Jean Genet: “Un gamberro de oro”

En algunas de sus obras más destacadas abundan sus creencias, en las que se confunden el ser y la apariencia, la mentira y la verdad, el bien y el mal.

16 DE FEBRERO DE 2018 · 08:20

Retrato de Jean Genet. / Thierry Ehrman (Flickr, CC),
Retrato de Jean Genet. / Thierry Ehrman (Flickr, CC)

Genet vino a la tierra el 19 de abril de 1910 en París. Hijo de una joven prostituta y padre desconocido. La asistencia pública francesa lo acogió cuando tenía un año y allí permaneció hasta cumplir ocho. De los ocho a los diez vivió con una familia a la que hizo víctima de sus primeros robos. Según la biografía de Edmund White, en la escuela fue siempre un alumno aventajado, con buenas notas. A los once años de edad se convirtió en un auténtico ladrón. Otros biógrafos, como Jean-Bernard Moraly en “La vida de un escritor maldito”; George Botaille en “Genet: La literatura del mal” y Jean Paul Sartre en “San Genet: Comediante y mártir”, insisten en la homosexualidad que Genet  inició en su escabrosa y sórdida adolescencia, malvivida en prisiones juveniles y reformatorios.

A los 18 años, estando en prisión, fue llamado al Ejército, de donde le expulsaron poco después al ser descubierto manteniendo relaciones homosexuales con un compañero. A partir de ese momento recorre Europa como vagabundo y ladrón. Regresa a París, donde entra y sale de la cárcel en numerosas ocasiones.

Sobre estas andanzas personales escribe “Diario de un ladrón”, libro publicado por la Editorial Gallimard en 1949. Después de diez juicios consecutivos lo condenan a cadena perpetua. Escritores, artistas y políticos piden su salida de la cárcel, entre ellos personalidades tan influyentes como Jean Paul Sartre, Jean Cocteau y Pablo Picaso.

Una vez en libertad se dedica sólo a escribir. Una actividad que en 1984 la Academia Francesa reconoce con el Premio Nacional de Literatura.

En el verano del 2011 estuve en la isla de San Andrés, Colombia, país que he visitado en varias ocasiones. San Andrés es un pequeño archipiélago situado en el Atlántico, formado por tres islas principales: San Andrés, Providencia y Santa Catalina, y algunos islotes. Al hallarse frente a las costas de Nicaragua, este país ha reclamado en varias ocasiones la propiedad del archipiélago.

Una mañana abordé un autobús turístico que circula la isla. Al llegar a un cementerio frente al mar, aunque algo distanciado, el guía ofreció esta explicación: “Es el único cementerio cercano al mar que existe en el mundo”. Cuando tuve la oportunidad de verlo a solas, corregí al guía: “No, no es el único cementerio en el mundo que mira al mar. En una ciudad llamada Larache, en lo que fue protectorado de España en Marruecos entre 1906 y 1956, existe un viejo cementerio español cuyas tumbas casi tocan las aguas marinas. En una de estas tumbas, descuidada y casi perdida entre yerbajos, está enterrado el escritor Jean Genet, considerado autor maldito en la Francia del siglo XX y, sin embargo, uno de sus mejores dramaturgos. Al otro lado de la carretera que separa el cementerio de los edificios se encuentra la casa que solía habitar en Larache y donde vivía amores homosexuales con jóvenes marroquíes.

El “sórdido y podrido” mundo, como a Genet le gustaba definirlo,  fue la fuerza motriz de sus libros. Entre las novelas que escribió destacan “Nuestra Señora de las flores”, “El milagro de la rosa”, “La querella de Brest”, llevada al cine, y “Pompas fúnebres”. De su producción teatral me quedo con “Los negros y las criadas”.

En una entrevista que la revista Playboy le hizo en 1964, Genet dijo que “Los negros” implica la acción directa, la lucha contra el colonialismo. En “Los negros”  trató de dar voz a algo profundamente enterrado, algo que los negros y otros pueblos son incapaces de expresar”.

En 1970 el director teatral Miguel Narros quiso montar en Madrid “Los negros”, pero fue prohibida por el órgano represor del régimen, como ocurrió con “Diario de un ladrón” en 1976. “La obra resulta excesivamente cochina”, fue el juicio que emitió la censura católica de entonces sobre “Diario de un ladrón”

Las criadas”, otro drama escrito por Genet y representado en medio mundo, fue tratada por la censura católica del régimen franquista con la indulgencia que negó a “Los negros”. Hace años disfruté la magistral interpretación que hizo Nuria Espert de “Las criadas”. Aquí Solange decide convertirse en Claire, dándose así la posibilidad de odiar el estado de criada en el que se encuentra atrapada. Como en “El balcón” y en “Los negros”, en “Las criadas” abundan las creencias de Genet en las que se confunden el ser y la apariencia, la mentira y la verdad, el bien y el mal. El autor francés siempre se posiciona a favor de lo trágico: Hace decir a uno de sus personajes: “Seguiré pudriéndome a mí mismo hasta el fin del mundo para pudrir al mundo entero”.

Al cumplirse en el 2010 el primer centenario de su nacimiento, editoriales españolas editaron algunos de sus libros: “Diario de un ladrón”, el “Milagro de la rosa”, y se tradujo por primera vez “El enemigo declarado”, una recopilación póstuma de artículos y entrevistas. El escritor marroquí Tabal Ben Jelloum, una autoridad literaria en Francia, dijo que la leyenda de Genet “era sulfúrica. Le impedía quedarse al margen. Luchaba por la justicia”. Otro gran escritor, español, Juan Goytisolo, quien conoció a Genet en 1955 en París y publicó en el 2008 “Genet en el Raval” (barrio marginal de Barcelona), emite este juicio sobre el novelista y dramaturgo francés: “Era un ser discontinuo, generoso y voluble, sumiso y posesivo, autodidacta, pero cultísimo. Y poliglota. Sin término medio: o entre convictos o entre ministros. Un gamberro de oro”.

           

 

 

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