Suicidio demográfico

Es expresión de un egoísmo individual que se ha vuelto colectivo, no teniendo más horizonte que el materialismo consumista.

04 DE ENERO DE 2018 · 09:58

Calles de Pamplona. / Pixabay,
Calles de Pamplona. / Pixabay

Según el sociólogo Emile Durkheim (1858-1917) los suicidios se podrían clasificar en tres grandes categorías:

1. Suicidio egoísta, cuya característica fundamental es la apatía, manifestada bien en una languidez melancólica o en una indiferencia epicúrea. Los suicidios producto de ciertas depresiones serían un ejemplo de esta clase.

2. Suicidio altruista, cuya peculiaridad innata sería el sentido del deber. El sujeto se mata porque su conciencia se lo ordena, al someterse a un imperativo. Los suicidios de carácter militar y religioso entrarían en esta categoría.

3. Suicidio anómico, cuya propiedad es la dislocación de los valores que lleva a una desorientación individual y a una ausencia de significado de la vida. Se define la anomía como falta de dirección y pérdida de identidad. Suicidio existencial podría ser otra denominación de esta categoría.

De las tres clases la primera y la tercera se pueden solapar, al ser la primera una consecuencia de la tercera, esto es, la persona desorientada y sin propósito en la vida puede acabar en una depresión que le lleve al suicidio.

Pero además de los suicidios individuales existen los suicidios colectivos, no faltando a lo largo de la Historia algunos bien famosos, como los de Sagunto y Masada, donde los sitiados prefirieron morir por sus propias manos antes que por las del sitiador.

Sin embargo, sean individuales o colectivos, todos estos suicidios suponen que hay un corto lapso de tiempo entre la determinación de suicidarse y su ejecución. Pero en la actualidad asistimos a una clase de suicidio colectivo distinto, que es el denominado suicidio demográfico, en el que buena parte de los países más desarrollados del mundo están inmersos, estando a la cabeza de ellos Japón y España. El suicidio demográfico no es un suicidio rápido sino lento en su ejecución, necesitándose décadas para que se efectúe plenamente. Consiste en que la tasa de natalidad es inferior a la de mortalidad, con lo que la población va disminuyendo inexorablemente y con ella también se deforma la pirámide demográfica, que paulatinamente va perdiendo anchura en la base de sustentación, quedando amenazado el recambio generacional, con todas las consecuencias que conlleva, entre las cuales la económica no es la menor.

El suicidio demográfico es resultado de una visión miope de la vida, cuyo lema es el aquí y ahora y cuyo protagonista es el yo y la satisfacción inmediata de sus deseos. Cuando esa visión de la vida es patrimonio de toda una sociedad, el suicidio demográfico es ineludible. Dicha visión es expresión de un egoísmo individual que se ha vuelto colectivo, no teniendo más horizonte que el materialismo consumista, al cual se rinde culto de adoración en el altar del ego. Resulta llamativo que sea en las naciones más prósperas de Europa y otras partes del mundo, en las democracias más avanzadas y establecidas, donde el suicidio demográfico lenta, pero irremediablemente, va avanzando de manera implacable. La misma prosperidad económica va ahogar en su abundancia a sus adoradores, porque cuando el bien más importante es la comodidad material y los dioses a los que se sirven son el dinero y las posesiones, el recorrido de una sociedad, que se mueve por esos parámetros, es muy corto.

Una de las facultades que tiene el sentido común es que cuando hay un peligro acechando se encienden las alarmas; pero he aquí que percibiendo las señales del desastre que se avecina, se sigue caminando moral y espiritualmente como si nada fuera a pasar. Moralmente, aferrados a la prosperidad como valor supremo; espiritualmente, sirviendo a dioses fabricados.

Pero en esta peligrosa disyuntiva en la que nos encontramos hay todavía una señal aún más alarmante que muestra el grado de necedad al que las naciones ricas han llegado. Se trata de la invención y fomento de formas familiares y matrimoniales que no tienen ninguna proyección demográfica. Pareciera cosa de tontos que algo así pudiera darse, pero eso es exactamente lo que está pasando. Si además de no estimular el único medio, el matrimonio, que existe para que haya recambio generacional, se incentivan medios falsos que no tienen ni pies ni cabeza, que no van a ninguna parte, entonces es que hemos llegado a un grado no ya de miopía sino de ceguera total. Lo sorprendente es que hasta los mismos que se dan cuenta de la realidad del suicidio demográfico al que asistimos, no se atreven a denunciar este estado de cosas. Y es que ir contracorriente de partidos políticos, opinión pública y medios de comunicación cuesta mucho.

Y para terminar de rematarlo todo, en España, el segundo país más envejecido del mundo, se practican cien mil abortos al año. Cien mil vidas que se tiran por el desagüe. ¡Y que a nadie se le ocurra protestar!

Suicidio demográfico. La consecuencia directa de haber rechazado individual y colectivamente a Dios.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Claves - Suicidio demográfico