Tiempo imperfecto, tiempo perfecto

El tiempo en la Biblia es la Historia de las intervenciones de Dios y el gran regalo de Dios al hombre.

03 DE ENERO DE 2018 · 12:39

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En las últimas páginas del “Martín Fierro”, entre las líneas 6.660 a 6.675, el Moreno cantor hace al gaucho unas preguntas que, más que de guitarrero vagabundo de las pampas, parecen salidas de la mente de un metafísico preocupado.

“Respóndame al momento” –inquiere el Moreno en tanto rasguea la guitarra- “¿cuándo formó Dios el tiempo y por qué lo dividió?”.

Martín Fierro, que ya había contestado otras cuestiones audaces del Moreno, no se arredra. Templa el instrumento y explica cantando:

Moreno, voy a decir,
Según mi saber alcanza:
El tiempo sólo es tardanza
De lo que está por venir;
No tuvo nunca principio
Ni jamás acabará.
Porque el tiempo es una rueda,
Y rueda es eternidad;
Y si el hombre lo divide
Solo lo hace, en mi sentir,
Por saber lo que ha vivido
O le resta por vivir.

Curiosa la pregunta del Moreno. Inteligente la respuesta de Martín Fierro.

En puro concepto filosófico, tiempo es el mismo devenir de la Historia, como sucesión continuada de momentos; el existir del mundo subordinado a un principio y a un fin, en contraposición a la idea de eternidad que la Biblia adjudica. Aristóteles concebía el tiempo como medida que se aplica al movimiento de los seres, como realidad espacial en que el pasado queda atrás y el futuro aparece delante del caminante que pone los pies en el presente. El filósofo de Estagira concebía el tiempo como “una especie de círculo” –de aquí la idea de rueda en Martín Fierro o de noria en el lenguaje popular- sometido “al número continuo del movimiento sucesivo”.

Pero esta concepción, prevalente a lo largo de casi dos mil quinientos años, no satisface del todo. Los planteamientos filosóficos a propósito del tiempo han dado lugar a numerosas controversias. ¿Cuál es la naturaleza del tiempo? ¿Tiene el tiempo realidad objetiva? Descartes racionalizaba el concepto tiempo definiéndolo como “duración misma de los acontecimientos… modo inseparable de las cosas…”.

Considerado así, como mera sucesión de hechos humanos, el tiempo arrastra todas las imperfecciones de lo temporal, de lo terrenal. La relación tiempo-vida se convierte en una síntesis dramática, en un incesante gemido del alma. “Mis días –dice Job, que igual pudo haber escrito “mis tiempos”- fueron más veloces que la lanzadera del tejedor, y fenecieron sin esperanza” (Job 7:6).

Se me ocurren estas cavilaciones a propósito del nuevo año. Les estoy dando forma literaria en una noche fría de final de Diciembre. Escribo cosas parecidas todos los Diciembres para que aparezcan impresas todos los eneros.

¡Qué barbaridad! ¡Otro año! ¡Cómo pasa el tiempo!

¡No; el tiempo no pasa! ¡Pasamos nosotros!

Lo de siempre. Como siempre. Cada año igual. La misma rutina. La mecánica del tiempo. El uniforme fastidio de la vida, que Alberto Camus retrató admirablemente en “El Extranjero” con estas palabras: “Levántate, toma el autobús, cuatro horas de trabajo, come, otras cuatro horas de trabajo, come de nuevo, duerme; y así el lunes, el martes, el miércoles, el jueves, el viernes, el sábado. Siempre el mismo ritmo, continuamente la misma rutina. Queda ese tremendo “por qué” que nadie sabe contestar adecuadamente. Y a la mañana siguiente todo empieza de nuevo”.

Esto es tiempo imperfecto.

