La iglesia escatológica

La iglesia del presente, empeñada en colar el mosquito y tragar el camello; obstinada en ver la viga en el ojo ajeno antes que en el propio.

ESPAÑA · 15 DE FEBRERO DE 2018 · 20:56

Photo by Alexandre Chambon on Unsplash,
Photo by Alexandre Chambon on Unsplash

Siempre me he preguntado cómo sería vivir en esos días de la infancia de la iglesia, convivir con esos primeros cristianos –más bien judíos del primer siglo– donde todos los creyentes estaban juntos, compartían todos sus bienes desinteresadamente con sinceridad y alegría, alabando y dando gracias a Dios sobre todas las cosas (Hechos 2:44-47). Muchas veces he dejado volar mi imaginación pensando en cómo sería estar allí, en esos momentos, junto al mismo Pedro y Juan, y sobre todo respaldado y escudado por el mismísimo Espíritu Santo que comenzaba a moverse libremente por la fuerte y recién estrenada iglesia de Jerusalén, con el único propósito de dar testimonio de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo. La escena parece mostrar una iglesia idílica y hasta poética; unánime, con un solo corazón y una sola alma.

            Sin embargo, tal y como diría el historiador y teólogo Justo L. González, es un error común entre muchas personas idealizar la iglesia del Nuevo Testamento. No solo porque dicha iglesia primitiva ya comenzaba a manifestar señales de divisiones internas (obsérvese el caso de usura y mentira de Ananías y Safira en Hechos 5:1-11 o las murmuraciones de griegos contra hebreos en Hechos 6:1) sino, sobre todo, porque una iglesia, aun en unas condiciones tan favorables como las descritas, ¡puede enfermar, incluso morir de éxito!

           Permítame, estimado lector, que explique esto. Está claro, según hemos visto, que Dios no quiere iglesias poderosas ni opulentas. Pero tampoco quiere iglesias acomodadas, aburguesadas, ni estáticas; al contrario, Dios solicita iglesias emprendedoras, activas y resolutivas. Por esto mismo Dios permitió la persecución de Su iglesia, para que la nueva fe pudiera extenderse por todo el mundo (Hechos 1:8 y 8:1-4) y los discípulos –nosotros, sí nosotros– podamos cumplir de esta manera “la gran comisión” haciendo no solo creyentes, sino también discípulos tal y como ellos eran (Mateo 28:19-20). Esta era, con sus fallos y aciertos, la iglesia del pasado.

            Poco más tarde vendría el declive: el rey Herodes mató a Jacobo, el hermano de Juan y encarceló a Pedro, las “columnas y pilares” de la iglesia. Por otra parte, el nacionalismo judío estaba en alza terminando en la destrucción de Jerusalén por manos romanas en el año 70. Tal y como anunció Cristo: “Heriré al pastor, y las ovejas del rebaño serán dispersadas” (Mateo 26:31). A partir de esos primeros siglos, y a grandes rasgos, van surgiendo el ebionismo, el gnosticismo, el sincretismo, el montanismo, el monaquismo, el maniqueísmo, el donatismo, concilios y cismas, el papado, la inquisición, el escolasticismo, el monasticismo, el apolinarismo, el nestorianismo, monotelitas y monofisitas, más concilios, cismas, reformas y sínodos, el renacimiento y el humanismo, la teología de Martín Lutero, Ulrico Zwinglio y Juan Calvino, el puritanismo, el racionalismo y el ateísmo, el agnosticismo, el materialismo, el pluralismo y universalismo, el empirismo, el quietismo, el jansenismo, el arminianismo, el pietismo, el deísmo, el metodismo, el romanticismo, nuevas corrientes de pensamiento como la teología de Schleiermacher, Hegel y Kierkegaard, el liberalismo… y un largo etcétera digno de otro artículo. Esta es la iglesia del presente, empeñada en colar el mosquito y tragar el camello; obstinada en ver la viga en el ojo ajeno antes que en el propio.

            Pero ¿cómo será la iglesia del futuro? O mejor aún, ¿cómo será la iglesia escatológica, la iglesia de los últimos días? El apóstol Pablo ya avisó a Timoteo que los postreros días serían tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes, ingratos, impíos, corruptos, crueles, amadores de los deleites más que de Dios, con apariencia de piedad pero negando su eficacia, opositores de la verdad, proscritos de la fe (2 Timoteo 3:1-8). Ante una sociedad semejante el futuro de la iglesia, sinceramente le digo querido lector, se me antoja un poco oscuro.

            No obstante, parece que lo peor está por llegar. Ya no me preocupa tanto el ateísmo, pues al fin y al cabo la persona que rechaza a Dios cree en sí misma, ha elegido libremente su camino como he podido hacerlo yo –vive y deja vivir, es su lema–. Lo que últimamente me está preocupando es el surgimiento de un neo-ateísmo. Yo lo llamo miso-teísmo (odio a Dios) y es el resultado de una generación de personas inteligentes y visionarias pero que no solo rechazan a Dios, sino que le atacan e intentan destruirlo. Nombres como Daniel Dennett, Richard Dawkins, Christopher Hitchens o Sam Harris opinan que la religión debe ser abordada desde un punto de vista analítico, crítico y racional con el objetivo de poner de relieve sus contradicciones; afirman que la religión es un escalón más del proceso evolutivo. Otro ejemplo de lo que digo es Ed Buckner, ex presidente del grupo de ateos estadounidenses quien, al encontrar algunas Biblias de los Gedeones en un albergue donde estaba de vacaciones, le pareció una ofensa y decidió hacer la competencia donando libros que prediquen el ateísmo.

            Sin embargo, hay esperanza para el creyente. El mismo Jesucristo dijo que las puertas del Hades no prevalecerán contra Su iglesia (Mateo 16:18) y también Pablo le dijo a Timoteo que estos engreídos no irán más adelante porque su insensatez será manifiesta a todos (2 Timoteo 3:9). Está claro que no existe la iglesia perfecta, por lo menos aquí en la tierra.

            Me sorprendería gratamente si algún día tomamos la decisión de volver a esas fuertes y robustas raíces de la iglesia primitiva ¡Claro que sí, volvamos a ella! Pero sin cometer el error de permanecer quietos e inmutables, sentados en el banco como cada domingo, siendo solo oidores y no hacedores de la palabra, resonando todavía en nuestras mentes las palabras de Pablo: “¿Cómo creerán en aquel de quién no han oído? ¿Cómo oirán sin haber quién les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados?” (Romanos 10:14-15).

            Posiblemente, si llega ese día, será el día de la iglesia escatológica, donde todos los creyentes gritaremos unánimes: ¡Maran atha, el Señor viene! De todas formas, como escribió Eugene O’Neil: “No hay futuro, ni presente, solo el pasado que se repite”. El libro de los jueces es un buen ejemplo de ello.

 

 

Diego Iglesias – Ldo. Teología – Sevilla (España)

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