Milan Kundera, el cantador del amor

En las novelas de Kundera el rostro del amor aparece en todas partes, no hay libro en el que no se descubra su retrato. 

23 DE FEBRERO DE 2018 · 08:20

Un ejemplar de La levedad del ser con la fotografía de Kundera. / SLPTWRK, Flickr CC,
Un ejemplar de La levedad del ser con la fotografía de Kundera. / SLPTWRK, Flickr CC

Milan Kundera nació en Brno, República Checa, el 1 de abril de 1929. En la capital, Praga, realizó estudios de cinematografía. En 1948 se afilió al partido comunista, pero fue expulsado dos años más tarde por su radicalidad individual. Terminó renegando de esta ideología política. En 1975 se instaló en París. Adquirió la nacionalidad francesa. En 1953 se dio a conocer como poeta con el libro “El hombre es un jardín”, al que siguió cuatro años más tarde “Monólogos”. En dos universidades francesas enseñó literatura comparada. En 1967 publicó su primera novela larga, “La broma”, una sátira de la realidad checoslovaca durante la época estalinista. A partir de esta fecha se consagra al género de ficción. Sus novelas, escritas en francés, son modelos del lenguaje. Lo difícil de la novela es saber inventar, pero Kundera hace gala de una imaginación prodigiosa. Después de “La broma” sigue con otras novelas de tipo filosófico y humor cínico. En 1984 publica su novela más famosa, la más leída, la más traducida: “La insoportable levedad del ser”, de carácter autobiográfico. También escribe libros de relatos, como “El libro de los amores ridículos”, “El arte de la novela” y otros. En 1982 recibió el premio Europa-Literatura por el conjunto de su obra y en 1985 el premio Jerusalén. En 1983 fue nombrado doctor honoris causa por la Universidad de Michigan. Su última obra conocida es “La ignorancia”, aparecida el año 2000.

La República Checa decide recuperar y honrar a su escritor más internacional, alejado de la vida nacional. Veintidós años después de que se publicara en Francia “La insoportable levedad del ser”, aparece la primera edición en checo. En el 2007 se le otorgó el Premio Nacional Checo de Literatura. Kundera no acudió a la recepción del premio, aduciendo problemas de salud. En el año 2010 fue nombrado Duque de Anarcord por el Rey Xavier (Javier Marías), convirtiéndose así en el primer escritor checo en obtener título nobiliario en ese ficticio Reino de Redonda.

En las novelas de Kundera el rostro del amor aparece en todas partes, no hay libro en el que no se descubra su retrato.  Kundera no limita su concepción del amor al llamado amor platónico, la idealización de la belleza y del cuerpo. Cree que es la belleza de las almas la que es buscada por los más perfectos amantes. Quienes se juran amor eterno deberían tener el atrevimiento de jurarse también deseo eterno, independientemente de los años de vida a los que llegue el cuerpo. A este respecto resulta conmovedora y ejemplar la larga carta atravesada de sensibilidad y ternura que André Gorz escribió a su esposa poco después de descubrir que estaba enferma. Le decía: “Acabas de cumplir ochenta y dos años. Has encogido seis centímetros, no pesas más de cuarenta y cinco kilos y sigues siendo bella, elegante y deseable. Hace cincuenta y ocho años que vivimos juntos y te amo más que nunca. De nuevo siento en mi pecho un vacío devorador que sólo calma el calor de tu cuerpo abrazado al mío”.

La cita anterior está tomada del libro “Carta a d. historia de un amor”, de André Gorz, publicado en el 2008 por Editorial Paidós. Para la plena comprensión de la carta resulta ineludible decir que André Gorz se suicidó junto a su esposa el año 2007 en su casa de Vosnon, en Francia.

Para Kundera, el amor verdadero está por encima del sexo y es más duradero. Que el auténtico amor, sentimiento espiritual, se materializa en el sexo, conforme. Pero que toda actividad sexual esté guiada por el amor, disconforme. A la vista está. Los burdeles están atestados de sexo, pero los corazones continúan vacíos de amor. En “La insoportable levedad del ser” Kundera participa de esta opinión. Dice: “Amarrar el amor al sexo ha sido una de las ocurrencias más extravagantes del Creador. La única manera de salvar el amor de la estupidez del sexo hubiese sido la de ajustar de otro modo el reloj de nuestra cabeza y excitarnos viendo una golondrina”.