Igual que es vida imperfecta la que el Macbeth de Shakespeare lamenta en el quinto acto del drama: “El mañana y el mañana y el mañana avanzan en pequeños pasos, de día en día, hasta la última sílaba del tiempo recordable: y todos nuestros ayeres han alumbrado a los locos el camino hacia el polvo de la muerte. ¡Extínguete, extínguete, fugaz antorcha…! ¡La vida no es más que una sombra que pasa, un pobre cómico que se pavonea y agita una hora sobre la escena, y después no se le oye más; un cuento narrado por un idiota con gran aparato, y que nada significa…!”.

Todo esto es tiempo imperfecto. Vida imperfecta. Desazón, pesadumbre, congoja, fastidio, sosería, insustanciabilidad. Ese día vulgar y miserable que Carlyle definía como la confluencia de dos eternidades. Y el italiano Foscolo, en su importante obra “Los sepulcros”: “El hombre y sus tumbas, y sus postreros rostros, y las reliquias de la tierra y del cielo, todo lo desfigura el tiempo”.

El tiempo tiene otra cara más bella, otra sonrisa más esperanzadora, otro ángulo de proyección trascendente. Objetando las teorías de Aristóteles los ingleses Samuel Clarke e Isaac Newton, casi contemporáneos, afirmaban que el tiempo es un atributo de Dios; es la duración infinita de Dios. El alemán Goethe fue más preciso en su “Fausto”: “Lo que llamáis espíritu de los tiempos es, fundamentalmente, el espíritu del Señor que se refleja en el tiempo”. En su obra “La donna de Nadir”, el italiano Bontempeli sigue la idea de Goethe: “El tiempo –dice- es la esencia más misteriosa que podemos sentir, y tal vez la imagen más comprensible de Dios”.

¿Por qué todo esto? ¿Porque Dios es tiempo? ¿Porque Dios se mueve en el tiempo? ¿Porque Dios es el Señor y el dador del tiempo? Este año 2018 que ya estamos viviendo, ¿es el desprendimiento de un número en la cósmica rotación del tiempo o es una concesión graciosa de Dios? Don Quijote, que no podía faltar a la cita en estas averiguaciones sobre el tiempo, lo entiende de la última manera en el capítulo siete de la segunda parte de la obra: “Nadie puede prometerse en este mundo más horas de vida de las que Dios quisiere darle”.

Esto es la Biblia.

La primera intervención de Dios se realiza en el tiempo. Paralelamente, al poner en marcha la Historia, según los primeros capítulos del Génesis, origina y pone en movimiento la misma realidad tiempo. Así, los setenta u ochenta años de tiempo puestos a disposición del ser temporal, según el Salmo noventa, constituyen el instrumento único para penetrar en ese otro tiempo sin tiempo que es la eternidad.

Con esto llegamos a la llamada conciencia del tiempo, cuyo sentido vulgariza el apóstol Pablo cuando pide a los efesios que aprovechen bien el tiempo (Efesios 5:16). Aprovechar el tiempo, en sentido bíblico, es reconocer su origen divino y el valor de oportunidad que Dios le concede. El tiempo en la Biblia es la Historia de las intervenciones de Dios y el gran regalo de Dios al hombre. El tiempo no es un tirano que devora a los seres en la mecánica de la vida, como sugieren Camus y Shakespeare. El tiempo es el impulso que Dios ha puesto en sus criaturas para que lleguen a su destino sobrenatural y para que se realicen plenamente en la tierra pasajera.

El nuevo año 2018 pone ante cada uno de nosotros oportunidades que han de ser plenamente asumidas. Decía Emerson: “Nosotros pedimos gozar una larga vida; pero es la vida profunda o los grandes momentos los que tienen importancia. Que la medida del tiempo sea espiritual y no mecánica”.

Es la respuesta a “El Extranjero” y a “Macbeth”. Desde ahora hemos de escribir en nuestro corazón que cada día es el mejor del año, que puede ser el día de nuestro destino final y del paso de un tiempo a otro tiempo. El hoy es las piedras con las que construimos el mañana. Cuanto más intensa sea nuestra actividad más corto se nos hará el tiempo. Sólo viviéndolo con auténtico placer espiritual podremos cambiar los tiempos imperfectos en tiempos perfectos.

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