Agradar a todos

Si buscamos la aceptación de todos, el fracaso y la locura están garantizados.

01 DE DICIEMBRE DE 2017 · 16:10

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En definitiva, lo importante para nosotros no es lo que quiere este o aquel hombre de Iglesia, sino saber lo que quiere Jesús.

Frase tomada de la introducción del libro El precio de la gracia. El seguimiento. Dietrich Bonhoeffer

Como seres sociables que somos queremos agradar a los demás. Nos han educado en esto y si no lo hacemos, nos salimos de lo que se considera "normal". Hay que caer bien. Necesitamos ser admitidos, formar parte del grupo en el colegio, con los amigos, en la familia, en el trabajo. Tenemos que gustar al otro y entrar en su círculo para sentirnos bien, protegidos, aceptados. Desde pequeños nos enseñaron que no podemos contradecir a ciertas personas. Nos crearon complejos. Parece que no nos está permitido señalarnos con opiniones diferentes. Agradando conseguimos la pertenencia. Sometiéndonos logramos no perder el prestigio que los demás nos conceden cuando les somos obedientes. Esto ocurre porque realmente nos vemos inferiores y necesitamos aprobación.

Respecto a la iglesia pasa lo mismo. Tememos ser considerados malditos, reprobados. Tememos la expulsión, la censura. Sin embargo, mejor es equivocarse uno mismo que aceptar una teología que no compartimos. Es preferible cometer errores propios que apoyar los ajenos. ¿De quién busco el visto bueno si no es de Dios? El que hoy me da la razón y se sienta a mi lado, dejará de hacerlo en cuanto le contraríe en algo. 

¡Qué difícil resulta este asunto!, si buscamos la aceptación de todos, el fracaso y la locura están garantizados. Bien podemos hacer nuestro el texto que aparece en Gálatas 1,10: No busco la aprobación de los hombres, sino la aprobación de Dios. No pretendo quedar bien con los hombres. ¡Si pretendiera quedar bien con los hombres, ya no sería siervo de Cristo! 

He aquí una historia muy conocida que ilustra sobremanera el asunto al que me refiero en esta ocasión:

 

La fábula del niño, el viejo y el burro. Publicada por Juan Martínez Chacón el 8 de noviembre de 2013, en Psicología, Psicología educativa. 

La historia versa sobre un niño que junto a su anciano abuelo se encontraban embarcados en un viaje que de pueblo en pueblo realizaban con un viejo animal. Esta bestia, cuyas fuerzas flaqueaban por su avanzada edad, no era, sino, un burrito que les acompañaría hasta el final. Puesto que la misión última de semejante compañía era por aquel entonces ayudar en el transporte de cualquier persona o material, decide el anciano subirse encima del pequeño burro para realizar el trayecto inicial.

Al paso por el primer pueblo, comienzan a oírse numerosos murmullos. Entre ambos, niño y viejo, distinguen entre susurros y voces numerosas críticas dirigidas a ellos “¡mirad!, pobre niño, con lo pequeño que es y ese viejo carcamal no le deja montar”, “que poca vergüenza, que fácil es ir en burro cuando ese pequeño zagal se ve forzado a caminar” o “¿cómo puede ser que ese señor deje caminar a ese pequeño niño mientras él, a su lado, avanza tranquilamente en el burro?” Harto entonces de los comentarios ajenos, el anciano decide poner fin a tan vergonzosa situación para él y le comenta al pequeño “¡anda hijo!, sube tu, que yo iré de momento andando”.

Así es como prosiguen su viaje, hasta un segundo pueblo, el niño montado en el burro mientras a pie, llevando la correa del animal, avanza el anciano al lado del chaval. A la llegada de este, un nuevo grupo de personas se percata de su llegada y, tras observar esta nueva situación, comienzan a opinar. “¿Habéis visto ese niño?”, no parecen ser positivos los nuevos comentarios que realizan los habitantes de ese lugar, piensan el anciano y su nieto. Y así, entre las distintas voces, logran escuchar “que maleducado ese niño, con lo mayor que es ese anciano va en burro y deja a este caminar”. A la salida del pueblo, hartos de tanta crítica, deciden hacer ambos uso del pequeño animal y así montados los dos, continúan su largo recorrido.

Llegados a la tercera aldea, no son pocas las personas que les ven llegar. Tras ver al pequeño borrico exhausto, se lanzan entonces a opinar “¡mirad!, que poca sensibilidad, ¿acaso pretenden matar a ese burro?”, “¿de verdad piensan que ese pequeño animal puede con el peso de ambos?” Pasado entonces este pueblo, deciden ambos hacer un alto para buscar una solución. “Si no podemos ir subidos, ni tú, ni yo y ni siquiera los dos, porque siempre parece que nos van a criticar, ¿qué podemos hacer?”, pregunta el anciano a su joven nieto, “¡pues vamos los dos a pie y así no nos criticarán!” Entonces deciden proseguir su ruta, los dos a pie, acompañados de ese viejo burro, que aliviado de su carga les acompaña hasta llegar al siguiente lugar.

En la entrada al siguiente pueblo, comienzan de nuevo los susurros y las opiniones en voz baja. Pronto, un bueno grupo de gente les sigue con la mirada mientras amplias sonrisas alumbran sus caras. “¡Mirad! ¿Habéis visto eso?” Grita uno de ellos. “¡Es la primera vez que veo que dos personas, cansadas de caminar, andan junto a un burro sin quererlo montar!” y entre risas provenientes del gentío se oye gritar “¡vaya par de estúpidos!”

 

Termino con la misma frase que encabeza esta reflexión: En definitiva, lo importante para nosotros no es lo que quiere este o aquel hombre de Iglesia, sino saber lo que quiere Jesús.

 

Notas:

http://www.bienestarypsicologia.com/la-fabula-del-nino-el-viejo-y-el-burro/

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Tus ojos abiertos - Agradar a todos