Por muy bonito que parezca este párrafo, hay que hacerle dos correcciones: Una, en Dios el amor fue primero que el sexo. Cuando Adán, mirando a la mujer, dijo aquello de “esta es carne de mi carne, hueso de mis huesos”, hablaba el amor, no el sexo, que aún no había tenido lugar. Segunda corrección: el sexo no es ninguna estupidez. Dios lo creó y lo impuso cuando dijo: “dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer”. Y otra vez: “Creced y multiplicaos” ¿Podía el género humano crecer sin una actividad sexual? Ha ocurrido que Dios sublimó el sexo y el ser humano lo ha envilecido. En los propósitos divinos estaba primero el amor, y como consecuencia de los corazones encendidos, el sexo. Invertir el orden es quebrantar los designios de Dios.

Más centrado está Kundera cuando en “El libro de los amores ridículos” afirma que “el amor, por definición, es un regalo no merecido”; y en “La lentitud”, añade: “El amor no se manifiesta en el deseo de acostarse con alguien, sino en el deseo de dormir junto a alguien”.

Sobresaliente, rozando la matrícula de honor. Si nos remontamos por encima de las estrellas hemos de admitir que el que Dios profesa al ser humano es un amor no merecido. El apóstol del amor, San Juan, afirma que la iniciativa amorosa partió de Él. Si le amamos, es porque Él nos amó primero. El de Él hacia nosotros es un amor no merecido.

En el terreno de los sentimientos humanos es la misma cosa. El amor de alguien hacia alguien es un regalo que se hace al otro. Merecido o no, es otra cuestión. El amor ha sido motivo de reflexión en el discurso filosófico desde su mismo origen, que en palabra divina se remonta al paraíso y al “Cantar de los cantares”. Difícilmente pueden concebir el amor como regalo aquel o aquella que no han tenido jamás una experiencia amorosa. La dote que el padre estaba obligado a entregar al esposo amante junto con la hija en tiempos pasados, ¿sería una forma de devolver regalo por regalo? Walter Benjamín, en su libro de 1987 “Dirección única”, afirma que el amor, como regalo, es el más apreciado, el más valioso, el más duradero. La persona que recibe el regalo del amor difícilmente olvida al regalador. “Su rostro –escribe Benjamín- aparece en todas partes, no hay libro en el que no descubra su retrato, película en la que no se reconozca su perfil ni transeúnte que no nos la evoque”.

Igualmente bella, bella y auténtica la siguiente frase de Kundera. El amor no es el sexo en la cama, sino la cama como lecho de los sentimientos, de la unión de las almas. En uno de los pasajes más conocidos de Platón, el Diálogo III de “El banquete”, el filósofo trata del amor como la creación de la belleza espiritual. El amor es el camino, el nexo de unión entre los corazones, la comunicación que llena el vacío interior. Dos cuerpos abrazados, esperando en la misma cama la llegada del sueño, es más hermoso que dos cuerpos mirando cada uno para un lado diferente de la habitación, extenuados por la furia sexual. “El amor es el deseo de encontrar a la mitad perdida de nosotros mismos”, dice Kundera. Esa mitad debe ser, al mismo tiempo que cuerpo, unidad de mente, de alma, de espíritu. Caricia del sentimiento, emoción, ternura, delicadeza, romanticismo, idealismo. Entre dormir junto a alguien y dormir con alguien hay una diferencia abismal. Lo segundo es cuerpo con cuerpo; lo primero, alma con alma.

Es en “La insoportable levedad del ser” donde Milan Kundera abunda más en la filosofía del amor. Cree que “amar significa renunciar a la fuerza”, porque un amor forzado es un amor en cadenas, sin alas al viento, sometido y resignado. “El amor –sigue- empieza en el momento en que una mujer inscribe su primera palabra en nuestra memoria poética”. ¡Dulce momento! ¿Quién puso la primera palabra de amor en el corazón del otro, Tristán o Isolda, Abelardo o Eloísa, Don Juan o doña Inés? Don Quijote no precisó oír palabras de amor; la voz, el cuerpo, el alma de Dulcinea latían en sus entrañas de caballero con la fuerza de diez ejércitos en armas.

Menos elevado, más terreno se muestra Kundera cuando nos recuerda una verdad que marca tristemente la vida del enamorado, una realidad monumental que es imposible esconder, por mucho que se la adorne. ¿Puede acabar el amor? Si nos fijamos en las estadísticas a nivel mundial que cuentan el número de divorcios, de separaciones y de ahí te quedas, yo me voy de casa, la pregunta se contesta por sí sola. “Los amores son como los imperios –escribe el autor checo-: cuando desaparece la idea sobre la cual han sido construidos, perecen ellos también”. La mujer no puede resistirse a la voz que llama a su alma. El hombre no puede resistirse a la mujer cuya alma es sensible a su voz. Pero este amor que nace no está protegido ante los peligros, como no lo están la niña ni el niño que se asoman al balcón de la vida. El amor hay que cuidarlo cada hora, cada minuto, mantenerlo vivo, porque puede morir, puede perecer en el mismo fuego que encendió.

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