El ejemplo teológico del asno

Si eran capaces de liberar en sábado a los animales para que pudieran satisfacer sus necesidades, ¿por qué no se debía liberar también de sus ataduras físicas a una mujer enferma?

24 DE FEBRERO DE 2018 · 21:55

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Hay más de cien citas bíblicas en las que aparecen los asnos y en las que se diferencia a los salvajes u onagros (Equus hemionus onager) (Os. 8:9), empleados sobre todo como animales de tiro, de los asnos domésticos (Equus africanus asinus), que se usaban más como animales de silla o montura. Estos últimos fueron domesticados ya a principios del quinto milenio antes de Cristo y proceden de los asnos africanos salvajes hoy extintos. Mientras que al asno salvaje persa lo domesticaron los sumerios alrededor del año 3000 a.C., aunque pronto fue reemplazado por el caballo. Los egipcios también los utilizaron, tal como puede apreciarse en algunas de sus representaciones, que datan de más de dos mil años antes de Cristo.

Los asnos o burros en general son animales pertenecientes al orden de los perisodáctilos (número impar de dedos terminados en pezuña) y a la familia de los équidos, como los caballos y las cebras. Existen numerosas razas cuyo tamaño oscila entre algo menos de un metro de altura hasta la cruz y los 1,73 metros que llegó a medir un ejemplar del llamado burro mamut americano. Los asnos suelen vivir más que los caballos y pueden superar los 40 años. Alcanzan la madurez a partir de los dos años. Pueden aparearse en cualquier época y la gestación suele durar de 12 a 14 meses.

En relación a su tamaño corporal, son más resistentes que los caballos ya que son capaces de transportar entre un 20% y un 30% de su propio peso. Comen menos, no son tan propensos a sufrir cólicos ya que su aparato digestivo es más fuerte y pueden vivir en regiones áridas con poca vegetación. A diferencia de los caballos, los asnos no son gregarios sino que viven separados en estado salvaje. Se comunican entre sí emitiendo rebuznos que pueden ser detectados, gracias a sus grandes orejas, hasta unos tres kilómetros de distancia. Los burros fueron usados para arar la tierra, transportar cargas, cabalgar, mover ruedas de molino y realizar toda clase de trabajos pesados. Por si todo esto fuera poco, su carne también era consumida por algunos pueblos (aunque no por los judíos que la consideraban impura) e incluso se ordeñaba a las hembras, ya que su leche es muy nutritiva. Contiene más azúcar y menos caseína que la leche de vaca. Aunque en la antigüedad la leche de burra era más apreciada como medicina que como alimento. Lo cual podría explicar también por qué razón Cleopatra se bañaba en ella.

Se cree que para el año 1800 a. C. los asnos ya se habían extendido por todo el Oriente Medio. Hay textos cuneiformes donde a la ciudad de Damasco se le denomina la “ciudad de los asnos”. Los egipcios solían representar la ignorancia o la estupidez por medio de la cabeza de un burro y, muy probablemente, tal concepción pasó posteriormente al mundo occidental. Sin embargo, aunque pueden ser animales tozudos, lo cierto es que no son torpes, como confirman muchos comportamientos inteligentes que se han descrito a lo largo de la historia. Nunca olvidan a quien les ha tratado mal. Su agudo oído e instinto les permite detectar ciertos peligros, incluso antes de que los humanos u otros animales los perciban. Además de perspicaces, son juguetones, con un desarrollado instinto de protección y suelen estar dispuestos a aprender.

Los asnos pueden cruzarse con las yeguas y producir mulos o mulas. De la misma manera, las burras se cruzan con los caballos y tienen burdéganos. Generalmente, tales descendientes híbridos son estériles. Esto se debe a que, como los burros tienen 62 cromosomas y los caballos 64, sus hijos presentan un número impar de cromosomas, 63, lo que dificulta la formación de óvulos y espermatozoides viables. A pesar de esto, la fertilidad de los híbridos se ha observado en raras ocasiones. También se conocen híbridos entre los burros y las cebras (ceburros o cebrasnos), así como entre caballos y cebras (cebrallos).

La existencia de híbridos entre especies e incluso géneros diferentes trae a colación el antiguo debate acerca de la relación entre la definición científica de “género” y “especie”, propuesta por Linneo a mediados del siglo XVIII, y los conceptos bíblicos mucho más antiguos de género y especie, traducidos a partir de la palabra hebrea “baramin” o tipo creado. Evidentemente ambas definiciones son diferentes y apenas tienen algo en común. Esto dio lugar al viejo error de considerar que la Biblia apoyaba la fijeza e inmutabilidad de las especies biológicas frente a la teoría evolucionista, defendida por Darwin, que demostraba por el contrario la amplia variabilidad de las mismas. Esta confusión entre los términos bíblicos y los científicos provocó que muchos creyentes pusieran en tela de juicio el relato del Génesis y abrazaran el evolucionismo teísta.

Sin embargo, desde planteamientos creacionistas suele afirmarse que la palabra hebrea “min”, traducida por “tipo” o “género” en las diversas versiones de la Biblia, quizás esté más próxima a los niveles científicos de “familia” o incluso “orden” (en determinados grupos de vegetales y animales) dentro de la clasificación actual universalmente aceptada de reino, filo o división, clase, orden, familia, género y especie. Aparte del aspecto físico (fenotipo) y el ADN (genotipo), un criterio clave para determinar los tipos originalmente creados puede ser precisamente este de la hibridación. Si dos animales son capaces de engendrar un híbrido, entonces ambos progenitores (aunque pertenezcan a dos especies diferentes) serían del mismo tipo o género creado.

