La España retrógrada y la Europa avanzada

Idealizamos a algo o a alguien en un momento dado, para descubrir, con el paso del tiempo, que el pedestal se resquebraja.

15 DE FEBRERO DE 2018 · 10:22

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Durante los últimos años de la década de los sesenta y primeros de la de los setenta, los españoles tomamos conciencia de la inferioridad que teníamos respecto a nuestros vecinos europeos en lo que concernía a la libertad en materia sexual. Viviendo bajo un régimen político que había asumido como propias las pautas morales que la Iglesia católica impartía, considerábamos privilegiados a los europeos allende los Pirineos, que disfrutaban de todas las ventajas de no tener una tutela moral impuesta ni por el Estado ni por la religión. Envidiábamos su posición y aspirábamos a tener algún día lo que aquí se nos negaba. 

Con el paso del tiempo, en la férrea censura se fueron abriendo grietas que anunciaban que tarde o temprano todo aquel muro terminaría por resquebrajarse y hundirse totalmente. España no podía aguantar indefinidamente siendo una isla en medio de un océano de libertades en materia sexual, así como en materia política. Aquello de ser ‘la reserva espiritual de Occidente’ estaba bien para la generación que ganó la guerra, pero ya otra generación nueva se había levantado que renegaba de ese lema. Incluso entre los valedores de ese régimen anticuado de cosas se imponía el pragmatismo, al ser evidente que hasta el progreso económico iba de la mano con la liberalización de leyes y costumbres, como el auge del turismo procedente del extranjero se encargaba de hacernos ver. Era imposible abrir las puertas al exterior para que entraran divisas e impedir que entraran con ellas las influencias que los europeos traían.

El complejo de inferioridad que los españoles teníamos entonces era patente y quedó bien reflejado en el cine de aquella época, donde el varón español era un timorato reprimido, pero deseoso de dar rienda suelta a su sexualidad contenida, aunque atado por un sinfín de convencionalismos sociales artificiales que se lo impedían. La doble moral, una privada y otra pública, la hipocresía y la sexualidad furtiva y a escondidas eran el resultado lógico y el tema recurrente de aquellas películas, hasta el punto de construir todo un arquetipo de varón español, que por un lado quería imitar a sus congéneres europeos, pero por otro lado era un frustrado permanente. Y la culpa de todo ello la tenía la religión.

En comparación con nosotros los españoles, qué maduros, qué libres y qué naturales eran los europeos, que sabían cómo manejar de manera equilibrada lo que para nosotros era o azaroso o condenatorio. Ellos habían alcanzado un nivel de independencia personal, que al no estar bajo ninguna tutoría externa, les había llevado a obtener el verdadero estado de desarrollo individual en una esfera que, a nosotros españoles, nos resultaba imposible.

Así que cuando se murió Franco, lo primero que hicimos fue sacudirnos todos los frenos que hasta entonces se nos habían impuesto, lanzándonos en una carrera en la que ya no había semáforos en ámbar ni en rojo. Todo estaba ahora permitido y no sólo permitido sino que también era altamente recomendable, porque nos homologaba con el resto de los europeos. ¡Al fin se había acabado aquella horrible pesadilla del sexo prohibido!

Pero ahora constatamos que nuestros congéneres europeos, y de otras latitudes, tienen bastantes problemas con el sexo y resulta que no son los individuos maduros, responsables y equilibrados que nosotros habíamos imaginado. Nos ha pasado lo que suele ocurrir en tantos aspectos de la vida. Que idealizamos y mitificamos a algo o a alguien en un momento dado, para descubrir, con el paso del tiempo, que el pedestal se resquebraja y nuestro ídolo se viene abajo. Que toda aquella realidad que nos fabricamos, en verdad era una fabulación, como Don Quijote cuando convirtió aquel rebaño de ovejas en un imponente ejército de caballeros y guerreros.

Los casos de escándalos sexuales no paran. Ya sea en el mundo del deporte, de la política, de la gran pantalla, de la ayuda humanitaria y de la vida cotidiana, el desbordante río, inundado de trapos sucios, no hace sino crecer cada día más. Definitivamente los europeos no son lo que nosotros pensábamos que eran. No son maduros, ni libres, ni coherentes, sino que están sujetos a las mismas codicias que nosotros. Todo aquel mensaje que se nos vendió sobre la excelencia de la Europa avanzada, en materia sexual, frente a la España retrógrada, era una gran mentira, a tenor de los frutos. En realidad, la Europa avanzada y la España retrógrada son dos caras del mismo problema.

El apóstol Pablo escribió las siguientes palabras: ‘Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación.’ (Gálatas 6:15). La circuncisión representa la ley moral, que no puede funcionar por nuestra incapacidad para cumplirla, ya que no puede infundirnos la voluntad ni la fuerza interna necesaria. La incircuncisión es la falta de ley moral o la ley moral que cada uno quiera aplicarse, que acaba en caos y destrucción. Pero la nueva creación, esto es, el nuevo hombre, creado según Cristo, dotado de una voluntad nueva y un nuevo entendimiento, es la solución de Dios. Para la retrógrada España y para la avanzada Europa.

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