PODER DENTRO DE LA IGLESIA “Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran. Unánimes entre vosotros; no altivos, sino asociándoos con los humildes. No seáis sabios en vuestra propia opinión” (Romanos 12:15-16) De forma periódica nos enteramos de iglesias que se han dividido, de conflictos internos entre el liderazgo que trasciende, incluso, a la opinión pública. Todo esto manifiesta ciertas “luchas de poder” y de influencia dentro de las iglesias. No somos ajenos a muchos de los problemas habituales del resto de la sociedad. El orgullo y la autosuficiencia son elementos que estarán luchando permanentemente por hacerse un hueco en nuestras vidas, por lo que tenemos que integrar en nosotros elementos que anulen sus efectos o al menos los minimicen; por ejemplo, si el orgullo promueve la independencia, el ministro cristiano debe promover la cultura de “dar cuentas”, el tener que someterse de forma efectiva a alguien de forma periódica. Observo con cierta frecuencia como pastores enseñan la sujeción, pero ellos no se sujetan a nadie, transmiten lo contrario de lo que enseñan y se convierten en modelos inadecuados. Valoro muy positivamente el fortalecimiento de fraternidades de ministros, tanto locales y provinciales como las de ámbito nacional, igualmente es muy alentador el fortalecimiento de los Consejos Evangélicos Autonómicos. Lugares de encuentro y de relación ministerial que deben ser una prioridad en nuestras agendas, pues la responsabilidad ante otros “iguales” nos ayuda a mantenernos en los parámetros adecuados de humildad y corresponsabilidad. Hasta ahora las iglesias en España han sido pequeñas, por lo que los ministerios que la representaban tenían poca influencia social, añadiendo a esto la escasez de recursos económicos. En este contexto, digamos que la humildad es más fácil, pues casi no quedan muchas más opciones. Pero en la medida que se va dando el crecimiento en las congregaciones y adquirimos una mayor presencia social, cuando tenemos delante de nosotros a cientos o miles de personas, cuando se manejan presupuestos de muchos miles de euros, cuando tenemos acceso a medios de comunicación masivos, entonces es cuando las verdaderas intenciones del corazón se manifiestan con claridad. Es bien conocido el dicho que dice que el diablo si no te puede retener… ¡entonces te empuja!. El crecimiento produce mayor influencia y por lo tanto mayor poder, que puede provocar un cambio de prioridades en el ministro y en lugar de usar esa influencia para ayudar a otros, se puede usar en beneficio propio. Es triste ver el énfasis, en algunos ministerios, de promover personalismos incesantemente a través de sus fotografías o de la autopromoción. Nos olvidamos que Dios es celoso de Su gloria y Él es el único que debe recibirla. “Revestíos de humildad; porque: Dios resiste a los soberbios, Y da gracia a los humildes” (1 Pedro 5:5) LA RELACIÓN DE SUJECIÓN EN LA FAMILIA “Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa; para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra. Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor” (Efesios 6:1-4) Nos encontramos cada vez más en la sociedad española con datos escalofriantes, como el aumento de padres que tienen que denunciar a sus hijos por maltrato, cifra que va en aumento cada año; en el año 2.007 fueron 2.683, pero en el año 2.010 se incrementó a ¡8.000! Además tenemos unas 400.000 mujeres que están siendo maltratadas en nuestro país y unos 300.000 ancianos que sufren algún tipo de maltrato, que en la mayoría de los casos no denuncian por depender emocional o económicamente de su agresor. Son estos datos aterradores que manifiestan una verdadera crisis de valores en la familia y, por lo tanto, en la sociedad española. Más que nunca la familia cristiana se debe de alzar como modelo y referente de la Gracia de Dios que se manifiesta en hijos que honran a sus padres y a sus mayores, en matrimonios estables que saben formar equipo y no trincheras, en hijos que entienden el significado de obediencia, y en familias que rechazan cualquier tipo de violencia tanto física como verbal. También necesitamos modelos de familias sustentadas por los principios y valores bíblicos, los cuáles nunca pueden ser utilizados ni manipulados para proteger machismos o cualquier forma de violencia. “Someteos unos a otros en el temor de Dios” (Efesios 5:21) El llamado a la humildad, integridad y sencillez del evangelio se hace más necesario que nunca. Nuestra evangelización no se ha de realizar solo a través del mensaje oral, sino de los modelos cristianos que se insertan en la sociedad a través de las familias y de la familia de familias que es la Iglesia. Proveer modelos alternativos a la sociedad provocará deseo de mirar al que lo hace posible, a Jesucristo, nuestro modelo de humildad, el que supo usar adecuadamente Su poder en servicio a los demás. A Él sea la gloria.

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