‘Sumérgeme, Señor, en tu misterio’ y ‘Vahído rancio’, de Juan Carlos Martín
Textos leídos durante el XIV Encuentro ‘Los poetas y Dios’ que, bajo el lema “Del Verbo y lo Sagrado”, se celebró en la localidad leonesa de Toral de los Guzmanes.
08 DE FEBRERO DE 2018 · 18:25
Este encuentro viene siendo organizado por la Asociación Cultural Evangélica ‘Eduardo Turrall’ y está promovido por el Ayuntamiento de Toral de los Guzmanes. También cuenta con el apoyo de la Diputación de León, de la Junta de Castilla y León, de la Alianza de Escritores y Comunicadores Evangélicos y de la Red Iberoamericana de Poetas Cristianos.
Juan Carlos Martín Cobano (Carmona, 1967) quien se define como un filólogo, editor, librero y misionero (no necesariamente en ese orden) de origen andaluz y formación catalanoaragonesa. Ha impartido talleres y dictado conferencias en distintos países con la Asociación Latinoamericana de Escritores Cristianos (ALEC), es asiduo de los encuentros Los Poetas y Dios (Toral de los Guzmanes, León) y organiza eventos literarios dondequiera que duerma más de dos noches seguidas. Fundó una librería y una pequeña editorial, Setelee, pero se gana la vida como traductor freelance para distintas editoriales estadounidenses. Es el actual secretario general de Alianza de escritores y Comunicadores Evangélicos de España (ADECE).
El XIV Encuentro se celebró los días 12 y 13 de enero.
SUMÉRGEME, SEÑOR, EN TU MISTERIO
Reivindico el fracaso,
la gloria de los cartones extendidos en palacios de fango,
los belenes de las aceras, al nivel de las suelas,
los establos de carritos abarrotados,
los horizontes de zapatos.
Bautízanos, Señor, en tu fracaso.
Aborrezco las medallas,
la miseria de las palmaditas en la espalda,
los besos con aliento de plata,
los treinta apretones de manos,
el oro sin mirra, el incienso sin llama.
Líbranos, Señor, de los fantasmas.
Me enardecen las derrotas,
la verdad que no habita en las espadas,
desesconder las mentiras de los podios,
las guirnaldas del desfallecido,
las lágrimas de su redoma.
Muéstrame, Señor, tu salón de la fama.
Acompaño a los caídos,
a los que aran la tierra con sus rodillas,
los que no regalan al suelo un beso condescendiente,
sino que lo muerden,
lo mastican y lo digieren para dar vida.
Derríbame, Señor, para mirarte a los ojos.
Reivindico al Carpintero tenaz,
soplos de serrín y Espíritu Santo,
cicatrices de astillas y clavos
estigmas de mi terco estrabismo.
No escatimes, Señor, tu cincel sacro.
Reivindico al que conoce
el valor de darse,
de vaciarse,
vaciarse
vaciarse
vaciarse
hasta vaciar su tumba.
Aunque no entiendo nada.
Sumérgeme, Señor, en tu misterio.
VAHÍDO RANCIO
Un bufido tibio recorre los campos de Dios.
La halitosis antigua de los fariseos
esparce semillas de cartón
forradas de orillo.
Sabios de onánica sabiduría
Regalan nuevas estampitas
de santos con gafas, librotes,
etiquetas de juguete
y halos verde bilis.
Ante su espejito mágico, cuentan pulgares alzados
y ensayan el propio hacia abajo,
se peinan sus mitras
y lustran los capirotes.
“¡Qué listo soy, por Dios, y qué santo!”.
Se prueban su Armagedón con chorreras,
revisan que esté a punto la picota
y vuelven a la carga, taconeando con yemas garbosas
sobre las almas de los incautos,
sobre el nombre de los soldados,
sobre la matriz de la mies.
Mientras tanto, lejos,
donde aún reina, clandestino,
el papel,
los analfabetos clamamos
tristes, pero confiados:
“Guárdanos, Señor, de tus guardianes”.
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