Marcial y Gregorio

Un nuevo cuento de Antonio Cárdenas.

02 DE FEBRERO DE 2018 · 07:50

Foto: Nick Cooper.  Unsplash.,
Foto: Nick Cooper. Unsplash.

Dos ancianos conversaban sobre cómo enfocar su futuro inmediato.

—Pues dicen que la residencia de que te hablo está muy bien acondicionada. Hay extensos jardines y el personal es muy profesional— dijo Marcial.

— ¿Y no te parece muy lejos? Huelva está a 1000 km de donde vivimos. Seguro que por aquí también habrá buenas residencias— contestó Gregorio.

—No compares, aquello es como ir al cielo, créeme. Jardines, campo de petanca, iglesia, cine, sala de baile, bingo, piscina, biblioteca, bar… ¿dónde vas a encontrar una residencia de ancianos tan bien equipada?

— ¿Dejar mi casa, alejarme de mi ciudad, y despedirme de este mundo desde un lugar extraño? No sé, lo veo una apuesta complicada. Lo pensaré.

—Yo ya lo tengo decidido, prefiero buena asistencia en mi vejez antes que quedarme solo y abandonado en mi piso.

Tan bonito le pintó el lugar, que Gregorio estuvo considerándolo varios días hasta que por fin se decidió.

Sin coger maleta alguna, con lo puesto, sin comunicarlo a ninguno de sus hijos ni vecinos, sin decir a nadie que dejaba su piso vacío, se subió al primer autocar con destino Huelva y allá que fue.

Al llegar allí, el personal de la residencia lo recibió como se recibe a un enfermo de demencia senil. Lo trataron con sumo cuidado, le compraron ropa nueva, lo asearon, le dieron de comer y habitación donde dormir hasta comunicarse con su familia. Al conductor del autocar de vuelta le advirtieron que estuviese por él.

Pero al volver, Gregorio ya era otra persona. Aquella aventura significó para él su salida de “Ur de los caldeos” al estilo del patriarca Abraham y lo primero que descubrió al volver es que tenía unos hijos que lo querían.

Con aquella escapada, Gregorio emprendió su camino de fe hacia la esfera del amor. A partir de entonces fue un anciano sonriente, plácido y amable. Siguió con la demencia senil… pero una demencia ya sin aguijón.

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