Por supuesto, después de la creación de los tipos básicos, la selección natural, las mutaciones y otros mecanismos naturales hicieron posible que surgieran por microevolución diferentes especies dentro de cada uno de ellos. Así aparecieron, chacales, coyotes, zorros, dingos, perros, etc., a partir de los lobos; o leopardos, tigres, leones, guepardos, jaguares y pumas a partir de un antiguo depredador similar a la pantera. Pero siempre dentro de los límites de la variabilidad genética del tipo ancestral creado. Lo que no hay son animales intermedios entre tipos, como perro-gato, caballo-vaca, oso-elefante o simio-hombre como demanda la macroevolución darwinista. Es decir, aquellos que pertenecerían a la vez a distintos grupos básicos creados o baramin. Esto es precisamente lo que indican tantos híbridos estériles o fértiles existentes hoy entre caballos y asnos, tigres y leones, gatos monteses y gatos domésticos, pumas y ocelotes, delfines y pequeñas orcas, etc.

La Biblia no enseña que las especies sean fijas. Esto es una mala interpretación y cuando alguien afirma tal cosa habría que preguntarle a qué definición de especie se está refiriendo porque una cosa es la fijeza de los géneros o tipos creados y otra diferente la de las especies biológicas clasificadas por la sistemática científica actual. La fijeza de los géneros o tipos creados originalmente sí es una realidad ya que nunca se ha observado ningún cambio macroevolutivo entre ellos, mientras que la fijeza de las especies actuales nadie la defiende hoy.

Los asnos domésticos aparecen en pasajes importantes de la Escritura, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Sansón acaba con el ejército filisteo armado simplemente con una quijada de asno. Frecuentemente se habla de ellos en relación a los bienes que se poseían (Gn. 12:16; Job 1:3; 42:12: Esd. 2:67; Neh. 7:69). Los asnos de pelo blanco eran muy apreciados en Oriente (Jue. 5:10). También en el nacimiento de Jesús está presente este animal, en la huida a Egipto a lomos de un burro, así como durante la celebración del domingo de ramos Jesús cabalga sobre un pollino. Podría decirse que los asnos fueron para Oriente lo que los caballos para Occidente. Allá se les tenía por animales nobles e inteligentes (Is. 1:3) a los que se les trataba bien. Mientras los caballos se usaban sobre todo para la guerra, los asnos eran símbolo de paz (Jn. 12:15). A pesar de que los hebreos no podían comer su carne, puesto que la Ley lo prohibía, en situaciones de extrema hambruna, como la ocurrida durante el reinado de Joram, cuando fue sitiada Samaria, se comía hasta la cabeza de estos animales (2 R. 6:25). Por su parte, el asno salvaje, u onagro, habitaba las estepas salobres de Palestina y en la región del mar Muerto (Job 39:5-8). Era algo mayor que el asno doméstico, tenía la cabeza más grande y el morro más grueso. Su piel mate presentaba varias estrías oscuras. Amaba la libertad y era presa de los leones que en aquella época también vivían en tales regiones.

El pasaje de Lucas (13:10-17), al que pertenece el versículo del principio, muestra a Jesús enseñando durante un sábado en una sinagoga. En el transcurso de su predicación cura a una mujer encorvada y eso desencadena una discusión acerca del descanso sabático judío. Primero ocurre el milagro de sanidad y después viene la controversia. La acción del Maestro de curar el mal físico de una mujer, en una sinagoga y precisamente en el día de descanso, provoca algo tremendamente irónico. El jefe religioso de la sinagoga, aquél que debería velar por la salud espiritual del pueblo, se indigna por la actividad salvífica realizada por Jesús. ¿Por qué? Pues porque había sanado precisamente en sábado, en el día que la Ley prohibía trabajar. En la mente de aquel religioso judío el ser humano estaba hecho para respetar el sábado y no al revés.

Después de llamar “hipócritas” al jefe de la sinagoga y a todos los demás adversarios presentes, Jesús emplea el sencillo ejemplo del buey y el asno para demostrarles que aquello no era un insulto sino un fiel reflejo de lo que realmente eran. ¿Acaso no daban de beber cada día de la semana, incluso los sábados, a sus animales domésticos? ¿Qué era más importante un burro o un ser humano que llevaba dieciocho años sufriendo? Si eran capaces de liberar en sábado a los animales para que pudieran satisfacer sus necesidades, ¿por qué no se debía liberar también de sus ataduras físicas a una mujer enferma? Según el Maestro, la felicidad del ser humano va por delante incluso de prescripciones religiosas como guardar el sábado. Para Jesús era primero la persona y después el ritual.

¿Quién era el Galileo para cambiar las cosas? El Hijo del hombre y señor del sábado (Lc. 6:5). Luego él podía actuar con plena autoridad sobre el sábado y sobre las demás tradiciones antiguas del judaísmo. Las leyes jamás pudieron limitar la actividad de Dios. Aquello que originalmente había sido una institución liberadora, como guardar el sábado, se había convertido en un signo de opresión y sometimiento al pueblo. Incluso se había transformado en excusa para rechazar al Hijo de Dios. Cuando la religión impone cargas injustas a las personas, en vez de liberarlas y dar sentido a sus vidas, se convierte en algo insensato, hipócrita y estéril. Ya no sirve al Creador sino a los intereses mezquinos del hombre.

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