Alabando su nombre, saltando de alegría

El hecho de ver pasar sus prodigios ante nosotros y no darles la relevancia que merecen, hace que olvidemos con torpeza a quien es merecedor de nuestra continua alabanza.

09 DE ENERO DE 2018 · 19:22

,

"Pedro y Juan subían juntos al templo a la hora novena, la de la oración. Y era traído un hombre cojo de nacimiento, a quien ponían cada día a la puerta del templo que se llama la Hermosa, para que pidiese limosna de los que entraban en el templo. Este, cuando vio a Pedro y a Juan que iban a entrar en el templo, les rogaba que le diesen limosna. Pedro, con Juan, fijando en él los ojos, le dijo: Míranos. Entonces él les estuvo atento, esperando recibir de ellos algo. Mas Pedro dijo: No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda". Hch 3:1-6

¿Cuántos años llevaría aquel hombre sentándose a la puerta de la hermosa?¿Cuántas veces habría soñado con recibir sabrosas limosnas que le permitieran vivir más cómodamente? Jamás habría  pensado que aquel encuentro con Juan y Pedro iba a resultar tan trascendental. El milagro fluye, los tullidos miembros son restaurados, la cojera desaparece, su vida es transformada. En ese vertiginoso cambio, en ese vuelco maravilloso que efectúa su existencia,  reconoce el poder de Dios en todo lo que le acaba de acontecer. Entra  gozoso en el templo, exultante de alegría, saltando y alabando a Dios. Reconoció este hombre con inmediatez al autor de aquel regalo. Sabía que había utilizado  hombres sencillos  para ejecutar el milagro, pero la transformación, el cambio, era   poder absoluto de Dios. No siempre reconocemos el poder de Dios en nuestras vidas. Aceptamos su misericordia y todo lo que ello  conlleva con la naturalidad de quienes  creen ser merecedores de tal despliegue de amor. A veces no somos conscientes de que cada día es un pequeño gran milagro que hemos de agradecer a quien nos lo da. No podemos acostumbrarnos a Dios. El hecho de ver pasar sus prodigios ante nosotros y no darles la relevancia que merecen, hace que olvidemos con torpeza a quien es merecedor de nuestra continua alabanza.
Cuando la monotonía y ajetreo diario me roba la claridad para ver lo que me acontece con ojos agradecidos, reconozco la necesidad que tengo de pasar un tiempo a solas con Él. En esos encuentros solitarios, hallo la respuesta que mi corazón ansía, ese soplo de aire renovador que me indica donde esta mi hogar. Cuando las piernas que con anterioridad estuvieron atadas, son desligadas de amarres, busco con alegría el lugar de recogimiento para decirle a Él que me alegro que aún tenga misericordia de mí. Me acerco a él desnuda de miedos, portando mi vida cómo ofrenda de amor, Alabando su nombre y  saltando de alegría.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Íntimo - Alabando su nombre, saltando de alegría