La madre de todas la hierbas

En la Biblia aparece el ajenjo en relación con las consecuencias amargas que comporta volverle la espalda a Dios u olvidar sus mandamientos.

03 DE FEBRERO DE 2018 · 11:12

Ajenjo. / Manuel (Flickr),
Ajenjo. / Manuel (Flickr)

Por tanto, así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: He aquí que a este pueblo yo les daré a comer ajenjo, y les daré a beber aguas de hiel. (Jeremías 9:15)

El ajenjo (Artemisia absinthium) es una planta herbácea medicinal de sabor amargo, nativa de las regiones templadas de Europa, Asia y el norte de África. Era conocida ya en la antigüedad por los egipcios, los hebreos y los griegos. Dadas sus múltiples aplicaciones curativas, fue denominada como la “madre de todas las hierbas". [1] Se la ha empleado como tónico, para bajar la fiebre, combatir las infestaciones de lombrices, así como en la elaboración de la absenta (bebida alcohólica de sabor anisado y fondo amargo de ajenjo) y el vermut de los aperitivos.

Se trata de una planta herbácea y perenne de tallos leñosos y rectos que puede alcanzar el metro y medio de altura. Sus hojas poseen una coloración verde plateada y son blancas en el reverso, debido a los pelillos que poseen entre las glándulas productoras de aceite. Las flores son pequeñas, amarillentas y se agrupan en cabezuelas en forma de escudilla hemisférica, de un diámetro que oscila entre 3,5 y 4,5 mm. Es una planta muy aromática, y tanto las hojas como las flores tienen un intenso sabor amargo muy desagradable y persistente, que se debe a la presencia de dos sustancias, la absintina y la tuyona, (esta última químicamente relacionada con el alcanfor). Debido a este sabor amargo, el ajenjo se consideró desde antiguo como símbolo de dolor y amargura.

De ahí que en la Biblia aparezca dicha planta, precisamente en relación con las consecuencias amargas que comporta volverle la espalda a Dios u olvidar sus mandamientos (Jer. 9:15; 23:15; Dt. 29:18; Lm. 3:15; Pr. 5:4). En Israel existen varias especies pertenecientes a este género Artemisia (A. monosperma, A. herba-alba, A. judaica, A. annua y A. arborescens). La amargura característica de todas ellas, junto a los lugares desérticos y lóbregos donde crece, creó esta analogía de injusticia, infidelidad y pecado en la mente del pueblo hebreo. Por eso en el AT, volverse a la idolatría era como consumir una amarga raíz de ajenjo.

De la misma manera, en el libro de Amós se dice: Los que convertís en ajenjo el juicio, y la justicia la echáis por tierra, buscad al que hace las Pléyades y el Orión, y vuelve las tinieblas en mañana, y hace oscurecer el día como noche; el que llama a las aguas del mar, y las derrama sobre la faz de la tierra; Jehová es su nombre (Am. 5:7-8). Los jueces injustos convertían la justicia en algo amargo y difícil sobre todo para los pobres. Por eso el profeta les exhorta para que se vuelvan al único Dios, creador del universo, que está en todas partes y dejen de peregrinar a santuarios construidos por el hombre (como los de Betel, Gilgal o Beerseba). La verdadera vida no se halla en tales santuarios lujosos, con sus falsos sacerdotes o su ritual vacío y discriminatorio, sino en una relación estrecha con Dios porque conocerle personalmente implica vivir en justicia y santidad.

Por último, Juan menciona también el ajenjo en sus visiones del Apocalipsis y escribe: El tercer ángel tocó la trompeta, y cayó del cielo una gran estrella, ardiendo como una antorcha, y cayó sobre la tercera parte de los ríos, y sobre las fuentes de las aguas. Y el nombre de la estrella es Ajenjo. Y la tercera parte de las aguas se convirtió en ajenjo; y muchos hombres murieron a causa de esas aguas, porque se hicieron amargas (Ap. 8:10-11). La imagen de una estrella llamada “Ajenjo” que cae del cielo y contamina las aguas dulces podría encontrar hoy, en nuestra época científica, cierta analogía con un pequeño meteorito venido del espacio. Sin embargo, para Juan constituye un símbolo de la visita divina. Dios inicia su juicio justo y los seres humanos deben arrepentirse o atenerse a las consecuencias del furor divino. Lo que se describe aquí es precisamente lo inverso de aquello otro que ocurrió en Mara (Ex. 15:22-25). Si allí el árbol que echó Moisés convirtió milagrosamente las aguas amargas en potables, aquí en la visión apocalíptica los ríos y las fuentes dulces se tornaron amargas como el ajenjo. Juan indica que el juicio divino, a pesar de todas las apariencias e incredulidades de los humanos a lo largo de la historia, será finalmente inexorable y definitivo.

 


[1]- Font Quer, P., 1976, Plantas medicinales, el Dioscórides renovado, Labor, Barcelona, p. 819.

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