La conclusión de los pastores

El mismo Dios que se complace en revelar, también se complace en hacerlo de forma contraria a lo que la razón humana estipula correcto.

25 DE ENERO DE 2018 · 10:33

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Aquella noche era una guardia más sobre sus ovejas, de las muchas que aquellos pastores estaban acostumbrados a hacer, aunque en esta ocasión había un tema de conversación inusual, como era el flujo de gente que había venido a la ciudad procedente de otros lugares, a fin de empadronarse para cumplir el mandato de Augusto César. En una población pequeña y tranquila, como era la suya, un suceso así, que en otros lugares no tendría tanta relevancia, no podía pasar desapercibido. Cualquier cosa que rompiera la monotonía era todo un acontecimiento, pues, después de todo, un pueblo es un pueblo, habiéndose convertido el mesón en el centro de acogida de muchos forasteros.

Y mientras unos comentaban las novedades más recientes del día y otros dormitaban tratando de descansar por el trabajo realizado, de pronto ocurrió algo que les sobresaltó, sacándolos de sus conversaciones y sueños. Un ser celestial se apareció a ellos, rodeado de luz y gloria, de modo que la noche se convirtió en día súbitamente, siendo su reacción la lógica ante algo abrumador, inesperado e inexplicable. Lo que conocemos y controlamos no nos conmueve y aunque haya acontecimientos naturales que exceden a nuestra experiencia y expectativa, sorprendiéndonos y admirándonos, no producen una reacción de gran temor, que fue lo que instantáneamente sintieron aquellos pastores. Porque un fenómeno natural extraordinario provoca asombro, como contemplar la aurora boreal, pero un fenómeno sobrenatural insólito en el que hay gran despliegue de poder y grandeza, sobrecoge e impone. Durante unos momentos, que les parecieron eternos, los pastores no simplemente vieron a cierta distancia ese despliegue de esplendor, sino que quedaron envueltos por el mismo. Unos pocos, antes que ellos, también habían entrado en contacto con lo celestial, siendo la reacción la misma, la de quedar estremecidos por la experiencia. La irrupción de lo sobrenatural en lo natural produce miedo paralizante.

Pero el mismo ser sobrenatural,que tanta perturbación les produjo, también les sosegó, al decirles que no tuvieran temor, anunciándoles la noticia que nunca oídos humanos habían escuchado. Se trataba de la más extraordinaria jamás proclamada, porque suponía el cumplimiento de los antiguos anuncios proféticos sobre el nacimiento del esperado. Por fin, después de siglos, de milenios, el instante supremo había llegado y la historia había alcanzado su punto álgido; no la historia desde la perspectiva humana, sino desde la del Señor de la historia, en cuya mano están los tiempos y las edades. Y ellos estaban siendo partícipes directos de aquel momento sin par. El gran temor que se había apoderado de ellos fue desplazado por el gran gozo desbordante de la nueva.

Y es que el que acababa de nacer no era simplemente alguien especialmente destacado. Los nombres con los que el ángel se refiere a él van in crescendo en definición y concreción a medida que los proclama. Aunque usa el artículo indeterminado, un, y un nombre, salvador, que ya se había empleado antes para otros personajes, pudiendo dar la impresión de que estamos simplemente ante uno más en una lista de hombres sobresalientes, el segundo nombre, ungido, afina todavía más la identificación, si bien aún hay la posibilidad de que alguien piense que no se trata más que de una réplica de David; pero lo que ya termina por excluir cualquier similitud con otros, es el tercer nombre que el ángel le da, el Señor. Aquí ya no caben escapatorias ni equivalencias con otros personajes. Si es el Señor, quiere decir que es Dios, porque tal nombre no es como el de salvador o ungido, que son aplicables a hombres, sino que es exclusivo y excluyente. De modo que el Salvador Ungido es el Señor. Ése es el que acababa de nacer.

Pero a continuación el ser celestial les dice algo por lo menos confuso o contradictorio y es que reconocerán al niño porqueestá acostado en un pesebre. ¿Cómo conciliar tanta grandeza y excelencia con algo tan inusualmente absurdo? ¿Qué consonancia hay entre la magnificencia del que ha nacido y lo desconcertante que rodea su nacimiento? No solo eso, es precisamente el hecho de que esté acostado en un pesebre, la clave para poder identificarlo. No es un dato accesorio, algo a ser pasado por alto, sino que es precisamente el dato a tener en cuenta para sacar la conclusión de que efectivamente se trata del anunciado.

La lógica humana diría que mensaje y señal son incompatibles. La lógica divina, contradiciendo la humana, dice que mensaje y señal concuerdan. Aquellos pastores tenían dos alternativas, una era guiarse por su propio raciocinio y al llegar al pesebre deducir que el mensaje era imposible de aceptar, porque sus sentidos, fuente de conocimiento humano, no les transmitían que allí hubiera alguien especial. Pero la otra alternativa era deducir que el mensaje era verdadero, siendo la señal la prueba de su veracidad, porque el mismo Dios que se complace en revelar, también se complace en hacerlo de forma contraria a lo que la razón humana estipula correcto.

Dos alternativas que siguen vigentes hoy. Hay los que no ven más que lo que le dicen sus sentidos y hay los que ven lo que les ha sido anunciado, aunque contradiga a sus sentidos. ¿En qué lado estás tú?

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